Categorías: Historias de Vida

¿Qué esperas de tu tratamiento médico?

Recuerdo lo que un especialista en cuidados paliativos me dijo sobre la atención de los ancianos de salud delicada: “Se nos olvida preguntarles qué esperan del tratamiento”.

El señor Dwyer no es mi paciente, pero como estoy supliendo a mi socio en nuestro consultorio de medicina familiar, lo intercalaron entre los míos.

Es un hombre espigado de 88 años, con un aire digno y callado. Tiene hinchadas las piernas y se sofoca con sólo hablar.

Padece insuficiencia cardiaca congestiva e insuficiencia renal, una combinación muy grave: cuando una de las dos afecciones recibe atención y mejora, la otra empeora.

El último año ha sido para él una serie incesante de ajustes de la medicación por parte
de especialistas antagónicos, con ocasionales internamientos en salas de urgencias y hospitales.

Lo acompaña su hija, Karen, que condujo una hora desde Filadelfia. Ella parece consciente de su deber, pero desconfiada, mientras espera la enésima opinión médica.

Después de 30 años de ejercer la medicina, sé que nada puedo hacer para resolver los problemas de salud del señor Dwyer, aunque mi primer impulso sea mejorar su función
cardiaca y renal.

Entonces recuerdo lo que un especialista en cuidados paliativos me dijo sobre la atención de los ancianos de salud delicada: “Se nos olvida preguntarles qué esperan del tratamiento”.

Hago una pausa y, mirando a los ojos al paciente, le pregunto:

¿Qué espera del tratamiento? ¿En qué puedo ayudarle?

La intuición me dice que el señor Dwyer va a expresar un deseo emotivo, como “Quisiera asistir a la boda de mi bisnieta el año que viene”, o “Ayúdeme a vivir para que mi esposa y yo podamos festejar nuestros 60 años de casados”.

Me gustaría poder caminar sin caerme, doctor —contesta él.

Me toma desprevenido. ¿Eso es todo? Entonces pienso que, en ese caso, sí podré ayudarlo.

—Puedo mandarle fisioterapia, y ni siquiera hace falta que vaya al hospital —le propongo, dudando cómo resultará esto.

El señor Dwyer sonríe, y Karen da un suspiro de alivio.

—Mi papá prefiere quedarse en casa —dice ella sonriendo.

Aunque nuestra relación médico-paciente acaba de comenzar, tengo suficientes ánimos para plantearle al anciano otra pregunta importante que flota en el aire:

—Señor Dwyer, sé que renunció a la diálisis, y como su insuficiencia cardiaca está empeorando, es muy improbable que llegue a mejorar.

Él asiente con la cabeza.

—Hay servicios pensados para mantenerlo cómodo el tiempo que le queda —prosigo—, y podría recibirlos en su casa.

Karen otra vez se ve aliviada, y su padre parece aprobar el plan.

Aunque nunca vuelvo a verlo, en los siguientes meses firmo las hojas de pedido que me faxean las enfermeras de cuidados paliativos. Hablo una vez con su nieta.

Es difícil para la señora Dwyer verlo extinguirse en su casa, dice, pero él es categórico en cuanto a que quiere permanecer allí.

Un pedido de morfina sublingual (usada para los últimos días de los moribundos) me hace telefonear para saber cómo está el señor Dwyer. Me entero de que no ha vuelto a recaer. A los dos días firmo su acta de defunción.

Varios meses después aparece un nombre nuevo en mi agenda de consultas: Ellen Dwyer.

Ella también ronda los 90 años y está delicada de salud, pero conserva la lucidez. Hace alrededor de un año un hematólogo le diagnosticó mielodisplasia (un padecimiento de la médula ósea, por lo general incurable), pero dejó de ir a terapia hace seis meses.

Le pregunto por qué.

Porque se la pasaban haciéndome pruebas y no había ninguna mejoría —responde.

Ahora sé qué hacer. La miro a los ojos y le pregunto qué espera del tratamiento y cómo puedo ayudarla.

Doctor Mitch Kaminski, tomado de Pulse: Voices From the Heart of Medicine

El Doctor Mitch Kaminski es médico familiar y director clínico de la Organización de Cuidados Responsables del Valle de Delaware, en Villanova, Pensilvania.

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