Fue en el espacio del jardín Independencia —dominado por la iglesia de Nuestra Señora de los Dolores— donde el cura Hidalgo reunió a las huestes que se convertirían en sus tropas para comenzar la guerra de Independencia en contra del gobierno virreinal el 16 de septiembre de 1810. En la actualidad, en ese mismo lugar se congregan miles de personas cada año. Sin embargo, esa reunión —que ocurre el 23 de noviembre— no tiene fines bélicos; se trata de una genuina muestra de amor hacia un hombre que nació en Dolores Hidalgo y gracias al cual la música vernácula mexicana ha sido difundida y reconocida mundialmente: José Alfredo Jiménez.
A medianoche la procesión, conformada por personas procedentes de distintos destinos geográficos y diferentes estratos sociales, se encamina hacia el panteón municipal, donde se erige, majestuoso, el mausoleo de José Alfredo Jiménez, portavoz de los sentimientos de los mexicanos.
Los escasos 20 minutos que separan al centro de la ciudad del cementerio se recorren en medio de algarabía, botellas de tequila y, por supuesto, algunas de las más de 280 canciones registradas que dejó este poeta popular; son obras que no pasan de moda, por el contrario: las nuevas generaciones les dan una nueva interpretación.
La procesión es encabezada por un festivo mariachi y por el hijo del “poeta” guanajuatense, quien ostenta el mismo nombre que su padre. “La herencia más bonita que él me dejó es el cariño de la gente”, cuenta a Selecciones.
La serenata a José Alfredo, explica José Azanza, director de la Casa Museo José Alfredo Jiménez, es un evento social de gran convocatoria, si bien el inicio de esta tradición es incierto. “Nadie sabe con exactitud cuándo empezó, pero la Comunidad de Amigos de José Alfredo lleva 18 años asistiendo al mausoleo”.
Don Agustín Jiménez, químico farmacéutico, era el propietario de la única botica que existía en Dolores Hidalgo a principios del siglo XX. Procreó cuatro hijos con Carmen Sandoval. Cuando nació el tercero, a quien bautizó como José Alfredo, de seguro no imaginó que ese ser humano tocaría las fibras más profundas de quien tuviera el privilegio de escucharlo.
Probablemente debido a que su padre fue boticario, José Alfredo aprendió a curar el alma con sus canciones, le comentó alguna vez la escritora Elena Poniatowska al hijo del artista. Y es que como bien dijo el también escritor Carlos Monsiváis, “los mexicanos acuden al repertorio de José Alfredo para manifestarse, justificarse, declararse, entrar en crisis, implorar el olvido y gritar la impotencia”.
En Dolores Hidalgo cualquiera puede contarte anécdotas e historias sobre el dolorense pródigo, pero si quieres conocer su vida y obra con rigor y exactitud, la Casa Museo José Alfredo Jiménez es una visita obligada.
Las calles de la ciudad de Dolores Hidalgo Cuna de la Independencia Nacional —sí, ese es su nombre oficial— llevan, entre otros, los nombres de cada una de las entidades federativas de la República Mexicana. En la esquina de Guanajuato y Nuevo León se ubica un inmueble color naranja que data del siglo XIX.
La casa donde José Alfredo pasó sus primeros años es una construcción de adobe con habitaciones dispuestas alrededor de un amplio patio central. Es grande, bien iluminada y cuenta con un par de huertas.
Desde 1998 funciona como museo gracias a las gestiones realizadas por Paloma Jiménez Gálvez, hija de José Alfredo Jiménez y Julia Gálvez Aguilar, mejor conocida como Paloma, la primera esposa del compositor y quien fuera el motivo de inspiración para varias de sus canciones.
El inicio del recorrido exige una atención total, pues empieza frente al impresionante mural realizado por el artista plástico Octavio Ocampo, famoso por su estilo metamórfico.
La obra contiene una gran cantidad de significados: cada elemento (se cuentan cientos en esta pintura) tiene una explicación y representa un pasaje de la vida de José Alfredo. En 2002, la hija del cantante le encargó esta obra al celayense.
Contemplar hasta el último detalle del lienzo podría llevarte horas; no obstante, con tal de que sea más rápido, un guía te explicará, por ejemplo, que la canción llamada “El corrido del caballo blanco” surgió a raíz de las averías que sufrió el auto de José Alfredo, un Chrysler Imperial modelo 57.
Ese era el verdadero caballo blanco que iba cojeando de la pata izquierda, porque se desinfló el neumático, y con el hocico sangrando, es decir, con el radiador roto, dice Luis Pacheco, custodio del museo.
A través de ocho salas temáticas, el recinto documenta desde la niñez hasta la muerte de José Alfredo. Cada sala lleva el nombre de una composición suya.
La bautizada como “Qué suerte la mía” muestra la época de oro de la radio mexicana y las primeras grabaciones que se convirtieron en éxitos inmediatos; la llamada “El rey” —la habitación en la que nació el guanajuatense— guarda el sombrero que usó durante su última actuación en público en un programa de televisión, así como la grabadora con la que registraba sus ideas, pues carecía de educación musical.
Además de cartas de amor entre Paloma y José Alfredo, su triciclo de metal, la bandeja de plata que le obsequió la cantante Lucha Villa por sus 25 años como compositor y fotos con Chavela Vargas —su eterna amiga de parrandas—, se pueden observar las dos lápidas que reposaron sobre su tumba previo a la construcción del sepulcro actual.
