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¿Por qué creemos en Santa Claus?

La jovial figura de Santa Claus, o Papá Noel, encarna una gran cantidad de leyendas que se remontan 1,600 años atrás a un hombre llamado Nicolás, obispo de Mira, ciudad de Asia Menor gobernada por el Imperio Romano.

Durante una persecución de cristianos, el emperador Diocleciano encarceló al obispo, pero tiempo después Constantino el Grande le concedió la libertad. Muerto alrededor del año 326, el obispo era famoso por su piedad y caridad, sus dádivas a los pobres y su amor a los niños; en 1087 sus restos fueron llevados a la iglesia de San Nicolás en Bari, Italia.

Durante los siguientes 500 años, niños y adultos honraron a San Nicolás en toda Europa. Rusia y Grecia lo adoptaron como su patrono. Cientos de iglesias en diferentes países fueron bautizadas en su honor.

Particularmente los marinos y los viajeros se encomendaban a él, pues se decía que conjuraba las tormentas y salvaba vidas. Buques holandeses a menudo llevaban la figura de San Nicolás en el mascarón de proa, y embarcaciones rusas y griegas portaban su imagen en el castillo de proa para que las protegiera de los peligros.

Las historias acerca de la bondad y la generosidad de San Nicolás viajaron con los marineros holandeses. El 6 de diciembre, día de San Nicolás en Holanda, los niños que se portaban bien recibían regalos traídos, según se decía, por un santo de gran barba que iba montado en un caballo blanco; ese santo también castigaba a los traviesos con una vara muy larga.

¿Cómo se convirtió San Nicolás en Santa Claus?

El nombre proviene del latín Sanctus Nicolaus, que los holandeses transformaron en Sinterklaas. Pero, ¿cómo esta santa figura de juicioso comportamiento llegó a ser el alegre personaje vestido de rojo que ríe sin cesar?

La explicación más aceptable proviene de la tradición holandesa, pero también del Nuevo Mundo. Se dice que los colonos holandeses que se establecieron en Nueva Amsterdam, actual ciudad de Nueva York, llegaron en un barco que llevaba la imagen de un San Nicolás que fumaba pipa, usaba pantalones y sombrero de ala ancha.

Tiempo después, en épocas navideñas, los colonos representaban a San Nicolás en sus procesiones, y esta figura fue cambiando según la imaginación de sus creadores.

En 1809 el escritor y periodista estadounidense Washington Irving describió a un risueño Santa Claus que fumaba pipa y cruzaba el firmamento en trineo. Perfeccionando esta imagen, Clement Clarke Moore publicó en 1823 un popular poema titulado “La noche anterior a Navidad”.

Los versos aluden a un rollizo San Nick que viaja en un trineo tirado por ocho renos, se desliza por las chimeneas de las casas y llena los calcetines de los niños con dulces y juguetes. Finalmente, en 1863 el Harper’s Ilustrated Weekly publicó una caricatura en la cual Santa Claus aparece tal y como lo conocemos hoy: con su larga barba blanca y su traje rojo y blanco.

¿Por qué ponemos nacimientos?

El nacimiento, pesebre o belén es la representación, por medio de figuras, de la llegada del Mesías al mundo. No se sabe con seguridad cuándo comenzó esta tradición; algunas fuentes aseguran que en el año 345 de la era cristiana se instaló un pequeño pesebre en el sepulcro de Letrán; por otra parte, en el siglo VII, en Santa María la Mayor, en Roma, parece que existía un oratorio en forma de pesebre.

Sin embargo, fue San Francisco de Asís quien, entre los años 1200 y 1226, popularizó la costumbre de representar la escena sagrada. Poco a poco, y contando con la autorización del papa Honorio III, la idea fue cobrando fuerza, de forma que pintores y escultores adoptaron tal motivo para recrearlo con su arte.

Gracias a la difusión de los franciscanos, el nacimiento se introdujo en España en el siglo XIV, pero se adoptó de manera definitiva en el siglo XVII. En la Nueva España, la representación de esta idea fue un recurso poderosísimo para difundir el concepto cristiano.

Los nacimientos se presentaron en forma de obras teatrales, o pastorelas, y se adaptaron bien a la forma de pensar de los indígenas.

Fray Pedro de Gante fundó una escuela en Texcoco, en la cual había un taller de cerámica que, entre otras cosas, hacía figurillas especiales para los nacimientos.

Las familias acomodadas adoptaron también la costumbre de colocar el nacimiento en sus hogares y lo perfeccionaron con musgo, espejos, heno y luces.

Hoy, la época navideña ofrece mil posibilidades de representar el nacimiento del Redentor; chicos y grandes se deleitan colocando figuras bajo un techito de paja, alrededor del pequeño niño sonrosado que levanta sus manitas de yeso como esbozando una bendición.

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