Nuevos fármacos contra la psoriasis ofrecen esperanza a quienes la padecen.
A la corta edad de 13 años, el finlandés Kurt Jäntti sufrió varias amigdalitis seguidas, y poco después le brotó en el cuero cabelludo, los codos y las rodillas una misteriosa erupción de manchas rojas, acompañada de comezón y ardor, que acabó por extendérsele a todo el cuerpo.
El humectante que le recetó no sirvió para eliminar los residuos blancuzcos que dejaba en todas partes al descamársele la piel. Como practicaba deportes en la escuela, se avergonzaba de lo que pensarían sus compañeros de equipo al ver los residuos casposos que se acumulaban al pie de su casillero del vestuario cada vez que se cambiaba.
A medida que los años iban transcurriendo, tenía que pasar cada vez más apuros para ocultar sus síntomas, primero a sus amigos, y después, a sus supervisores y compañeros de trabajo. “Muchas veces he extendido la mano para saludar a alguien, y esa persona aparta la suya de inmediato”, dice Kurt, quien actualmente es un ingeniero mecánico jubilado de 57 años.
Aunque la psoriasis nunca es contagiosa, no es fácil explicárselo a una persona que retrocede muy asustada al ver las manchas rojas.
Cuando tenía seis años, en la escuela primaria, “a algunos niños les repugnaba. Me miraban con temor y me rehuían”.
La psoriasis es una enfermedad inmunitaria inflamatoria crónica cuya incidencia en América Latina se calcula en alrededor del dos por ciento de la población. En los adultos, casi siempre comienza con la aparición de grandes manchas rojas cubiertas de restos blancuzcos de piel descamada; en los jóvenes, las lesiones pueden ser conglomerados de manchas más pequeñas en forma de gota.
Cualquiera que sea su manifestación, se trata de la misma enfermedad, afirma el doctor Carle Paul, director del Departamento de Dermatología de la Universidad Paul Sabatier, en Toulouse, Francia.
La Fundación Nacional de Psoriasis de Estados Unidos calcula que el 10 por ciento de la población mundial tiene la combinación de genes que predispone a la enfermedad, pero, sin un factor desencadenante, la mayoría no la contrae jamás.
“Una reacción exagerada del sistema inmunitario a una señal de peligro”, dice el doctor Paul. La “señal de peligro” puede ser una amenaza real, como una infección, una lesión o una operación quirúrgica, pero a menudo la psoriasis se produce en respuesta al estrés, a un medicamento e incluso al clima: la incidencia de la enfermedad es tanto mayor cuanto más lejos se está del ecuador.
El sistema inmunitario reacciona como si las células cutáneas del propio cuerpo fueran organismos invasores, y las ataca haciendo que nuevas células dérmicas proliferen sin control. Estas células inmaduras se acumulan unas sobre otras y producen el enrojecimiento, comezón, ardor y descamación que caracterizan la psoriasis.
El primer ataque de la enfermedad suele sobrevenir entre los 15 y los 35 años de edad, o bien, pasados los 50, explica Paul. Cuando la contraen personas jóvenes, a menudo muestra “una tendencia familiar”, añade. En efecto, Kurt Jäntti tiene primos que también la padecen; sin embargo, cuando se contrae en la madurez, es más probable que intervengan factores como sobrepeso, obesidad, hipertensión o tabaquismo.
“Me pasé más de 20 años usando guantes y con las piernas vendadas”, cuenta ella. “No podía calzar otra cosa que tenis. Vivía entre la cama y el sofá”.
Hubo un tiempo en que el diagnóstico de psoriasis equivalía a una condena de por vida. Hace unos 30 años, Marjeta Lavri, mujer de Liubliana, Eslovenia, actualmente de 68, notó que tenía una pústula en la planta de un pie. El dermatólogo le diagnosticó psoriasis pustular y le recetó un retinoide: el etretinato. Temiendo los posibles efectos adversos del medicamento —se le ha atribuido toxicidad hepática y caída del pelo—, Marjeta al principio no quiso tomarlo.
Sin embargo, a los seis meses la enfermedad dio un giro terrible. “Se me cubrió el cuerpo de pústulas”, recuerda ella. Entonces sí tomó el etretinato, pero no le dio resultado. Estuvo varios meses hospitalizada, y había que drenarle las pústulas todos los días. “Tenía los brazos y las piernas siempre vendados”, dice.
Durante 20 años los médicos le prescribieron todos los tratamientos disponibles en ese entonces: metotrexato, en su origen un fármaco usado en quimioterapia; ciclosporina, un inmunosupresor, e incluso radioterapia. Lo único que le brindó cierta mejoría fue un corticosteroide de uso externo, pero no pudo volver a llevar una vida normal.
