La obesidad suele explicarse como un exceso de grasa corporal o un trastorno metabólico. Sin embargo, la evidencia científica actual muestra algo más profundo: la obesidad comienza en el cerebro, concretamente en los sistemas que regulan el hambre, la saciedad y el gasto energético.
Este cambio de mirada resulta clave para entender por qué perder peso y mantenerlo no es igual de sencillo para todas las personas y por qué, en muchos casos, la dieta y el ejercicio no son suficientes.
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Un cerebro diseñado para sobrevivir, no para adelgazar
Durante la mayor parte de nuestra historia evolutiva, el ser humano vivió en escasez. El cerebro desarrolló mecanismos muy eficientes para defender la grasa corporal, ya que perderla podía significar no sobrevivir.
Ese “cerebro ancestral” sigue funcionando hoy, pero en un entorno completamente distinto: alimentos hipercalóricos disponibles todo el tiempo, sedentarismo, estrés crónico y falta de sueño. El resultado es un desajuste biológico que favorece la ganancia de peso, especialmente en personas con predisposición genética.
El hipotálamo: el centro de control del peso
El protagonista de esta historia es el hipotálamo, una región cerebral que actúa como un auténtico termostato energético. Allí se integran señales hormonales como la leptina y la insulina para regular cuánto comemos y cuánto gastamos.
Cuando una persona pierde peso, el cerebro interpreta la situación como una amenaza y responde aumentando el apetito y reduciendo el gasto energético. Además, se activa una especie de “memoria obesogénica” que empuja a recuperar el peso perdido.
Por eso, aunque llevar una alimentación saludable y mantenerse activo es fundamental para la salud, no siempre basta para revertir la obesidad cuando los circuitos cerebrales ya están alterados.
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Inflamación cerebral y dificultad para adelgazar
Factores como el estrés, las dietas ricas en ultraprocesados, la falta de sueño o las alteraciones hormonales pueden provocar inflamación en el hipotálamo. Cuando esto ocurre, se altera el equilibrio entre las neuronas que estimulan el hambre y las que generan saciedad.
Algunas personas logran volver a su peso inicial tras un periodo de sobrealimentación; otras no. La diferencia, cada vez más claro, está en cómo responde su cerebro.
Hombres y mujeres: respuestas distintas
La investigación también muestra que el cerebro no responde igual en hombres y mujeres. Las mujeres, antes de la menopausia, suelen tener una protección metabólica mayor gracias a los estrógenos. Sin embargo, esta ventaja disminuye durante la perimenopausia y la menopausia, etapas clave en el aumento de peso y el riesgo cardiovascular.
Comprender estas diferencias es esencial para diseñar tratamientos más eficaces y personalizados.
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Nuevos tratamientos: actuar directamente sobre el cerebro
Desde 2021, medicamentos como la semaglutida han cambiado el tratamiento de la obesidad al actuar sobre mecanismos cerebrales del apetito. Aunque eficaces, presentan limitaciones y no funcionan igual en todas las personas.
Por ello, la investigación avanza hacia terapias dirigidas directamente al cerebro, como la nanomedicina, que permite llevar fármacos de forma más precisa a las zonas que regulan el hambre y la saciedad. El objetivo es reducir efectos secundarios y mejorar la eficacia a largo plazo.
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Un cambio necesario de mirada
La obesidad no es un fallo personal ni una cuestión de fuerza de voluntad. Es una enfermedad compleja, con raíces profundas en el cerebro, que requiere un enfoque médico, social y libre de estigmas.
Entender cómo funciona el cerebro en la regulación del peso es uno de los mayores retos de la salud pública actual y una de las claves para frenar una de las pandemias silenciosas del siglo XXI.