El narcotráfico es uno de los principales problemas que azotan a América Latina como región. Nada nuevo. Basta echar un vistazo a los periódicos para enterarse de los estragos que ocasiona.
No se trata de un asunto entre los delincuentes y las autoridades; es un fenómeno más complejo que, por desgracia, trastoca a comunidades enteras y puede hacer un verdadero infierno de la vida de sus habitantes. Gracias a este libro, nos podemos asomar a uno de ellos.
En realidad, los hechos narrados en Aquí no es Miami podrían haber sucedido en cualquier lugar; sin embargo, Fernanda Melchor los ha encontrado en la tierra de donde es oriunda.
“A las historias”, dice la autora remitiendo al filósofo francés Jean Paul Sartre, “no las cuenta la realidad, las cuenta el lenguaje humano, la memoria”, y agrega que las que nos presenta se encuentran entre la crónica periodística y el relato: la diferencia entre ambos es que en los últimos no refiere cifras y datos precisos que, dicho sea de paso, ni falta hacen. En cualquier caso, cada texto tiene la capacidad de convertirse en un verdadero viaje por el tiempo y el espacio hasta el episodio en cuestión.
A modo de un primer recuerdo, “Luces en el cielo” sirve para establecer la tónica del resto del libro. Una franja de arena grisácea y sin gracia alguna se transforma, de pronto, en una atracción tras el avistamiento de supuestas naves extraterrestres.
El incidente atrae a los curiosos y el lugar se transforma en el escenario para el despegue de un prominente ufólogo. No obstante, nadie intuye que la realidad tras esos objetos voladores es más bien cruda, el presagio de un porvenir nefasto, y la escritora, quien escribe desde su infancia, solo puede hacer unir los puntos hasta ya pasados unos años.
“No se metan con mis muchachos” es una estupenda cronología del ascenso y la caída de un narcotraficante, quien ha sido condenado a 32 años de prisión. Lo valioso de esta es que sirve también como una radiografía del problema en la que se muestran los diversos elementos que confluyen para detonarlo.
Unas cuantas líneas en las que Melchor logra condensar lo que es, a mi parecer, el meollo del asunto: “Cuenta la leyenda que, al llegar a su casa con la droga, el Pollero corrió hacia el fogón y pateó la olla de frijoles que siempre hervía encima.
”Ya estamos en el negocio. Ahora vamos a comer como los ricos, dijo, y mandó a pedir cocteles de marisco para toda la familia”.
Pero no solo se habla sobre el tráfico de drogas. “Aquí no es Miami” es un relato que aborda la inmigración y la mala suerte de unos polizones procedentes de la República Dominicana que anhelan llegar a Estados Unidos; sin embargo, han calculado mal su trayectoria y desembarcan en el puerto incorrecto. Ahí son ayudados por un pequeño grupo de trabajadores y, por lo menos, uno queda marcado por el encuentro.
En “Una cárcel de película” un centro penitenciario es cerrado “por motivos de
salubridad”, pero tras ingentes tareas para reubicar a los presidiarios y para limpiar el lugar, lo que permite atestiguar las terribles condiciones de reclusión, el inmueble es “prestado” para que se use como estudio de una nueva película de Mel Gibson en medio de circunstancias poco usuales. La opacidad con la que se conducen las autoridades, si bien resulta anecdótica, es el reflejo de una triste realidad.
Fernanda Melchor nos ha regalado una estupenda colección de relatos en los que aborda temas que no por ser comunes dejan de ser sórdidos e incómodos. Además, lo ha hecho con maestría, haciendo gala de una narrativa ágil y sin enjuiciar ni juzgar. Parece, por el contrario, entender que todos los que han servido para hacer sus personajes son humanos y que, como tales, solo intentan sobrevivir lo mejor que pueden con los medios a su alcance.
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