Cuando contrajo la enfermedad, Marjeta era una gerente de ventas dinámica y responsable en una empresa de comercio exterior; entonces tuvo que empezar a ausentarse con frecuencia para guardar reposo durante lapsos de varios días y, años después, jubilarse anticipadamente y recibir una pensión por discapacidad. Muchas veces tuvieron que hospitalizarla. “Me pasé más de 20 años usando guantes y con las piernas vendadas”, cuenta ella. “No podía calzar otra cosa que tenis. Vivía entre la cama y el sofá”.
La situación suele ser muy distinta para quien contrae psoriasis ahora, dice Matthias Augustin, profesor en la Clínica Universitaria de Hamburgo-Eppendorf y presidente del Grupo Europeo de Expertos para la Atención de la Psoriasis. “Tienen grandes probabilidades de obtener ayuda”. Además, las medicinas modernas para la psoriasis grave suponen menos riesgos que las anteriores, y los médicos pueden elegir la más eficaz para cada caso. Si el tratamiento es adecuado, señala Augustin, en muchos pacientes “el grado de gravedad se puede reducir casi a cero”.
Los medicamentos biológicos (así llamados porque se hacen a partir de células vivas) imitan la acción de los anticuerpos humanos contra las proteínas y células responsables de la reacción inmunitaria exagerada. En muchas personas estas medicinas eliminan de manera total o casi total los signos visibles de la enfermedad.
Así ocurrió con Marjeta. Hace ocho años le recetaron el fármaco biológico infliximab, que por fin le controló la psoriasis pustular. Ella es la prueba viviente de que encontrar el tratamiento adecuado puede cambiarle la vida al enfermo. Ahora disfruta otra vez las actividades a las que tuvo que renunciar hace décadas, como andar en bicicleta y hacer yoga. “He recobrado mi vida”, dice.
Con todo, numerosas personas que padecen psoriasis desde hace mucho tiempo no saben que hay medicinas más eficaces que las que les recetaron al principio, dice la doctora Alexa Boer Kimball, profesora de dermatología en la Universidad Harvard y el Hospital General de Massachusetts. A los enfermos que no han consultado recientemente a su médico, les aconseja hacerlo cuanto antes. Puede haber un tratamiento eficaz cuando otros han fallado.
El tratamiento idóneo es, por tanto, decisivo, pero en muchos casos el estilo de vida reviste la misma importancia. Petra Kliková, residente de Praga, contrajo psoriasis en 1992, cuando tenía seis años. Recuerda que, en la escuela primaria, “a algunos niños les repugnaba. Me miraban con temor y me rehuían”.
Aunque sentía mucha vergüenza, Petra se sobrepuso y, gracias a los ungüentos que le recetó el médico, su psoriasis cedió y ella recuperó la confianza. Al empezar la enseñanza secundaria era una adolescente esbelta, bonita y de piel impecable, y pudo realizar su sueño de ser modelo. Fue contratada por la agencia praguense Rhea y pasó dos años compaginando los estudios con la emoción y el glamour de la pasarela.
Luego, a los 16 años, sufrió una recaída. La psoriasis volvió con más virulencia que antes. Gran parte del cuerpo se le cubrió de manchas rojas que le causaban comezón, a tal punto que fue hospitalizada. Su profesión de modelo había terminado.
El estrés —aun el que se considera positivo, como el de una intensa vida profesional— es un conocido detonador de la psoriasis. Un estudio sud-coreano publicado en mayo de 2013 reveló que el estrés también puede interferir en la eficacia de los tratamientos antipsoriásicos. Esto puede poner en marcha un círculo vicioso: el estrés exacerba la erupción, ésta intensifica el estrés, y así sucesivamente.
Existen diversos tipos de psoriasis, y en ciertos casos una persona puede sufrir más de un tipo a la vez.
Los médicos determinan la gravedad de la psoriasis mediante el uso de un índice que tiene en cuenta el grado de enrojecimiento, el grosor y la descamación de las lesiones, así como la superficie de piel que abarcan.
Se considera que la psoriasis es leve si hay sólo algunas manchas, que cubren menos del 3 por ciento de la piel; moderada si se extienden del 3 al 10 por ciento, y grave si afectan a más del 10 por ciento.
En los casos de psoriasis leve que no impide a la persona llevar una vida normal, “recetamos medicamentos de uso externo”, dice el doctor Carle Paul, de la Universidad Paul Sabatier, en Toulouse, Francia. Suele tratarse de ungüentos compuestos por una combinación de derivados de la vitamina D y corticosteroides.
De acuerdo con un estudio realizado en Estados Unidos y publicado en 2012, si la psoriasis es entre moderada y grave, la fototerapia (tratamiento por la acción de la luz) prescrita por un médico puede resultar tan eficaz como el fármaco de uso generalizado metotrexato.
Los efectos secundarios de la fototerapia por lo general son pasajeros y se limitan a irritación de la piel y quemaduras de sol.
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