Si usted tiene sangre normal y se corta, diminutas células conocidas como trombocitos o plaquetas llegan al rescate. Estas células en forma de discos, las más pequeñas del torrente sanguíneo, se aglutinan en segundos para sellar la herida.
Pero antes de entrar en acción necesitan que algo haya sido dañado, como por ejemplo cualquier pared de un vaso sanguíneo.
Las primeras plaquetas que detectan un hoyo en la pared de un vaso sanguíneo se vuelven pegajosas, de manera que puedan adherirse a los lados del orificio. Al hacerlo, cambian su forma, convirtiéndose en esferas con espinas que las ayudan a mantenerse juntas, y emiten señales a otras plaquetas para que ayuden a llenar el hueco.
Cada gota de sangre suele contener unos 115 millones de plaquetas, de modo que la ayuda siempre está a la mano. Si la herida no es grave, esta unidad de urgencia la controla y todo vuelve a la normalidad casi sin sentirlo.
La etapa final en el proceso de cerrar una herida es la coagulación: el endurecimiento de la sangre para formar un sello resistente. En una serie de complejas etapas conocida como cascada de coagulación, la sangre forma una proteína viscosa llamada fibrina, el principal componente de los coágulos.
Las moléculas inactivas del plasma súbitamente entran en acción, desatando progresivamente una reacción en cadena. En cuestión de segundos, una molécula activa puede estimular a otras 30,000.
Las deficiencias en la sangré pueden causar que fluya lentamente o que se coagule sin motivo. Otras anomalías, como la falta de plaquetas, pueden evitar la coagulación y causar hemofilia.
Los médicos prueban la capacidad de coagulación de la sangre por medio de la punción de la piel, en la oreja o el antebrazo y tomando el tiempo que tarda en dejar de sangrar. El promedio es de 3 a 8 minutos.
¿Por qué se obstruyen las arterias?
Nuestras arterias realizan el trabajo vital distribuir la sangre que bombea el corazón. Se trata de tubos flexibles, en tres capas, que forman conductos capaces de soportar la presión del bombeo cardiaco. Esta presión puede variar considerablemente. Muchas veces es difícil percibir los latidos; otras veces, como al hacer ejercicio, se sienten como golpes sordos.
Debajo de una envoltura resistente y fibrosa, las arterias tienen una capa media más gruesa, pero elástica, con un recubrimiento interior suave que permite que la sangre fluya fácilmente. Como toda superficie de trabajo, este revestimiento se daña con facilidad; por muchas razones (hipertensión, fumar, estrés, etc.) el revestimiento se engruesa y obstruye la arteria.
El colesterol, producido por el hígado usado para producir nuevas células y algunas hormonas, puede ser otro factor.
Una dieta rica en productos lácteos, huevo y carne aumenta los niveles de esta sustancia. Aun cuando se duda que el colesterol represente un peligro grave para la salud, los médicos insisten en que la colesterenia aumenta el riesgo de enfermedades coronarias y de apoplejía.
Las zonas dañadas de las arterias forman cicatrices conocidas como placas, que consisten en depósitos de grasa. Hay dos tipos de células sanguíneas que contribuyen a su proliferación: grandes glóbulos blancos y los cúmulos de plaquetas, las células más pequeñas de la sangre, cuya función normal consiste en ayudar a la coagulación para sellar las heridas.
Cuando envejecemos, las placas son más numerosas y densas. En algunas zonas se acumula el calcio: una masa dura, parecida al gis, que bloquea las arterias. Estas arterias más estrechas realizan con mayor dificultad la tarea de transportar la sangre.
En puntos duros, recubiertos por placas, se forman coágulos que a veces se desprenden y viajan por el torrente sanguíneo llegando a obstruir el paso de la sangre en cualquier lugar.
Debido a que el corazón y la sangre son vitales, toda enfermedad que los afecte es grave. La aterosclerosis, o engrosamiento de las paredes arteriales, es el asesino más común en muchos países desarrollados.
La enfermedad de las arterias no sólo ataca el aparato circulatorio: la irrigación insuficiente de sangre a los intestinos, piernas y riñones también puede causar graves problemas.
Esta enfermedad no es inevitable ni ataca sólo a los ancianos; está vinculada a modos de vida insanos (dietas ricas en grasas, fumar, falta de ejercicio) que hay que combatir sin tregua.