Todos sabemos que los aztecas iniciaron una “peregrinación” desde el norte, y que esa migración, equivocadamente llamada “peregrinación”, culminó con la fundación de Tenochtitlán. Sin embargo, no todos sabemos la razón por la cual esos antiguos mexicanos emprendieron un largo viaje desde la mítica Aztlán.
Cuenta el cronista Torquemada que un fabuloso pájaro apareció de pronto sobre un árbol emitiendo un “thuí” como canto. Esto en náhuatl significa “ya vámonos”.
Como el pájaro diera en aparecer repetidas veces y con mayor insistencia, uno de los hombres más importantes de la tribu, llamado Huitzitón, convenció a otro, conocido como Tecpatzin, de que el ave les ordenaba que se fueran.
Huitzitón tenía lo que comúnmente se llama “don de gentes”. Ayudado por Tecpatzin, animó a su pueblo y lo dispuso a iniciar esa aventura. Durante el viaje, que duró varios lustros, Huitzitón acompañó a su pueblo.
En algún momento, el carismático líder se convirtió en el dios Huitzilopochtli, aquel que habría de señalarles el fin de la jornada.
Las tradiciones varían y es difícil dilucidar la verdad histórica, pero, en general, las versiones coinciden en que Huitzitón fue deificado como “colibrí siniestro” al pasar la tribu por Michoacán.
Los tarascos, pueblo que allí habitaba, reverenciaban a Tzinzuni, dios pájaro, Señor de la guerra, a quien le rendían un culto sangriento. Entre otras cosas, creían que los guerreros se convertían en colibríes al llegar a la región del Sol.
Al estar en contacto con los tarascos, los de Aztlán aceptaron al nuevo dios y lo relacionaron con Mexi (el xiote o centro del maguey), deidad primitiva de las plantas.
De la palabra tzinzuni hicieron la náhuatl huitizilin, y de ahí derivó a la de Huitzilopochtli, en quien creyeron ver a su guía, el que los había conducido en la migración. Así fue deificado el carismático Huitzitón.
El nacimiento de Huitzilopochtli
Como la representación del dios tarasco se hacía de plumas de colibrí, se formó para el mexica un mito análogo. Coatlicue, la diosa de la tierra, un día mientras barría el templo en el cerro de Coatepec, por el rumbo de Tula, vio rodar un ovillo de plumas.
Lo recogió y se lo puso debajo del ceñidor, sobre el vientre; al buscarlo después, ya no lo encontró, y más tarde supo que estaba embarazada.
Ante ello, su hija, Coyolxauhqui, instigó a sus 400 hermanos para que le dieran muerte por aquel misterioso embarazo que consideraban grave afrenta.
Antes de eso, una voz en el interior de Coatlicue le dijo: “Madre, no temas, que yo te libraré para gloria de ambos.” Ya se acercaban los hijos armados, encabezados por Coyolxauhqui, cuando Coatlicue dio a luz al dios Huitzilopochtli, que nació ataviado para la guerra.
Con la Xiuhcóatl, o serpiente de fuego, mata o dispersa a sus hermanos, y a Coyolxauhqui la decapita, y arroja su cuerpo desde lo alto del cerro.
La guerra provoca su nacimiento y el combate es su primera acción. De la mitificación de esta lucha cósmica surge el dios tutelar de los mexicas, que nace para combatir.
Los sacrificios del Templo Mayor en Tenochtitlán son reactualizaciones de lo sucedido en el cerro de Coatepec.