En un descubrimiento tan fascinante como revelador, un grupo de científicos ha logrado comprobar que todos los seres vivos emiten un tenue resplandor, una especie de luz biológica que se desvanece al cesar las funciones vitales. Este fenómeno, conocido como emisión ultradébil de fotones (UPE), está estrechamente vinculado con la actividad metabólica de las células vivas, y su desaparición marca de forma precisa el momento de la muerte. Es decir que si emitimos un brillo y que este se apaga al morir.
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Emitimos luz: un fenómeno biológico medible
Lejos de lo esotérico o simbólico, esta bioluminiscencia natural es un hecho comprobado por la ciencia. Investigadores de la Universidad de Calgary y del Consejo Nacional de Investigación de Canadá lograron captar este fenómeno mediante equipos de alta sensibilidad, capaces de detectar incluso los niveles más mínimos de emisión de luz.
Este brillo corporal no es visible al ojo humano porque su intensidad es miles de veces inferior a los umbrales de percepción de nuestra retina. Sin embargo, mediante cámaras EMCCD con eficiencia cuántica superior al 90%, los científicos lograron capturar imágenes de la radiación emitida por los cuerpos de ratones antes y después de su muerte.
Mitocondrias: la fuente energética de nuestra luz interior
La clave de esta emisión de biofotones radica en las mitocondrias, orgánulos celulares encargados de producir energía. Durante el metabolismo celular, se generan pequeñas cantidades de especies reactivas de oxígeno (ROS) que interactúan con proteínas, lípidos y otras moléculas, liberando fotones como subproducto.
Es decir, el simple hecho de estar vivos nos hace brillar. Aunque la luz que emitimos sea imperceptible, tiene una fuente bioquímica clara y mensurable. Se calcula que el cuerpo humano puede liberar alrededor de 10 fotones por segundo por centímetro cuadrado de piel, especialmente en el rostro, cuya intensidad varía según los ritmos circadianos.
La muerte apaga el resplandor: resultados contundentes
En el experimento desarrollado por el equipo del físico Vahid Salari y el científico Dan Oblak, se colocaron cuatro ratones en una caja completamente oscura. Se les tomó una imagen de larga exposición durante una hora, primero con vida y luego tras haber sido eutanasiados. Para evitar que el calor corporal afectara los resultados, se mantuvo constante la temperatura post mortem.
El análisis de las imágenes reveló que, tras la muerte, la emisión de biofotones cayó drásticamente en todas las partes del cuerpo. La correlación entre la desaparición de esta luz y el cese de la actividad metabólica confirmó que se trata de un fenómeno inherente a la vida celular activa.
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Las plantas también brillan… y se defienden con luz
Este fenómeno no se limita al reino animal. Los investigadores extendieron sus experimentos a plantas como el berro (Arabidopsis thaliana) y la planta paraguas (Heptapleurum arboricola). Los resultados fueron igual de asombrosos: al lesionar las hojas, estas incrementaron su brillo como parte de un proceso de defensa y reparación.
Incluso, al aplicar benzocaína —un anestésico común— se observó un aumento significativo en la emisión de luz. Las zonas lesionadas brillaban intensamente hasta 16 horas después del daño, lo que sugiere que este resplandor no solo es una señal de vida, sino también una respuesta activa ante el estrés.
¿Por qué dejamos de brillar al morir?
Según el biofísico Michal Cifra, de la Academia de Ciencias Checa, el cese del flujo de fotones está relacionado con la detención del flujo sanguíneo. Al morir, se interrumpe el transporte de oxígeno, elemento esencial para el funcionamiento mitocondrial y la producción de biofotones.
En palabras de Cifra, “no se trata simplemente de la muerte sistémica, sino de la vitalidad del tejido ópticamente accesible”, lo que sugiere que esta emisión de luz podría utilizarse para analizar la salud de tejidos específicos en tiempo real.
Cámaras que detectan la luz de la vida
Las cámaras EMCCD utilizadas por los científicos están diseñadas para contar fotones uno a uno. Esta capacidad abre la puerta a nuevas tecnologías médicas, ya que se podrían desarrollar sistemas de monitoreo completamente pasivos y no invasivos para evaluar la salud celular de pacientes, tejidos o incluso ecosistemas.
Además, estas cámaras permiten visualizar cambios en la bioluminiscencia antes de que sean visibles síntomas físicos, lo que podría tener aplicaciones en diagnóstico temprano de enfermedades, seguimiento postquirúrgico y monitoreo del estrés celular.
Implicaciones médicas y ecológicas del descubrimiento
El hallazgo no solo tiene valor académico, sino que se perfila como una revolución en el monitoreo de la vida. Según explicó Dan Oblak, esta tecnología podría utilizarse para:
Evaluar en tiempo real la vitalidad de tejidos humanos sin procedimientos invasivos.
Monitorear la salud de plantas y cultivos agrícolas desde la distancia, incluso durante la noche.
Detectar el estrés ambiental en ecosistemas enteros mediante el análisis del brillo emitido por la vegetación.
Dado que todos los seres vivos emiten biofotones, esta tecnología podría constituir una herramienta universal para el análisis de la vida, desde células individuales hasta bosques enteros.
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Una nueva forma de entender la vida… y la muerte
Este descubrimiento reafirma una verdad poética que ahora es también científica: estamos hechos para brillar. La emisión ultradébil de fotones es una señal silenciosa pero constante de nuestra actividad biológica, un susurro luminoso que cesa en el instante en que dejamos de estar vivos.
La ciencia ha confirmado que, aunque imperceptible, todos llevamos un brillo interior. Uno que no solo nos distingue como seres vivos, sino que podría, en un futuro no tan lejano, ayudarnos a diagnosticar enfermedades, monitorear cultivos o entender mejor la biología celular.
Así que la próxima vez que alguien te diga que tienes un “brillo especial”, puedes responder con seguridad que es cierto: todos lo tenemos, y la ciencia ha aprendido a verlo.
Con información de DW