Cierta tarde recibí una llamada en mi teléfono celular. Era mi esposo, Paúl, quien me pidió un favor muy extraño:
—Mi amor, tengo que viajar fuera de la ciudad. Por favor, lleva mi camioneta al taller mecánico mañana a primera hora. Pero ten cuidado, ¡porque hoy me quedé sin frenos!
Carolina Jácome, Ecuador
A Isaac, nuestro nieto de 14 años, siempre le ha gustado mucho nuestra casa. Durante una visita que nos hizo, aprovechó para comentarlo otra vez.
—¿Sabes? —le dije—. Cuando tu abuelo y yo ya no estemos, tu padre heredará esta casa. Y cuando tú seas mayor, quizá vivas aquí.
—¡Ay, abuelita! —exclamó, echando una mirada a la sala—. ¡Eso sería maravilloso! Yo dejaría todo exactamente como está.
Me sentí muy orgullosa de la decoración de mi casa, hasta que mi nieto añadió:
—Es que, ¡mira estas cosas! ¡Son como las que había en el Titanic!
Lillian Anthony, Canadá
Mi padre, un típico hombre de Yorkshire, Inglaterra, no se impresiona fácilmente. En cierta ocasión vimos un espectáculo en el que un hombre corría por el escenario haciendo complicados malabarismos con un montón de platos girando sobre bastones. Al terminar, le pregunté a mi papá qué le había parecido.
—Es una lástima que ese hombre no tenga nada mejor que hacer —se limitó a contestar.
John Atkinson, Reino Unido
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