Pocos animales están tan relacionados con las supersticiones y los mitos como los gatos domésticos. Esto puede deberse, en parte, a sus hábitos nocturnos, su aparente habilidad para ver en la oscuridad y su extraordinaria agilidad.
Muchas personas observan que su mascota se inmoviliza repentinamente y fija la vista en algún punto con extraña intensidad, como si percibiera algo tan sutil que al observador más atento se le escapa.
Por lo anterior, no es extraño que nuestros antepasados hayan creído que los gatos podían ver fantasmas o seres extraños en la noche.
El vínculo de los gatos con la religión, lo oculto y lo sobrenatural se origina varios milenios atrás en diversas culturas.
Confucio y Mahoma los mencionan en sus escritos, y desde tiempos muy remotos, en los templos thai se consideraba que estos felinos eran sagrados, pero el lazo más antiguo lo encontramos en la civilización egipcia, cientos de años atrás.
Por investigaciones recientes sabemos que los gatos eran animales domésticos en Egipto hacia el año 1500 a.C. y tal vez desde antes. Poco a poco, los gatos se incorporaron al complejo sistema religioso de Egipto.
A los machos se les relacionaba con Ha, dios del Sol, y a las hembras con Bastet, diosa de la maternidad y la fertilidad. Los antiguos egipcios creían que un eclipse de sol era la batalla que libraba Ra contra Apap, dios de la noche. En esa lucha Ra tomaba la forma de un gato gigante. Dar muerte a un gato, aun accidentalmente, era más grave que matar a un ser humano.
Cuando la civilización egipcia finalmente sucumbió a las legiones romanas en el año 58 a.C., los dioses de los egipcios se desvanecieron, aunque más tarde algunos reaparecieron bajo otras formas.
Por ejemplo, Pasht, la diosa egipcia de la Luna, se identificó con Diana, la diosa romana que muchas veces se manifestaba como Hécate, un ser que dominaba la magia negra en el inframundo.
Se creía que Hécate podía convertirse en gato negro para salir del mundo de los muertos a incursionar entre los seres humanos. De repente, los gatos negros, adorados por los egipcios, se convirtieron en animales a los que había que temer. Durante la caótica situación que siguió a la caída del Imperio Romano, los europeos fueron identificando gradualmente a los gatos con Satanás.
Durante la Edad Media se creía que los demonios tomaban la forma de gatos. Por eso se pensaba que estos felinos eran compañeros inseparables de las brujas.
Para perpetrar sus fechorías una bruja necesitaba a un espíritu esclavo que tomara la forma de un gato. Una bruja podía asumir cualquier forma o apariencia, entre ellas la de un gato negro.
Quien se encontraba frente a estas criaturas no sabía si estaba viendo a un animal encantado, capaz de proezas sobrenaturales, o a una maligna hechicera. De cualquier forma, se les consideraba de mal agüero.
La persecución de gatos se tomó sistemática en todas partes; en muchos festivales europeos, tales como la Pascua y la Cuaresma, se practicaban sacrificios rituales de gatos.
Durante siglos, en París se celebró un festival en el que se encendían hogueras alimentadas de jaulas llenas de gatos. Ya en 1602 se creía que “para curar cualquier enfermedad causada por una bruja a un niño, se debe quemar el corazón de un gato negro y dárselo al niño durante siete días a la hora de dormir”.
También se creía que la cabeza de un gato negro “que no tuviera ninguna mancha de otro color”, reducida a cenizas, curaba la ceguera.
En el siglo XVIII surgió en Europa una extraordinaria ambivalencia con respecto a los gatos. El temor dio paso a la indulgencia y la aceptación, alimentadas por los intereses de mercaderes y granjeros, quienes apreciaban la habilidad de los gatos para eliminar ratas y ratones.
Los gatos negros se convirtieron en símbolo de buena suerte. En el norte de Europa, las esposas de los marineros tenían gatos negros, pues creían que esto protegería a sus hombres de los peligros del mar.
Algunos equipos de fútbol adoptaron a los gatos negros como mascotas. Estos felinos llegaron a ser tan codiciados que constantemente eran objeto de robo.
La situación cambió completamente y en muchos hogares los gatos recuperaron algo de la anterior posición que habían disfrutado en el antiguo Egipto, cuando se les reverenciaba como deidades en los templos. El sabio holandés Erasmo de Rotterdam escribió, después de visitar un hogar inglés, que al saludar tuvo que besar a todos los miembros de la familia, incluyendo al gato.
Ante un tapiz de creencias tan antiguo y variado como éste, no es de sorprender que hayan sobrevivido hasta nuestros días fragmentos tan dispersos y contradictorios de folclor y superstición.
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