Todos conocemos a alguien, o quizás nos hemos sentido así alguna vez, que parece ver la vida a través de un filtro de negatividad y resentimiento. Pero, ¿qué hay realmente detrás de una persona amargada? ¿Es un rasgo de su personalidad o una consecuencia de sus vivencias?
El psicólogo Antoni Bolinches ofrece una respuesta clara y reveladora: la amargura no es un destino, sino el resultado de cómo gestionamos nuestra memoria. Según el experto, la clave está en los recuerdos negativos del pasado que se mantienen vivos en el presente.
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La memoria selectiva: el editor interno que define tu realidad
Nuestro cerebro no es una grabadora fiel de la realidad; es un “editor benevolente” que tiende a modificar nuestros recuerdos. Sin embargo, este editor no funciona igual para todos. Bolinches destaca una diferencia fundamental:
- La memoria del optimista: Tiende a suavizar las malas experiencias y a resaltar los momentos felices.
- La memoria del pesimista: Hace exactamente lo contrario. Se aferra a lo doloroso, minimiza lo bueno y mantiene latentes las heridas del pasado.
“La memoria tiene tendencia a percibir lo bueno en el perfil del optimista y, por desgracia, tiene tendencia a recordar lo malo en el perfil del pesimista”, explica el psicólogo.
El ancla del pasado: la razón por la que las personas se amargan
Aquí reside el núcleo del problema. Según Bolinches, la amargura nace de una incapacidad para olvidar o resignificar lo malo. “Las personas que se amargan la vida es porque todavía tienen en el presente los recuerdos negativos del pasado”, afirma.
Este mecanismo crea una profecía autocumplida: si una persona se enfoca constantemente en el daño que le hicieron, vivirá con miedo y resentimiento, lo que le impedirá avanzar y relacionarse de forma sana. Se quedan estancados, reviviendo el dolor una y otra vez, porque su memoria ha elegido quedarse con el papel de víctima.
La trampa de la “nostalgia tóxica”
Este fenómeno se agrava con lo que Bolinches llama la “nostalgia tóxica”: la tendencia a idealizar un pasado “editado” y mejorado para escapar de las complejidades del presente. Al creer que “todo tiempo pasado fue mejor”, la persona entra en un estado de insatisfacción crónica.
El problema, según el experto, es un círculo vicioso: “Precisamente porque idealizo aquello que tuve y ya no tengo, tengo nostalgia. Pero debido a que tengo nostalgia, refuerzo la idealización”.
La salida: aceptar para superar y “saber olvidar”
Afortunadamente, no estamos condenados por nuestra memoria. Bolinches propone herramientas para romper este ciclo y cultivar una relación más sana con nuestro pasado:
- Practicar el diálogo interior: Es fundamental hablar con nosotros mismos con honestidad, sin engañar a nuestra propia memoria. Esto implica hacer un balance real de las experiencias, reconociendo tanto lo bueno como lo malo.
- Desarrollar la “aceptación superadora”: No se trata de negar el dolor, sino de aceptar que las malas experiencias forman parte de la vida. “Solo podemos cambiar lo que previamente podemos aceptar”, argumenta el psicólogo. Aceptar que fuimos heridos, pero también que pudimos herir, es clave para sanar.
- Aprender a olvidar: Para Bolinches, la capacidad de olvidar es crucial para ser felices. En este contexto, olvidar no es amnesia, sino el acto consciente de soltar el peso de los recuerdos negativos para poder vivir en el presente. Como él mismo resume: “saber olvidar ya es tener buena memoria”.
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Tu presente no tiene por qué ser prisionero de tu pasado
Entender qué hay detrás de una persona amargada nos revela que la amargura no es una sentencia, sino un patrón mental anclado en el pasado. La diferencia entre una persona resiliente y una que vive con resentimiento a menudo radica en la capacidad de su memoria para editar la propia historia de una manera constructiva.
A través de la auto-observación, un diálogo interno honesto y la aceptación de todas nuestras experiencias, es posible soltar el ancla del pasado y permitir que nuestro presente y futuro sean más luminosos.