En esta época del año, muchos de mis clientes me dicen: “Quiero bajar de peso”. “Quiero ser una persona más positiva”. “Quiero dejar de juzgar a los demás”.
Y estas frases se presentan como “resoluciones”. Sin embargo, las resoluciones de año nuevo a veces están condenadas al fracaso, por alguno de los siguientes motivos:
Aunque las proclamemos en voz alta, hay una brecha entre la motivación inicial y el hecho de llevar a cabo la acción.
Cuando les decimos a los demás lo bien que nos sentimos porque tenemos resoluciones, nuestro cerebro activa su centro de recompensas y segrega dopamina. Y si el cerebro ya se siente recompensado con tan solo pronunciar una resolución, ¿realmente necesitamos realizar un esfuerzo adicional?
Esto es en un periodo de tiempo limitado, y, por lo tanto, no es razonable pensar que se puedan cumplir.
Muchos de los comportamientos que queremos cambiar (adicción al cigarro, mala alimentación, falta de ejercicio) realmente son hábitos, y esos son mucho más difíciles de romper de lo que pensamos. Rara vez nos podemos “reinventar” de la noche a la mañana.
Y creemos que el único y mejor momento de comenzar con estos cambios es, evidentemente, el año nuevo. Y esto nos presiona aun más.
Es hora de desafiar esa creencia y recordar que la intención (palabra que me parece más adecuada que “resolución”) de cambiar un comportamiento puede plasmarse en cualquier momento del año o, incluso, del día.
Aunque está bien tener fechas especiales que funjan como hitos en el calendario —el año nuevo o los cumpleaños, por ejemplo— con el fin de reflexionar sobre nuestra salud y bienestar y para comprometernos a hacer cambios, hay que recordar que la intención de llevar a cabo un cambio positivo es algo a lo que siempre podemos recurrir. Esto nos libera de cierta presión ante la locura colectiva de las resoluciones.
Fíjate metas más específicas y realistas en cualquier momento del año, pero no se las digas a nadie.
Si así lo deseas, y crees que te ayude a hacerte responsable de tus propios actos, muéstrales a los demás a través de tus acciones que estás trabajando por lograr algunos cambios. Esto, además, contribuye a evitar que surjan sentimientos de culpa si rompemos las resoluciones que verbalizamos frente a otras personas.
Divide una meta grande en partes más pequeñas que se puedan llevar a cabo con facilidad, y detalla cada una de las acciones que tomarás a cada paso del camino.
Es importante recordar que sí se pueden romper viejos hábitos y crear nuevos, pero se trata de un proceso y este a veces es más lento de lo que quisiéramos.
Ante todo, muéstrate mucha compasión al seguir este proceso. No desistas a hacer el cambio que deseas, incluso si flaqueas o sientes que pierdes la convicción.
Si no lo logras, nada dice que no puedes volver a intentarlo (esta vez de forma más realista y específica, quizá con la ayuda de un terapeuta). Sigue intentándolo una y otra vez, en cualquier momento y en cualquier lugar.
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