Cuando el pollo no era un platillo común y sólo se servía en ocasiones especiales, quebrar el “huesito de la suerte” representaba todo un acontecimiento.
La suerte comenzaba cuando una persona encontraba en su ración el huesito y escogía a uno de los comensales para quebrarlo. Quien se quedaba con la parte más larga pedía un deseo, el cual, según la creencia, se cumpliría.
La costumbre de partir “huesitos de la suerte” se remonta cientos de años atrás. Los estudiosos afirman que tal práctica se llevaba a cabo siglos antes de Cristo. Los pueblos antiguos veneraban a los gallos porque anunciaban el nuevo día y a las gallinas porque daban huevos.
En el siglo IV a.C., los etruscos de Italia central sacrificaban aves para invocar a uno de sus dioses y poder así predecir el futuro o resolver problemas. El hueso ahorquillado del pecho de las aves, la espoleta, se dejaba secar al sol.
Más tarde, dos personas lo quebraban, exactamente como lo hacemos ahora, y quien se quedaba con la parte más grande formulaba un deseo. Los romanos adoptaron la costumbre, llevándola a diversas partes de Europa.
Hay dos razones por las cuales se cree que los antiguos escogieron este hueso y no, por ejemplo, una costilla o un ala. Por un lado, se dice que el hueso se parece a las piernas de un hombre y que ellas simbolizan la vida.
Otra explicación sostiene que este hueso tiene la misma forma de otro símbolo de la suerte: la herradura; pero como en la ceremonia del “huesito de la suerte” se destruye esta figura, los estudiosos descartan dicha interpretación.
Muchos pueblos han atribuido a las aves el poder de adivinar el futuro. Un juego favorito entre los etruscos consistía en formar un circulo con las letras del alfabeto, colocar junto a cada una granos de maíz y dejar libre a una gallina.
Se formulaban preguntas tales como quién se casaría con quién. El lugar en el que el ave empezaba a comer daba la pista para saber la respuesta.
A lo largo de la historia, la sal ha sido siempre símbolo de vida. Aun quienes no tenían ningún conocimiento de medicina, comprendían que la sal era esencial para su bienestar. Sabían, al igual que nosotros, que esta sustancia les ayudaba a conservar los alimentos.
La carne salada tardaba mucho en descomponerse, y como la podredumbre se creía obra del demonio, la sal pasó a representar a Dios. Derramar sal era y sigue siendo señal de mala suerte; equivale a animar al demonio para que destruya la vida.
Pocos de nosotros derramamos sal sin tomar luego la precaución de arrojar unos cuantos granos por encima del hombro izquierdo. Según nuestros antepasados, esto ayudaba a ahuyentar al demonio, que siempre está al acecho a espaldas nuestras, del lado izquierdo o siniestro.
Descubre por qué no debes quedarte sentado más de lo necesario.
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