El perro que puede olfatear el cáncer
En un un tono suave pero firme, Anthony Frémont anima a su pastor belga malinés: “¡Busca, Aspirant, busca!”
Con la nariz reluciente, el perro camina hacia tres mesitas de madera, cada una con un cajón. Iluminado por las luces fluorescentes del techo, su pelo café rojizo contrasta con los azulejos blancos que le dan al cuarto el aspecto de un hospital.
A pocos metros de distancia, sobre la pista, un avión de transporte Transall C-160 despega con un fuerte rugido de hélices. Pero Aspirant no se distrae.
Nos encontramos en las perreras de la base aérea de Orléans-Bricy. Esta mañana de abril de 2008, el cabo del Ejército francés Frémont está cumpliendo una tarea crucial en la investigación médica del cáncer.
Aspirant se detiene frente al cajón de la izquierda, olfatea el de la derecha, regresa a la izquierda y de pronto se sienta ante la mesa de en medio. Con la nariz brillando, espera sin despegar los ojos del cajón.
—¡La encontró! —exclama Frémont, mirando a un hombre que ha permanecido en segundo plano.
De pie en el fondo de la habitación, el alférez Joël Pietras sonríe complacido. Este entrenador de perros del Ejército francés fue quien adiestró al pastor belga. Aspirant permanece quieto en su sitio.
—¡Bien hecho, buen perro! —le dice Pietras mientras abre el cajón para sacar una muestra de orina.
Es de un paciente que padece cáncer de próstata. Los dos militares se felicitan. El experimento ha sido un éxito: el perro es capaz de identificar muestras positivas.
Después de los cánceres de piel, el de próstata es el más letal entre los hombres en Francia y el resto de Europa. Su detección es insatisfactoria porque los tumores invasivos al principio no se distinguen de los considerados benignos.
La consecuencia es que, para atacar el problema de raíz, muchos médicos generales prescriben pruebas que a menudo son traumáticas y dolorosas, y algunas veces producen efectos secundarios.
En Francia, de los 70,000 casos de cáncer de próstata que se identifican cada año por medio de exámenes, 20,000 pacientes reciben tratamiento contra una patología que probablemente no habrían desarrollado.
No padecen cáncer, sino simplemente una inflamación o hipertrofia de la próstata.
“A la inversa, 10 por ciento de los tumores verdaderos no se detectan”, señala Olivier Cussenot, urólogo especialista en cáncer del Hospital Tenon de París e investigador en el Instituto Nacional de Oncología de Francia.
Peor aún, si algunas pruebas como las biopsias se practican muy a menudo, someten a los pacientes a tratamientos invasivos que causan serios efectos secundarios.
Se trata de un problema tan grave, que la Asociación Europea de Urología ha estado pugnando desde 2007 por que se observe y evalúe a los pacientes en vez de someterlos sistemáticamente a las pruebas.
Este enfoque, conocido como “vigilancia activa”, se topa con la resistencia de médicos que carecen de capacitación específica, y también con la de pacientes preocupados que no quieren esperar más para empezar a luchar contra la enfermedad.
Encantado, Pietras miró a sus compañeros y les dijo:
—No hay ninguna duda. ¡Este perro nació para olfatear!
El adiestramiento del pastor belga empezó en diciembre de 2007, con un juego en el cuarto de azulejos blancos.
En tres sesiones por semana, de dos horas de duración cada una, Pietras metía en el cajón de una mesita la pelota del perro y un trapo humedecido con orina de un enfermo de cáncer.
Aspirant olfateaba la pelota, la encontraba y entonces asociaba el juguete con el olor de la orina. Después, el alférez acercaba otras dos mesitas, idénticas a la primera, y colocaba la muestra de orina en uno de los cajones, pero sin la pelota.
Si el perro escogía el cajón correcto, le daba su juguete como recompensa. Era un premio bien merecido, pues terminaba cada sesión con el corazón acelerado y jadeando, debido a la hiperventilación que le causaban tantas inhalaciones y exhalaciones.