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Por el amor de Lilly

Esta perra de mirada tierna se ganó el corazón de un policía y su madre, y con sus heroicas acciones les cambió la vida.

David Lanteigne no tenía intención de adoptar otra mascota cuando visitó la sede de la organización Animal Rescue League de Boston, Massachusetts, en marzo de 2009. En su apartamento en el barrio de East Boston sólo podía tener a Penny, su perra cobrador dorado. Pero lo que sí podía hacer, pensó, era ofrecerse como voluntario para sacar a pasear a los perros del refugio. 

Mientras recorría las instalaciones, este policía, entonces de 25 años, vio a Lilly, una perra pit bull de cinco años que estaba en una jaula en la parte de atrás, y se arrodilló para saludarla. “Me fascinaron sus ojos”, cuenta. Al extender la mano para acariciarla, Lilly se acercó a la reja y estiró el cuello. David notó que tenía algunas cicatrices en la cabeza. ¿La habrán maltratado?, se preguntó. La perra parecía ansiosa por recibir un poco de cariño. Había algo en ella que estremeció su corazón; no quería dejarla allí. 

Pensó en su madre, Christine Spain, quien, al igual que Lilly, vivía atrapada por fuerzas que escapaban a su control y también necesitaba mucho alguien a quien amar. 

La mujer había luchado a lo largo de su vida adulta contra el alcoholismo y los problemas psiquiátricos, hasta el punto de perderlo todo, incluso a sus dos hijos. David tenía seis años cuando su hermana y él se fueron a vivir con sus abuelos; sin embargo, jamás renunció a su madre. Solía recorrer ocho kilómetros en bicicleta para visitarla, y disfrutaba tanto al compartir momentos de ternura con ella, que hasta se olvidaba de las incontables veces que la encontró durmiendo en el suelo, rodeada de latas de cerveza vacías.

Pero eso era el pasado. David sentía una mezcla de orgullo y alivio al pensar que su madre llevaba más de dos años sin beber; no obstante, la ansiedad y la depresión la mantenían aislada de la gente. Con un perro bajo su cuidado, tendría un motivo para salir y socializar —supuso David—, y le daría cariño a Lilly. 

Una semana después Christine conoció a la perra, y también se enamoró de ella. Lilly pasó a formar parte de la familia. En los días de descanso de David, se quedaba con él y con Penny, su nueva mejor amiga, pero la mayor parte del tiempo vivía en la casa de Christine, situada frente a la estación de trenes del poblado de Shirley, en Nueva Inglaterra. 

David había acertado: su madre y la perra se hacían bien la una a la otra. Christine llevaba a Lilly a todos lados, le preparaba comidas especiales y la hacía dormir a su lado. Logró salir de su encierro y empezó a hacer migas con las personas que encontraba en sus paseos. La vida finalmente parecía estar mejorando para ambas.

 

El 3 de mayo de 2012, David inició su turno de trabajo a la medianoche, patrullando las calles de Mattapan, un peligroso barrio de Boston. En sus seis años como policía, lo había visto todo. De pronto recibió un mensaje de texto de un amigo suyo que trabajaba como socorrista en Shirley. “Un tren por poco arrolla a tu madre”, decía. “Está ilesa, pero su mascota no tuvo tanta suerte. Parece que perdió una pata”.

David llamó a la comisaría para conocer los detalles. Un tren de carga acababa de salir de la estación de Shirley cuando el conductor vio una mujer tendida sobre las vías más adelante, con un perro de pelo café a su lado. El animal la empujaba frenéticamente, intentando apartarla de allí. Los frenos de la locomotora chirriaron con fuerza. Justo antes de que el tren se detuviera, el conductor sintió un impacto. Bajó de un salto y corrió unos 20 metros atrás, esperando encontrar dos cadáveres. Sin embargo, de algún modo Lilly había logrado apartar a Christine de las vías justo a tiempo. La policía arrestó a la mujer, que seguía bajo los efectos del alcohol, y llevó a la perra a un puesto de control veterinario.

David se dirigió de inmediato a Shirley, angustiado y a la vez furioso, con su madre por haberse puesto en peligro y consigo mismo por haberla alentado para que adoptara a Lilly.

Cuando llegó, la perra aún estaba en el auto de un agente del puesto. Aunque muy golpeada y manchada de sangre, Lilly movió la cola al verlo. Al alzarla en brazos, de la pata herida se le desprendió un vendaje improvisado. David la colocó cuidadosamente en la parte trasera de su camioneta todoterreno, y luego volvió a toda prisa a Boston.

En el Centro Veterinario Angell, los médicos le dijeron que la perra había sufrido una “avulsión” en la pata delantera derecha: el tren le había arrancado la piel y parte del tejido muscular y conjuntivo. Quizá pudieran salvarle la extremidad, pero primero tendrían que tomarle radiografías.

Mientras llevaban a Lilly a terapia intensiva, David pidió un préstamo de 4,000 dólares, el costo calculado de la muy probable amputación. Cuando pudo visitar a la perra, vio que tenía tubos y sondas en todo el cuerpo; su condición era estable, y pareció reanimarse al ver a su dueño.

David tuvo que irse. Condujo velozmente a casa, apenas con tiempo suficiente para ducharse y presentarse a un turno extra de trabajo a fin de ganar dinero para pagar la cuenta en el centro veterinario. 

