A veces, cuando nos resfriamos, tiritamos sin poder contenernos. Como muchos de nuestros movimientos, temblar es un reflejo innato, o sea que se presenta sin control consciente.
Cuando el médico golpea las rodillas del paciente con un martillo de plástico, verifica otro reflejo innato controlado por el sistema nervioso autónomo.
El golpe distiende un rígido tendón muscular y envía un mensaje a la médula espinal, que a su vez devuelve otro mensaje que provoca la contracción del músculo y sacude repentinamente la pierna hacia arriba. Este proceso, de principio a fin, se conoce como arco reflejo.
Si la pierna no responde, puede ser indicio de daño en el sistema nervioso, y entonces el médico, probablemente recomendará un examen neurológico completo, en que se verificarán a conciencia muchos otros reflejos.
Otras pruebas de reflejos, análogos al de la rodilla, incluyen luces brillantes en los ojos para ver cómo se dilatan las pupilas, o frotar la planta de los pies para ver cómo reaccionan los dedos.
Cuando un bebé agarra un dedo de la mano de un adulto, o cualquier otro objeto con su palma, usa lo que se conoce como reflejo primitivo, y si se le toca la mejilla cerca de la comisura de la boca, volverá el rostro y succionará el dedo, movimiento que, cuando se alimenta, automáticamente permite que encuentre el pezón de la madre.
Éstos son dos de los muchos tipos de reflejos que se presentan en los primeros meses de vida. En alguna etapa de la evolución humana, estos movimientos quizá fueron necesarios para la sobrevivencia del bebé.
El reflejo primitivo indica que el bebé tiene un sistema nervioso sano. Pero si el niño continúa mostrando estos reflejos después de los tres o cuatro meses de edad, los padres deben consultar a un especialista. Es posible que el niño manifieste signos de daño cerebral.
Señales de emergencia que desconectan el cerebro
En un juego de fútbol suele ser común ver a un jugador que recibe un severo golpe en la cabeza y se tambalea durante varios minutos. Los espectadores observan que el jugador “no sabe dónde está”, y quizá sea cierto: ha sufrido una contusión. De acuerdo con la severidad del golpe, puede ser leve y pasajero o grave y durar más tiempo.
Una contusión fuerte puede causar inconsciencia acompañada por pérdida de memoria. Quizá el jugador no recuerde la lesión o algunos detalles del juego. Un ataque de amnesia no suele durar mucho.
En cualquier caso, toda persona que sufra un golpe fuerte en la cabeza debe acudir al médico para descartar una posible fractura. Si la amnesia persiste por una semana o más, habrá que acudir a un especialista, pues podría ser una lesión cerebral grave.
El cerebro cuenta con un impresionante despliegue de defensas múltiples. Es el órgano mejor protegido del cuerpo. En primer lugar, está protegido por el cráneo, el esqueleto óseo del cerebro, que es sumamente fuerte.
Por eso muchos cráneos rotos tienen lo que se conoce como fracturas cerradas, o simples, en las cuales las piezas rotas permanecen en su lugar. Las fracturas abiertas, en que las piezas quedan dispersas, son más graves porque los fragmentos pueden perforar la membrana externa. Esto, por fortuna, es muy raro.
Dentro del cráneo el encéfalo y la médula espinal quedan a resguardo, como delicados instrumentos guardados en sus estuches. Por fuera está la duramadre, resistente y parecida al cuero. Debajo de ésta hay otras dos fuertes membranas: la aracnoides y la piamadre, protegidas por un líquido.
A pesar de estas defensas, si el cerebro recibe un golpe fuerte, las regiones vinculadas con la memoria pueden dañarse temporal o permanentemente. Hasta que se restablezca la normalidad, una víctima quizá no pueda almacenar nueva información.
Otras causas de amnesia son la enfermedad de Alzheimer, la encefalitis, los ataques de apoplejía y los tumores cerebrales. El alcoholismo también afecta la memoria.