Políglota en ciernes
Mi esposo y yo somos cubanos, y desde hace varios años vivimos en Nicaragua. Un día, cuando mi hijo tenía cinco años, visitamos a una amiga mía que iba a viajar a Cuba. Ella le preguntó a mi hijo cómo le iba en la escuela, y el niño, emocionado, le contó que sabía hablar tres idiomas. Mi amiga, sorprendida de que un niño de tan corta edad supiera hablar tres idiomas, le preguntó cuáles eran.
—Español, cubano y argentino —contestó mi hijo, muy seguro.
Mónica Moreno, Nicaragua
Por las noches, cuando acostaba a mi hijo Santiago, de tres años, se mostraba muy renuente a dormir. Tras perseguirlo por toda la casa y meterlo en su cama, fruncía el ceño muy serio y, señalando con el dedito, me decía en tono amenazante:
—Bueno, me voy a dormir, pero mañana voy a despertar, ¿oíste?
Nora Santibáñez, Guatemala
Hace poco tuve dolor de cabeza, y mi hijo de tres años, queriendo ser amable, corrió a la alacena por un analgésico. Trató de abrir el frasco pero no pudo; sólo se oyó un chasquido, así que le expliqué que la tapa era a prueba de niños.
—Lo que hay dentro del frasco no es bueno para los niños —le dije—. Tiene una tapa especial; los adultos pueden abrirla, pero los niños no.
Tras una pausa, replicó:
—Pero no entiendo. ¿Cómo sabe el frasco que soy un niño?
Paula Smart, Australia
La primera vez que me teñí el cabello fue un cambio drástico: pasé de ser morena a rubia. Llevaba ya dos meses con mi nuevo aspecto cuando llegó de visita a mi casa una prima mía de cuatro años. Al verme, la niña hizo un gesto de asombro y miedo, y luego preguntó:
—¿Te cambiaste la cabeza, o qué?
Cristina Vaca, México
Dato interesante
Una mañana me senté a comer un plato de sandía, y justo en ese momento llegó mi sobrino de cinco años. Me saludó y se quedó viendo mi plato con mucha atención, así que le pregunté:
—¿Quieres un poco de fruta?
Él asintió con la cabeza, y yo le serví algunos trozos. Sin embargo, al percatarse de la gran cantidad de semillas que tenía, empezó a quitar una por una con mucha paciencia. Mientras lo hacía volteó a verme, y con total seguridad dijo:
—Oye, tía, ¿sabías que las semillas de la sandía se las ponen sólo de adorno?
Tatiana García, México
Cierta vez nos disponíamos a entrar en la casa, y mi hijo menor, entonces de cinco años, detuvo la puerta y en tono educado me dijo:
—Primero las damas.
Emocionada, exclamé:
—¡Vaya, qué caballeroso!
—No, mami —repuso el niño—, es que eso me dice mi hermano para molestarme.
Myrna Magdaleno, México