¿Por qué se despide el Año Viejo con alegría?
La felicidad y el júbilo con que se despide el Año Viejo provienen del sentimiento de gratitud que cada persona experimenta al comprobar que ha vivido un año más, así como de la esperanza...
La felicidad y el júbilo con que se despide el Año Viejo provienen del sentimiento de gratitud que cada persona experimenta al comprobar que ha vivido un año más, así como de la esperanza renovada en una vida mejor que, se espera, comenzará con el Año Nuevo.
Una vieja costumbre consiste en formular buenos propósitos para llevarlos a cabo durante el año que está por comenzar, pues se cree que en el ciclo venidero los deseos y proyectos se verán cumplidos.
Según una antigua creencia, para que durante todo el año que está por comenzar no falten las provisiones, en la cena de Año Viejo deben incluirse platillos de caza y pesca, así como frutas y dulces.
Se cree que lo que se haga esa noche determinará el curso de los doce meses venideros, así que se renuevan votos de fidelidad y amor; se visitan las tumbas de los familiares ya fallecidos, y se practican otras costumbres muy curiosas.
Por ejemplo, se cree que deben comerse doce uvas al sonar las doce campanadas de la medianoche, una uva por cada campanada, y por cada una hay que formular un deseo, para garantizar prosperidad y buena fortuna.
Otro “ritual” muy arraigado consiste en barrer la entrada de la casa y sacar el polvo, a fin de echar afuera la mala suerte. También se recomienda estrenar alguna prenda de vestir para recibir regalos y, con el propósito de atraer viajes durante el año que empezará, salir a la calle a dar la vuelta a la manzana con una maleta en la mano.
En las iglesias se celebra la “misa de gallo” poco antes de la medianoche, para dar gracias por el año que termina.
En ciertas regiones de México, cuando ya está bien entrada la noche pero aún no ha terminado el año, comienza a oírse por las calles el alboroto de los que acompañan al “Año Viejo”: un niño disfrazado que camina encorvado y lleva sombrero campesino, barba y peluca de algodón o estropajo blanco, lentes, camisa y calzón de manta y huaraches.
Con un retorcido bastón de madera marca el rudimentario compás al tiempo que bailotea y entona la ya tradicional cancioncilla: “Una limosna para este pobre viejo, una limosna para este pobre viejo, que ha dejado un hijo, que ha dejado un hijo, para el Año Nuevo, para el Año Nuevo…”
En las grandes ciudades se acostumbra cada vez más que la gente despida el año en restaurantes o lugares públicos.
En las plazas de muchos pueblos y ciudades, ante el reloj principal, la gente se reúne para compartir con gran alegría los últimos minutos del año. Brindan, bailan, se besan y abrazan los unos a los otros, y no falta quien llore.
Se recuerda a los muertos que no llegaron a ver el final del año, así como a los recién nacidos. Al acercarse la medianoche, la gente se toma de las manos y a voz en cuello cuenta los segundos finales del año que termina: “… cuatro, tres, dos, uno!”
Los primeros minutos del Año Nuevo transcurren rápidamente entre risas y bailes, pues según la tradición esa alegría durará todo el año.
Cuando una pareja de recién casados parte con destino desconocido sin avisar a nadie, está repitiendo parte de una práctica bárbara muy antigua.
Hace siglos, los jóvenes, con ayuda de algún amigo, raptaban y escondían a la mujer que elegían como esposa y luego impedían cualquier intento de rescatarla. Después, cuando la muchacha había aceptado la situación, la pareja regresaba a la comunidad y el novio se ganaba la buena voluntad de los parientes haciéndoles regalos.
Hoy día, la novia coopera activamente en la dulce huida ayudando a despistar a los bromistas que a veces trastornan la partida de los recién casados. Algunas parejas conservan en secreto el lugar al que van y esto parece evocar las antiguas fugas de luna de miel.
La costumbre de la luna de miel comenzó con los antiguos teutones que vivieron en Jutlandia, en la parte norte de Europa, hasta que emigraron hacia el sur en el siglo II a.C. Un mes lunar o Luna después de su boda, los novios teutones celebraban su unión bebiendo hidromiel, un vino hecho de miel.
Esta fiesta llegó a conocerse como luna de miel y de allí proviene el nombre que se le da ahora al viaje que los desposados hacen inmediatamente después de haberse casado. Desde entonces este término se ha generalizado.
Actualmente se aplica a cualquier lapso posterior a un pacto, en el cual las “hostilidades” se suspenden temporalmente y hay armonía.