En Nepal se sigue practicando la ancestral tradición hindú del chaupadi (exclusión durante la menstruación) que considera impura la menstruación y prohíbe a las mujeres y a las niñas tocar a los hombres, entrar en sus casas e incluso comer ciertos alimentos cuando están menstruando. En Vietnam, el 74 por ciento de los mercados, donde suelen trabajar las mujeres, carece de retretes.
Con el objetivo de sacar este tema del tabú y de la oscuridad y colocarlo en el centro del debate, el 28 de mayo se conmemora el Día Mundial de la Higiene Menstrual.
Casi nadie imagina que el ciclo menstrual en gravedad cero es una variable en la logística de las misiones espaciales. Desde los años sesenta, más de 60 astronautas han tenido que plantearse cómo manejarse con sus periodos a bordo de las naves.
Tanto el impacto físico como los problemas prácticos del peso y la eliminación de residuos (con instalaciones reducidas, diseñadas sin tomar en cuenta estas consideraciones) de productos como tampones, toallas sanitarias y anticonceptivos, han sido objeto de discusiones científicas de alto nivel, escribe Sergio I. Campos, jefe de la División de Agua y Saneamiento del Banco Interamericano de Desarrollo.
Porque el acceso a agua y saneamiento y su impacto en la higiene menstrual es una preocupación que comparten las ingenieras en el espacio con las mujeres que desarrollan tareas cotidianas aquí en la Tierra.
Hoy en día, —explica el economista— se estima que 663 millones de personas en el mundo carecen de acceso a agua segura; y en saneamiento estamos aún peor, con un tercio de la población mundial (es decir 2.400 millones de personas) sin acceso a un servicio adecuado. O, dicho en pocas palabras: hay más personas en el mundo con teléfono celular que acceso a un baño.
Dado el papel tradicional de la mujer en infinidad de sociedades, son ellas quienes asumen el peso (figurado y literal) de la falta de estos servicios, dedicando más de 125 millones de horas cada día a recolectar agua para sus familias en recipientes que pueden llegar a pesar hasta 20 kilos.
Entonces, cuando se diseña e implementa un sistema de agua potable, unidades básicas sanitarias o cualquier otro tipo de infraestructura de agua y saneamiento, no se trata de una simple operación de mejora de acceso. Debemos ir más allá de los tubos y caños e incluir perspectivas de género, para combatir las desigualdades y asegurar la calidad y sostenibilidad de las obras.
Empecemos por la salud, dice Sergio I. Campos. Alrededor de la carencia de agua segura, orbitan problemas relacionados a la mala calidad del recurso y/o malos hábitos de higiene. Por ejemplo, 1,5 millones de niños mueren cada año a causa de la diarrea; se trata de la segunda causa de mortalidad en menores de cinco. Simples prácticas como hervir el agua, lavarse las manos con jabón después de evacuar (o algunas más complejas como la limpieza de los tanques y cisternas) son necesarias (aunque no suficientes) para evitar las enfermedades transmitidas por el agua.
Sin embargo, como lo indica la economía del comportamiento, si queremos cambiar patrones como el lavado de manos, se tiene que romper esquemas tradicionales que asumen comportamientos racionales y acudir a herramientas más sofisticadas procedentes de campos tan variados como marketing o antropología.
“Y un vector decisivo de buenos hábitos en el hogar son las mujeres, sobre todo en áreas donde se encargan del acarreo del agua, la cocina, limpieza del hogar y cuidado de los más pequeños. En consecuencia, la participación igualitaria activa de hombres y mujeres en todo el ciclo de provisión de los servicios debe ser una prioridad sectorial para garantizar el éxito de nuestras intervenciones”.
Cuando no hay baños, las mujeres y niñas deben caminar grandes distancias, solas, de noche para evitar ser vistas y/o acosadas, obligadas a defecar al aire libre.
Por si esto fuera poco, en diversos países se ven obligadas a ausentarse de la escuela y/o el trabajo (lo cual repercute en su nivel de educación, ingresos y a la larga en su desarrollo humano) por falta o malas instalaciones sanitarias construidas sin considerar las necesidades de su higiene íntima (falta de separación de los cuartos de baño, de productos higiénicos o donde disponer de los mismos). Como ejemplo, la matrícula escolar de las niñas incrementa 15 por ciento cuando las comunidades cuentan con agua y saneamiento, puntualiza el economista.
Asimismo, el costo o la falta de costumbre de comprar toallas sanitarias o tampones hace que infinidad de mujeres, sobre todo en áreas más remotas y de difícil acceso, tengan que recurrir al uso de productos alternativos como cenizas, hojas y trapos durante su periodo, lo cual (acompañado de la falta de agua y saneamiento) puede provocar infecciones y problemas de salud consecuentes.
Esto explica porque la higiene menstrual es un elemento fundamental para el bienestar de nuestros hogares y dignidad de la mujer.
Por ende, proveer a las comunidades de agua y saneamiento representa una oportunidad para hacer frente a los desafíos que plantea la higiene (básica) femenina, desmitificando la menstruación, promoviendo la participación de la mujer, fomentando el diseño de políticas inclusivas, diseñando infraestructura adecuada. O en jerga sectorial: transversalizando la perspectiva de género en el sector de agua y saneamiento.
Resulta que la menstruación puede producirse normalmente en el espacio (si las astronautas optan por tener su periodo durante la misión). Y mientras los científicos siguen investigando cómo gestionar los ciclos menstruales en órbita, nosotros seguiremos velando por brindar acceso a servicios de agua, saneamiento y residuos sólidos de calidad en América Latina y el Caribe y así contribuir a una mejor calidad de vida en este planeta.
Fuente: Blog ‘Volvamos a la fuente’, un espacio de reflexión auspiciado por la División de Agua y Saneamiento del Banco Interamericano de Desarrollo.
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