No había transcurrido ni una hora cuando recibió una llamada telefónica del hospital. Le dijeron que no podían salvarle a Lilly la pata delantera derecha, y era también muy preocupante el estado de la parte inferior de su cuerpo: tenía fracturas múltiples en la cadera izquierda y en la pelvis. Había que hacerle una operación mayor para reparar los daños.

Primero, Lilly tendría que sobrevivir a la amputación, explicó el médico. Si lo lograba, esperarían un día o dos para operarle la cadera y la pelvis e implantarle una placa de acero para ayudarla a sostenerse en pie. 

Desalentado, David preguntó si la perra podría volver a caminar en caso de que sobreviviera. El médico le respondió que nadie lo sabía.

¿Era justo que Lilly tuviera que soportar aún más dolor sólo para morir en el quirófano? ¿Y si no le quedaba más que una pata buena? 

David no quería que sufriera más, pero por alguna razón Lilly se estaba aferrando a la vida… Debía intentar todo para salvarla. Al día siguiente, le amputaron la pata delantera derecha hasta el hombro. 

Después de la operación, David fue a ver a su mascota y la encontró con el pelaje afeitado, el cuerpo lleno de moretones, tubos y sondas, y una fea cicatriz donde antes tenía la pata delantera derecha.

El sábado 5 de mayo, los cirujanos operaron la cadera y pelvis de la perra. Tan dañada tenía la parte superior de la articulación de la cadera, que tuvieron que cortarla. 

Con todo, Lilly había sobrevivido. Le faltaba sólo la última gran prueba: ¿podría caminar otra vez?

En el centro veterinario corrió la noticia sobre la perra heroica que había apartado a su dueña de las vías del tren. Rob Halpin, el director de relaciones públicas, le preguntó a David si estaría dispuesto a dar a conocer la historia de Lilly. Le dijo que eso ayudaría a contrarrestar el injusto estigma que pesa sobre los perros pit bull, y que es uno de los motivos por los que no los adoptan. 

David aceptó. Concedió entrevistas a la prensa local, y una vez que la heroica acción de Lilly se difundió, empezó a recibir llamadas de reporteros de todo el mundo. Halpin creó un fondo para el cuidado de Lilly.

En cuatro días recibieron 76,000 dólares en donativos, más que suficientes para solventar los gastos de hospitalización de Lilly y la prolongada fisioterapia que iba a necesitar. El hospital destinaría el resto del dinero para ayudar a otros animales cuyos dueños carecían de fondos para costear su rehabilitación.

Menos de una semana después del accidente, los médicos decidieron que Lilly podía regresar a casa. Aún no podía sostenerse en pie, pero ya comenzaba a mover las patas traseras. Parecía una buena señal.

En casa, requería cuidados todo el tiempo. Christine se mudó al apartamento de su hijo y se dedicó de lleno a la recuperación de Lilly. Le preparaba pollo cocido con arroz y camote (batata). La perra necesitaba una gran cantidad de antibióticos, analgésicos y antiinflamatorios, que su dueña le suministraba rigurosamente. 

Aunque nunca hablaron de lo que ocurrió aquella noche en las vías del tren, David una vez oyó a su madre llamar a Lilly “mi pequeña salvadora”, y su dedicación a ella decía mucho más que las palabras; sin embargo, todo lo que estaba haciendo iba a ser en vano si la fisioterapia no ayudaba a Lilly a volver a caminar. 

Unos días después de que dieron de alta a Lilly, David la llevó al centro de rehabilitación Paws in Motion. La colocó en el piso con cuidado, pero lo único que la fisioterapeuta Suzanne Starr pudo hacer por ella en esa primera sesión fue masajearle, flexionarle y extenderle las piernas.

En la segunda sesión, la fisioterapeuta colocó a Lilly sobre una caminadora acuática y, por unos instantes, gracias a la flotación, la pit bull pudo pararse sin ayuda y caminar derecha sin caerse. Fuera del agua, sin embargo, se mantenía inmóvil, ya que le resultaba imposible sostener el peso de su cuerpo con tres patas. 

 

Una soleada tarde de junio, David llevó a sus dos perras a un parque del centro de Boston. Lilly se recostó sobre el césped, y Penny se puso a corretear cerca. Una mujer que paseaba se detuvo al ver a las perras; era evidente que las había reconocido porque los medios de difusión habían dado amplia cobertura a la historia de la pit bull. 

La mujer caminó hacia ellas con una enorme sonrisa, abrió los brazos y exclamó: “¡Lilly!” 

Los ojos de la perra se iluminaron y, ante la mirada atónita de David, Lilly se puso en pie lentamente. Tambaleándose, alcanzó a dar media docena de pasos con sus tres patas para acercarse a la mujer. 

David corrió a sostener a Lilly, temeroso de que fuera a desplomarse, pero con la misma rapidez la alegría desvaneció su miedo. Pensó que todo iba a salir bien, que su perra lo lograría y volvería a caminar. 

 

Lilly aún vive la mitad del tiempo con Christine y la otra mitad con David, y se mueve felizmente con sus tres patas. También participa en Lilly The Hero Pit Bull, una organización benéfica que protege a los perros pit bull, reúne fondos para sus tratamientos médicos y ayuda a conseguirles un hogar. Su dueña ha dejado de beber nuevamente y su vida marcha bien. 

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