Al francés Pierre de Fredy, mejor conocido como Barón de Coubertin, se le atribuye el haber revivido los Juegos Olímpicos modernos. De hecho, los esfuerzos por restaurar la Olimpiada ya existían desde hacía dos siglos.
De 1612 a 1852, con excepción de los años en que hubo guerra, los Juegos Olímpicos de Cotswold se llevaron a cabo en Inglaterra. (Fueron reinstalados en 1963.)
En 1852 el arqueólogo alemán Ernst Curtius, que había trabajado en algunas excavaciones en Olimpia, sugirió que se restaurara la Olimpiada. Pero la labor del Barón de Coubertin logró hacer realidad el proyecto.
Cuando era joven, De Coubertin visitó las escuelas de Rugby y Eton en Inglaterra, y entonces comenzó a afirmar que los alumnos franceses aprenderían más practicando deporte que repitiendo lecciones de latín.
Como resultado, las escuelas introdujeron juegos organizados y competencias interescolares. Entonces, el gobierno le pidió que promoviera una conferencia internacional de educación física. De Coubertin emprendió la tarea de revivir los Juegos Olímpicos y dio conferencias sobre el tema en Londres y en Estados Unidos.
En 1894; 79 delegados de 12 países asistieron al Primer Congreso Olímpico en París, y por unanimidad decidieron que se reivindicaran los Juegos. Ese año, el Barón de Coubertin publicó un edicto en el que subrayaba “la suprema importancia de conservar el carácter noble y caballeroso de los atletas, por encima del profesionalismo”.
Los primeros Juegos de Atenas en 1896 atrajeron entusiastas multitudes, pero en 1900 la Olimpiada de París fue opacada por la Exposición Universal. Los Juegos Olímpicos tenían la gran desventaja de llevarse a cabo con poca frecuencia, por lo cual era difícil que contaran con el apoyo del público. Sin embargo, De Coubertin no tenía ninguna intención de dejar que la flama olímpica se apagara.
En aquellos días lo apoyaba el padre HenriMartin Didon, un prior dominicano del Colegio de Arceuil, de París. Él quería que sus alumnos hicieran deporte, y les enseñó un lema: Altius, Citius, Fortius (más alto, más rápido, más fuerte), que se convirtió en la máxima de la Olimpiada y se usó por primera vez en los Juegos de Amberes en 1920.
En 1908, durante los Juegos de Londres, De Coubertin asistió a una misa en la Catedral de San Pablo, que se efectuó para celebrar la Cuarta Olimpiada. El obispo de Pensylvania dedicó un sermón a la importancia de las competencias olímpicas.
El mensaje inspiró a De Coubertin, que más tarde escribió: “Lo importante en los Juegos Olímpicos no es ganar, sino competir. Lo esencial en la vida no es conquistar, sino pelear correctamente.”
Desde 1932, los tableros de los Juegos muestran estas palabras en la ceremonia de inauguración. Esa afirmación no concuerda con el espíritu de las antiguas Olimpiadas, donde ganar era lo más importante.
En épocas recientes, los competidores y las naciones han hecho un gran esfuerzo para revivir la tradición griega. De Coubertin fue la energía que logró restaurar los Juegos, acrecentando el interés popular.
Su entusiasmo y su instinto promotor también influyó en el diseño de la bandera olímpica sostuvieron el movimiento durante sus primeros años, cuando estaba en peligro de desaparecer. Sin su labor, los Juegos Olímpicos no existirían en la actualidad.