Gracias a las sillas de Javier Herrera, los animales discapacitados pueden volver a caminar.
Desde hace casi una década, Yanira Alba, de 27 años, se dedica a rescatar perros en la Ciudad de México y les busca un hogar, pero jamás le había tocado un caso como el de Melody, una cachorra que fue atropellada. De inmediato la llevó al veterinario, y el diagnóstico fue terrible: no iba a poder caminar. Ante esto, Yanira tomó la decisión de “dormirla”, pero el azar y la fortuna hicieron que una amiga suya, Andrea Peña, llevara a Melody al “Doctor Car-can” para que le diera otra oportunidad de vivir.
Casos como el de esta perrita han sido atendidos por el médico veterinario Javier Herrera, también conocido como el “Doctor Car-can”, quien en 2007 empezó a desarrollar —en su taller, ubicado en el sur de la Ciudad de México— un prototipo de silla de ruedas diseñada especialmente para perros. “Es injusto que un perro accidentado tenga como única alternativa la eutanasia”, señala.
Todo inició con una petición de los dueños de Rufo, un pastor alemán discapacitado. Con la esperanza de que el perro volviera a caminar, acudieron a Javier, sin imaginar que el ingenio y la perseverancia de éste lo llevarían a crear la primera silla de ruedas para perros en México. “Me da gusto que haya habido gente que confió en mi trabajo sin saber que desarrollaría una silla de ruedas”, dice.
Cada silla es diferente, tanto en forma como en materiales, pues se busca el bienestar de los perros y funcionalidad para las condiciones que presenta cada uno. Cuando Javier empezó no había ninguna otra alternativa para perros discapacitados en México, pero él nunca desistió: realizó una investigación en sitios web españoles sobre prototipos de sillas de ruedas que le dio las bases para desarrollar un modelo propio.
Tras dos años de pruebas, creó una silla funcional para ayudar a perros que no pueden caminar debido a un accidente o una enfermedad.
El Doctor Car-can logró devolverles la sonrisa y la esperanza a muchas personas que consideran a sus mascotas un miembro más de la familia. “Nunca dejamos a un perro sin una silla de ruedas”, dice. “Apostamos por la terapia y la disposición que tienen tanto el perro como su dueño”.
Muchos de los perros atendidos por Javier fueron llevados por rescatistas voluntarios o de albergues, como Andrea Peña, de Casa Lulix, que se dedica a rescatar perros maltratados o sin dueño. Hace menos de un año llevó a Car-can a sus dos perros, José María y Ruperto, quienes ahora disfrutan de las sillas hechas por Javier. “Es un gran ser humano cuyo único fin es ayudar a los animales que lo necesitan”, señala Andrea. En esos casos Javier hace una rebaja por sus sillas, ya que es su manera de contribuir a la noble causa de esas personas.
El doctor Herrera ha construido cerca de 2,800 sillas, que han ayudado a perros con lesiones o enfermedades congénitas a tener una mejor calidad de vida. Muchos de ellos han vuelto a caminar gracias a los beneficios terapéuticos del diseño de la silla, y otros más incluso pueden correr.
Bajo el lema “Rodando por la vida”, las sillas de Javier no sólo han llegado a lo largo y lo ancho de la República Mexicana, sino también a Estados Unidos, España y otros países de Latinoamérica; además, a diferencia de otras sillas, las de Car-can tienen un precio muy accesible: algunas cuestan 700 pesos, mientras que las importadas cuestan alrededor de 4,000 pesos, más los gastos de envío.
Para Javier, el grado de compromiso de los dueños es tan importante como el esfuerzo de sus mascotas por salir adelante. Devolverles la autonomía y la libertad de desplazamiento es un acto de amor y entrega; por eso atiende todos los casos con la misma responsabilidad y respeto.
El doctor recuerda el caso de un perro salchicha de siete meses de edad que cayó de una escalera y se lesionó la columna vertebral. Los dueños no quisieron comprometerse y pagaron para que le hicieran la eutanasia, pero unas personas con otra visión llevaron al perro a Car-can, y pronto, con una silla de ruedas, volvió a caminar. Lo mejor ocurrió cuando, sin saber que el animalito iba a volver a andar, una familia de Veracruz viajó a la Ciudad de México para adoptarlo y llevarlo consigo a su hogar.
Una de las mayores satisfacciones de Javier es la participación de su familia. Su esposa, Fidelia González, y sus hijas, Xóchitl, de 22 años, y Jazmín, de 21, lo apoyan incondicionalmente y colaboran en todas las actividades de Car-can. Desde terapias para los perros y la construcción de las sillas hasta la comunicación en las redes sociales, las tres mujeres contribuyen a mantener viva la esperanza de los animales discapacitados.
Curiosamente, Javier nunca había tenido un perro que necesitara ayuda, pero un día llegó Tribilín, un perro discapacitado del albergue Omeyocan, en el sur de la ciudad. Tras recibir terapias y baños con hierbas medicinales, Tribilín se rehabilitó y regresó al albergue, pero una recaída lo llevó de nuevo a Car-can. Javier y su familia se encariñaron con él y le brindaron un hogar. “Si nuestro trabajo es ayudar a los perros discapacitados, entonces debemos adoptarlo”, recuerda Javier haberles dicho a su esposa y a sus hijas.
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