Era un frío día de enero de 2011. Margareta Nordell, empleada de la oficina de servicio a clientes de una empresa de seguros sueca (hoy día jubilada), se puso un abrigo, acarició a su perra, Jackie, y salió a hacerse una mamografía, como había hecho cada dos años desde que tenía 20.
Margareta no estaba preocupada, ya que nunca le habían encontrado abultamientos ni sombras sospechosas, y pensó que esta vez todo sería igual. Se equivocó.
Cuando revisaron juntos las imágenes, el médico señaló un punto en el seno derecho. Parecía una mota de polvo, o algo más pequeño todavía.
—Yo no me siento nada cuando me palpo los senos —comentó ella.
—Eso es bueno —dijo el doctor—. Si es cáncer, probablemente lo detectamos a tiempo, antes de que crezca y pueda usted sentirlo.
Una biopsia indicó que era un tumor maligno. Margareta, una madre y abuela independiente de 66 años en ese entonces, de pronto se unió a un concurrido club al que habría preferido no ingresar jamás: el de las mujeres que tienen cáncer de mama.
Se calcula que una de cada ocho mujeres en el mundo tarde o temprano contrae esta enfermedad. Según los últimos datos, tan sólo en 2012 se diagnosticaron 1.7 millones de casos.
Margareta ni siquiera consideró la opción de la mastectomía parcial. Al inicio del tratamiento, el médico la invitó a participar en la prueba de una técnica llamada ablación selectiva por radiofrecuencia (ASRF), cuya premisa básica es que las células cancerosas se pueden matar con calor.
La edad de la paciente y el tamaño reducido del tumor la hacían apta para la prueba. Aunque era imposible garantizar el éxito, el procedimiento no requería bisturí ni tiempo de recuperación; la ASRF no duraría más de 20 minutos y requeriría sólo anestesia local.
A Margareta la descripción de la técnica le pareció emocionante, como un relato de ciencia ficción. Unas semanas después de someterla al procedimiento, los médicos iban a hacerle una operación quirúrgica menor para retirar el tejido muerto y analizarlo; luego le administrarían radioterapia para liberarla por completo del cáncer, y le recetarían tamoxifeno, un fármaco para prevenir recaídas. Margareta sabía que así estaría ayudando a otras mujeres aquejadas del mismo mal a evitar el quirófano.
—Claro que lo haré —dijo.
La ablación selectiva por radiofrecuencia es sólo uno de los nuevos tratamientos contra el cáncer que se están probando actualmente. Estos representan un cambio radical respecto al método tradicional que se aplica a todas las pacientes —extirpación parcial o total del seno, radioterapia y, si el tumor es muy agresivo, quimioterapia— y que tiene como consecuencia un cúmulo de efectos secundarios, como náuseas, pérdida del cabello y confusión mental.
Hace apenas 50 años los científicos pensaban que casi todos los tumores se parecían y que había pocas opciones terapéuticas aparte de la cirugía, la radioterapia y la quimioterapia. Una de cada cuatro personas sobrevivía al cáncer. Hoy día se salva alrededor de la mitad.
En los años 70, cuando se vislumbró este cambio, los médicos empezaron a probar fármacos selectivos, como el tamoxifeno y el trastuzumab, un anticuerpo sintético que puede detener el crecimiento de las células cancerosas.
Gracias a los avances en el campo de la genética, ahora sabemos más sobre el cáncer de mama. Por ejemplo, un importante estudio llevado a cabo en 2012 por científicos del Instituto de Investigación del Cáncer (IIC) de la Universidad de Cambridge, en el Reino Unido, reveló que existen hasta 10 formas de esta enfermedad y que cada una responde a distintas combinaciones de fármacos, técnicas no invasivas y cirugía; es más, en el caso de los tumores de crecimiento muy lento, no se requiere tratamiento alguno.
Sabemos de las mutaciones genéticas, tanto hereditarias como adquiridas, y de la posible influencia de los niveles hormonales y del tabaquismo en la aparición de neoplasias.