Antes de morir, José Alfredo pidió que su lápida fuera de madera. Se cumplió su voluntad, aunque después se consideró que era poca cosa para la grandeza del compositor y se colocó una de granito, que el 23 de noviembre de 1998 fue sustituida por un gigantesco sombrero con un pebetero en la parte inferior y un epitafio escrito con letras de bronce que reza: “La vida no vale nada”.
El sombrero, que por dentro tiene bocinas que reproducen las composiciones del guanajuatense, está acompañado de un sinuoso sarape multicolor elaborado con azulejos. En cada franja se lee el título de una canción. Este monumento fue diseñado por el arquitecto mexicano Javier Senosiain.
Según el libro de visitas del museo, allí han estado personas del planeta entero: habitantes de Argelia, Rusia, Grecia, Japón, Arabia Saudita, Brasil y Argentina se han sentido atraídos por la mística del cantante, quien antes de triunfar fue camarero y futbolista.
El amor por José Alfredo no solo es patente en México, sino en todo el mundo; para muestra, estos ejemplos: el cantante español Enrique Bunbury obtuvo el primer lugar en las listas de popularidad de Holanda —país donde no se habla español— con la canción “El jinete”, mientras que uno de los discos más aclamados de Chavela Vargas en Alemania contiene nueve canciones del mexicano.
Cuentan que Chavela Vargas, la inseparable cómplice de José Alfredo, decía que el amor no existe, que es un invento de las noches de borrachera. Y si alguien sabía de parrandas eran ellos.
José Alfredo Jiménez inició su carrera artística en la cantina Salón París, ubicada en la esquina de la calle Salvador Díaz Mirón y Jaime Torres Bodet, en la colonia Santa María La Ribera de la Ciudad de México.
Aunque no solo ese sitio fue trascendente en la carrera del cantautor; también algunas de las más antiguas cantinas del centro de Dolores son relevantes, pues cuentan que allí se sentó a escribir algunos de sus más famosos estribillos.
Descubre la faceta bohemia y parrandera del guanajuatense a través de un tour de cantinas, recorrido que alcanza su apogeo durante los tres días que dura el Festival Internacional José Alfredo Jiménez, pero que es posible disfrutar el resto del año.
Son varios los establecimientos que se visitan, pero los imperdibles son El Faro, La Hiedra y El Incendio, sugiere Favio Ramírez Ávalos, guía de turistas de Guanajuato.
En esas pequeñas cantinas podrás escuchar historias sobre el cantante, así como degustar un caballo blanco: mezcla de vodka y un poquito de granadina, la cual le aporta el color rojo que simboliza la sangre que le escurre al corcel en la canción; un perro negro: brandy con refresco de cola, o la bebida típica de las cantinas locales: el amargo, digestivo elaborado a base de hierbas silvestres como el estafiate y la manzanilla. Según Favio, esta bebida es un excelente remedio contra los malestares de la resaca.
Otro gusto que no puedes perderte son las nieves que aquí se preparan. Prueba una de cerveza, mole o hawaiana en los puestos móviles ubicados en el jardín principal o dirígete a la nevería más prestigiosa de la zona: La Flor de Dolores.
El establecimiento, fundado por el maestro nevero Antonio García Díaz, cumplirá cuatro décadas en marzo. La delicadeza de sus sabores es tal que ni la realeza española se ha resistido a probarlas. En una ocasión —durante una cena de gala de la Casa Real en enero de 2014—, el postre corrió a cargo de La Flor de Dolores.
Sus 62 sabores son tan exquisitos que el postre ha sido galardonado en la Feria Internacional de Turismo, celebrada en Madrid, España. Decidirte por uno será difícil. Hay de fresa, pero no de cualquiera, sino de las cultivadas en Irapuato; de tres cactáceas, o una de vino de uva cabernet sauvignon elaborada con el fin de promocionar a Cuna de Tierra, una casa vinícola de la región.
Y no podía faltar la que le rinde homenaje al cantante: la José Alfredo Jiménez, una fusión del mexicanísimo tequila con xoconostle, tuna agria con un alto contenido de antioxidantes.
Los restos de José Alfredo Jiménez han estado sepultados durante 45 años; sin embargo, su fuerza sigue presente. “Ya sea en México o en el extranjero, la gente me habla de él en presente y me pregunta cómo está”, confiesa José Alfredo Jiménez hijo. ¡Bien dijo Carlos Monsiváis que no hay manera de envejecer a José Alfredo!
México lo ovacionó desde sus inicios, pero ahora artistas de diferentes partes del globo reconocen su grandeza. “Cuando mi padre falleció, tenía dos canciones grabadas por Raphael y una por José Feliciano, ese era todo su catálogo internacional; hoy en día, es de los más grandes”. Sus obras han sido grabadas en inglés, holandés y ¡hasta en árabe!
José Alfredo Jiménez fue un factor de unión en vida y post mortem, dice José Azanza. Y no solo eso, también se ha convertido en fuente de trabajo para sus paisanos gracias a la industria que se ha erigido en Dolores Hidalgo en torno a su figura.
No cabe duda de que la frase escrita por el cantante Joaquín Sabina —uno de sus principales admiradores y artífice de todo un fenómeno sobre el guanajuatense— cada vez es más real: “Porque canta como nunca, porque gana batallas, como el Cid, después de muerto, por su altísimo ejemplo. Porque sigue siendo el rey”.
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