¿Por qué algunos planetas tienen lunas?
Venus y Mercurio no tienen satélites. La Tierra tiene uno que, en relación con su propio tamaño, es mayor que los de los planetas gigantes.
Marte tiene dos lunas pequeñas y los gigantes de gas Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno, varias cada uno. El distante Plutón tiene una luna de casi de la mitad de su tamaño.
Los astrónomos aún no pueden encontrar una respuesta a esta pregunta básica: ¿por qué algunos planetas tienen varias lunas y otros ninguna? Tampoco pueden explicar con certeza cómo surgieron las lunas: satélites de cuerpos celestes más grandes.
El astrónomo inglés George Darwin hizo estudios al respecto en el siglo pasado y llegó a la conclusión de que la Tierra y la Luna fueron en un principio un solo cuerpo. La Tierra, que giraba a gran velocidad, arrojó parte de sí misma al espacio.
Los científicos descartan esta teoría, sobre todo porque sostienen que la rotación de la Tierra, que sigue siendo la misma, es demasiado lenta para arrojar y poner en órbita un cuerpo del tamaño de la Luna.
Además, los análisis de rocas lunares muestran demasiadas diferencias con las rocas terrestres.
Una segunda teoría establece que la Tierra y la Luna se formaron por separado, al mismo tiempo que otros planetas. En caso de ser cierto cierto, nadie puede explicar a satisfacción por qué están compuestas de diferentes materiales (la Tierra tiene un núcleo metálico y la Luna de roca sólida).
Otra teoría, que apoyaron varios astrónomos, sostenía que la Tierra y la Luna se formaron de diferentes materiales y en distintas épocas. La Luna seguía una órbita que la aproximó a la Tierra y la fuerza de gravedad de esta última la atrapó como satélite.
Una idea más reciente afirma que un gran asteroide chocó con la Tierra poco después de su creación, hace unos 4,600 millones de años. La inmensa lluvia de residuos de la colisión fue lanzada al espacio donde, con el tiempo, se formó la Luna.
Sea como haya sido (algún día los astrónomos darán la explicación), nos brindó una fuente de inspiración para la poesía y el romance.
Existe una leyenda azteca que se remonta a la creación del universo cuando los dioses, en su intento por lograr la perfección del género humano, formaron y destruyeron la Tierra en cuatro ocasiones por medio de agua, fuego, aire y tigres que devoraron a los seres humanos.
Cuando destruyeron la cuarta creación, con ella también desapareció el Sol, así que los dioses se reunieron en Teotihuacán y decidieron que uno de ellos se convertiría en el astro.
Hubo dos dioses que se ofrecieron para el sacrificio supremo: el primero, rico y poderoso, ofreció al padre de los dioses plumas de quetzal, bolas de oro y espinas de corales preciosos; el otro dios, pobre y enfermo, le ofreció bolas de heno y espinas de maguey teñidas con la sangre de su sacrificio.
Como preparación para el ritual divino, ambos ayunaron durante cuatro días y al quinto, cuando debían lanzarse al brasero sagrado para salir purificados y alumbrar al mundo, el dios rico hizo tres intentos, pero se detuvo al borde de la hoguera.
El dios pobre cerró los ojos y saltó sin titubear; el rico, avergonzado, también se arrojó a la hoguera.
Nuevamente el Sol iluminó la Tierra y de inmediato apareció la Luna, resplandeciente como el astro rey. Al verla, los dioses se indignaron por la osadía del dios rico: se comparaba con el Sol. Enojados le golpearon el rostro con un conejo.
Desde entonces, según nos relata la leyenda azteca, la Luna lleva en su faz la figura de Tochtli, el conejo de la Luna.
Extraído del libro El mundo y sus porqués