Además, actualmente existen pruebas claras de que el consumo excesivo de alcohol, el sobrepeso y la falta de ejercicio físico aumentan el riesgo de padecer cáncer de mama.
“Seguimos desarrollando métodos para detectar tumores en fase inicial, y buscando nuevos marcadores para ayudar a los médicos a diseñar mejor los planes de tratamiento”, Señala la doctora Áine McCarthy, del departamento de divulgación científica del IIC.
Para los médicos, saber con exactitud con qué están lidiando, ya sea un tumor positivo para receptores de estrógenos (que crece en respuesta a las hormonas femeninas) o un tumor positivo para la proteína HER2 (en el que hay un exceso de receptor 2 del factor de crecimiento epidérmico en la superficie de las células cancerosas), es de enorme ayuda para diseñar el plan terapéutico.
En un estudio internacional publicado en la primavera de 2015 en la revista Nature, se analizó el genoma de 560 tumores malignos de mama, así como miles de millones de letras del código genético, a fin de determinar las mutaciones en cada caso.
Aunque durante esta investigación, dirigida por el Instituto Wellcome Trust Sanger de Cambridge, no se encontró ninguna cura, sí se dieron grandes pasos para adecuar el tratamiento no sólo al tipo específico de cáncer, sino también a cada paciente.
“Los cánceres se deben a mutaciones en el ADN de las células que nos ocurren a todos a lo largo de la vida”, dice Mike Stratton, director del Instituto Wellcome Trust Sanger.
“Este estudio nos ayudará a describir con precisión los cambios que ocurren en el ADN de las pacientes con cáncer de mama, lo cual redundará en una mayor comprensión de las causas de la enfermedad y en el desarrollo de nuevas opciones de tratamiento”.
El sistema inmunitario es tan misterioso que, así como nos cura del resfriado común, causa enfermedades autoinmunes, como la artritis y la diabetes tipo 1.
Hoy día algunos investigadores, entre ellos la doctora Pam Ohashi, directora del programa de inmunoterapia tumoral del Centro Oncológico Princess Margaret, en Toronto, Canadá, están intentando usar las armas de este sistema para combatir el cáncer mamario. La idea es estimularlo para que trabaje más y ataque las células malignas.
“Existen moléculas llamadas inhibidores de puntos de control que fungen como señales de alto y regulan el sistema inmunitario”, explica Ohashi.
Se han probado los efectos de fármacos que bloquean esas señales negativas en ciertos tipos de cáncer que suscitan una fuerte respuesta inmunitaria natural, como el melanoma. Los resultados indican que el organismo libera células T —la infantería del sistema inmunitario— y las envía a combatir los tumores.
“Estamos averiguando si el mismo principio se aplica en el cáncer de mama”, añade Ohashi. La inmunoterapia se está utilizando como último recurso en ensayos clínicos con pacientes que no han respondido a otros tratamientos probados.
Una vez que los científicos sepan cómo optimizar la respuesta inmunitaria, este tipo de tratamiento podría usarse en las etapas iniciales del cáncer de mama para evitar la quimioterapia y las radiaciones.
“El uso del sistema inmunitario para tratar el cáncer ha tenido un éxito sin precedentes”, afirma Ohashi. “Junto con otras estrategias, tiene el potencial de curar la enfermedad. Esto aún podría llevar 10 años más, pero ya podemos considerarlo una realidad”.
La idea es sencilla: aplicar frío en el tumor y en el tejido que lo rodea hasta congelar las células, y dejar que las membranas celulares “exploten” como una lata llena de refresco congelado; las células malignas destruidas así se reabsorberán luego sin mayor peligro.
El dispositivo IceSense3, inventado en Israel, incluye una aguja que se introduce en el tumor mamario. Actualmente se está probando con pacientes humanas en 20 centros de investigación en Estados Unidos y uno en Japón. También está en fase de prueba en Europa y Hong Kong.
El procedimiento, que ya ha demostrado su eficacia en pacientes aquejados de cáncer renal, hepático y pulmonar, se está probando sólo con mujeres mayores de 64 años que tienen tumores mamarios de hasta 1.5 centímetros de diámetro. Su aplicación no lleva más de media hora y requiere únicamente un anestésico local.
