¿Puede haber personas de “sangre fría”?
De las personas temerarias o insensibles se dice que tienen “sangre fría”; éste es un término muy expresivo que responde a una certera impresión psicológica, pero lite¬ralmente hablando no es cierto: no hay nin¬guna persona que tenga la sangre fría.
Todos los seres humanos tenemos la san¬gre caliente, lo que quiere decir que nuestra principal fuente de calor procede de noso¬tros mismos, de los procesos fisiológicos nor¬males de nuestro organismo. Esta característica la comparten los demás mamíferos y las aves; en cambio, el resto de los anima¬les sí son, efectivamente, de sangre fría y la temperatura de su cuerpo depende de la del medio ambiente que los rodea.
Esta diferencia tiene consecuencias prác¬ticas de gran importancia. Los animales de sangre caliente pueden desenvolverse con máxima eficiencia en las condiciones climá¬ticas más variadas. En cambio, los de sangre fría ?serpientes, lagartijas, insectos, etc.? funcionan mal o simplemente no funcio¬nan a menos que su medio ambiente al¬cance la temperatura adecuada.
¿Tenemos un termostato en el cuerpo?
A pesar de todos los cambios de la tem¬peratura ambiental a los que está expuesta una persona en el transcurso del día, la mayoría mantiene la temperatura corporal bas¬tante constante: alrededor de 37°, que es la temperatura a la que mejor trabaja el orga¬nismo. Esto se puede lograr gracias a un ter¬mostato biológico que tenemos en el cerebro.
Cerca de la base del cerebro hay una es¬tructura llamada hipotálamo que registra la temperatura de la sangre que pasa por ella y, si es necesario, estimula un cambio en el diámetro de los vasos sanguíneos. Supon¬gamos que la temperatura interna se eleva por encima de lo normal, ya sea porque está caldeado el ambiente, porque esa persona ha hecho mucho ejercicio o tiene fiebre, o simplemente porque la digestión u otros pro¬cesos normales del organismo han genera¬do un calor excesivo. En ese caso, el hipotá¬lamo estimula una dilatación de los vasos sanguíneos de la piel, lo que aumenta el flu¬jo de sangre a la periferia, donde se disipa. Si, por el contrario, la temperatura interna baja, los vasos cutáneos se constriñen, la afluencia de sangre a la superficie se reduce y el cuerpo puede conservar su calor.
En algunas operaciones del corazón o de las arterias, los cirujanos bajan artificial¬mente la temperatura del cuerpo del paciente para reducir la necesidad de sangre circu¬lante en los órganos durante el tiempo que tarda la intervención.
Los porqués del cuerpo humano