La seda es una secreción proteínica elaborada por las arañas y muchos insectos. Diminutos tubos secretan seda que sale del cuerpo por unos pequeños orificios. Cuando esos filamentos de dos a seis, salen del cuerpo de esos insectos del insecto, se cristalizan y forman un hilo más resistente que el animal utiliza para formar redes o capullos.
Aunque gran variedad de criaturas elaboran seda, ninguna, excepto el gusano de seda de la morera (la larva de la mariposa nocturna Bombyx mori), produce una seda que se puede hilar. Por ejemplo, la seda de la araña tiene una calidad exquisita y ha llegado a hilarse para pequeñas prendas como novedad.
Sin embargo, la exigua cantidad de seda, que producen y la dificultad para criarlas, constituyen desventajas para usar este tipo de seda con fines comerciales. Los gusanos de seda comerciales se alimentan de las hojas de la morera blanca.
Se les mata después de que tejen sus capullos; si se les permitiera madurar, romperían los capullos y los echarían a perder. Por supuesto, se permite que algunos gusanos se conviertan en mariposas con fines reproductivos.
El capullo suele ser rociado con vapor o sumergido en agua caliente para matar al insecto en su interior y aflojar los filamentos. Cada capullo es desenredado a mano, y el obrero debe encontrar en primer lugar el extremo, lo que requiere de gran destreza manual.
Una hebra extendida de un capullo mide cerca de 1.6 km de longitud. Luego, las hebras de varios capullos se enrollan en un carrete y se hilan en una hebra más gruesa para confeccionar telas.
Antes de la era cristiana y hasta mediados del siglo XV, la seda se transportaba desde China atravesando Asia central hasta el Mediterráneo, siguiendo la antigua Ruta de la Seda, llamada así porque ésta era el artículo principal de comercio entre Oriente y Occidente.
Los chinos conservaron el secreto de su fabricación hasta que, en el siglo VI, unos monjes, en su camino hacia Europa, contrabandearon algunos huevecillos de gusano de seda. En muchos lugares se establecieron industrias de producción de seda, principalmente en Japón y en la región de Lombardía, en el norte de Italia, donde florecen los árboles de morera.
Hoy día los principales productores de seda cruda son China, Japón e Italia y las técnicas utilizadas en su procesamiento tienden a transmitirse de generación en generación. Su escasez y belleza han hecho de la seda un material muy apreciado durante siglos.
La historia romántica del hilado de la seda se remonta a la emperatriz china Xi Lingshi. Se dice que en el año 2640 a.C. ella descubrió por casualidad el secreto para elaborarla, cuando intentaba descubrir qué era lo que se consumía los árboles de morera de su esposo.
En los anales de la dinastía Han (206 a.C. a 221 d.C.) se hace referencia a la seda, cuando ésta constituía el principal artículo de comercio con el mundo grecorromano. En la época de Julio César la seda era el tejido de vestir predilecto de la nobleza romana; poco después, los romanos promulgaron leyes que prohibían a determinadas clases sociales usar prendas de seda y más tarde otros copiaron esta prohibición.
La seda sigue siendo una tela para los afortunados, si bien ya no por edicto real, sí por cuestiones de dinero. La producción mundial de seda es pequeña, cerca de 50,000 toneladas por año, y las telas más finas alcanzan precios muy altos.
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