“Uno enciende el dispositivo después de introducir la aguja, y ésta se enfría en unos 20 segundos”, explica Will Irby, vicepresidente de IceCure Medical Inc., la empresa de Memphis, Tennessee, que comercializa el aparato en Estados Unidos. “El tumor se congela de adentro hacia fuera y, con la ayuda de una ultrasonografía, uno puede ver cómo se va formando una esferita de hielo”.
Según el doctor Richard Fine, director de divulgación e investigación del Centro Oncológico Margaret West, ubicado también en Memphis, se trata de un procedimiento no quirúrgico y, de hecho, su finalidad es sustituir la mastectomía.
Dependiendo del caso, el uso del IceSense3 podría complementarse con un tratamiento extra; por ejemplo, con radioterapia. “A lo largo de los seis meses siguientes, la paciente seguirá sintiendo una esferita en el seno debido a la reabsorción de las células muertas y a los efectos de los cambios causados por la crioablación”, dice Fine.
“Después, tomamos una mamografía y lo que vemos es el tejido mamario normal y una delgada línea blanca alrededor de la zona de tratamiento”.
Para Muriel Smith, residente de Freehold, Nueva Jersey, el procedimiento que le practicaron el 2 de febrero de este año fue muy sencillo, tanto, que al final se bajó de la mesa de examen, se puso la blusa y se fue a una cita que tenía para almorzar.
Tras recibir el diagnóstico el 17 de diciembre de 2015, eligió la crioablación en vez de la cirugía porque esta última era mucho más complicada y alguien tendría que recogerla después.
“A mi edad, no me asusta la idea de que me anestesien”, dice esta mujer de 79 años. “Pude ver todo en el monitor. Quedé limpia de cáncer a 47 días de haber recibido el diagnóstico”.
La siguiente cita de Muriel fue en agosto pasado. Le hicieron una mamografía, y tendrá que hacerse una cada 12 meses en los próximos cinco años.
En la ablación selectiva por radiofrecuencia (la opción que se usó con Margareta Nordell), el médico introduce cuidadosamente la aguja en el tumor, guiado por una sonda ultrasónica, y la fija con micropulsos mecánicos. Después, utilizando pulsos eléctricos, elimina las células cancerosas que tratan de escapar por los vasos sanguíneos del tumor.
Una vez anclada en el sitio exacto, la aguja se usa para pasar corriente eléctrica hacia el tejido; esto produce una fricción mecánica que calienta las células y las mata o las debilita, según la temperatura.
“Las células que llegan a diseminarse no crecen y, por tanto, no dañan”, señala Hans Wiksell, profesor emérito del Instituto Karolinska de Estocolmo.
La aguja electrodo aumenta la temperatura del centro del tumor hasta 70 ºC, lo que destruye rápidamente todas las células del interior. La zona circundante alcanza los 43 ºC. Las células no cancerosas se restablecen de este daño, pero las cancerosas no.
“Lo grandioso es que, gracias al control preciso, tenemos ahora un mecanismo completamente distinto para tratar el cáncer de mama”, dice Wiksell. “La quimioterapia, la radioterapia y las bombas nucleares pueden causar cáncer, pero el calor no”.
Hasta la fecha, este procedimiento se ha probado en 18 adultas mayores, entre ellas Margareta, cuyos tumores no superaban los dos centímetros de profundidad. La técnica ha tenido mucho éxito: no ha habido recaídas entre las participantes.
Con todo, los resultados no son concluyentes porque los tumores de las adultas mayores crecen más despacio y son menos agresivos que los de las pacientes jóvenes.
En cuanto a Margareta, al principio se asustó con tanta gente, computadoras y aparatos en el quirófano; luego cerró los ojos y no sintió nada en absoluto; apenas 20 minutos después, todo había terminado.
Luego de cinco años sin rastros de cáncer, dice:
“Soy muy afortunada y estoy agradecida de haber participado en el estudio. Salí adelante para mi hija, para mis tres nietos y para Jackie, mi perrita. Sigo viviendo”.
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