Nunca he tenido un perro, aunque he visto suficientes relaciones entre estos y las personas como para darme cuenta del fuerte vínculo que pueden llegar a crear: su presencia en la vida de la gente tiene la capacidad de hacer la existencia más llevadera, pero esos mismos mundos corren el riesgo de colapsar cuando faltan sus ladridos.
Sí, para algunas personas no hay mejor amigo que un perro. Por eso no es de extrañarnos que hayan encarnado tantos personajes en la literatura, como bien anota Anamari Gomís en el prólogo de Dejar huella, una antología de 12 narraciones que tienen por protagonistas a estos animales.
Ángeles Mastretta, Sergio Pitol, Sandra Lorenzano y Rafael Pérez Gay son algunos de los escritores que participan en este título para recordarnos, desde la ficción o la memoria, que ellos siempre están presentes en los asuntos humanos y que cuando se les permite entrar en la vida de la gente, estos cuadrúpedos dejarán huella.
Por ejemplo, es de dicha impronta en las familias de lo que habla Rafael Pérez Gay en “Lucas en la niebla y Moska”. Lucas, un bóxer que “ve sombras y oye pasos de seres que no habitan este mundo”, logra que su dueño, quien no cree en la vida después de la muerte, modifique su “necio racionalismo”.
Moska es una pastor belga malinés y la razón de que el escritor tenga un acercamiento no deseado a la “cofradía de los dueños de los perros” cuando la lleva a tomar su paseo con una frase en mente: “Si me viera mi padre”.
Por su parte, en “Quevedo para un perro”, Ángeles Mastretta cuenta el romance frustrado que durante un viaje al campo atormentó a su Gioco, quien le recuerda a la escritora que, pese a lo que ella creía, no sabe “todo lo que es posible sufrir cuando se cruza por ese infierno azul que es el amor mal pagado”.
La autora trae a cuento algunos versos de Quevedo y con eso da la impresión de que los perros bien podrían experimentar un sufrimiento similar al de los humanos ante estas terribles adversidades.
Ya desde la ficción, Naief Yehya plantea en “Canis Novus” un escenario de distopía tecnológica animal en el que un programa oficial obliga a que los perros sean sustituidos por androides caninos animados por una inteligencia artificial.
De la máquina resultante todos dicen que es “el mismo animal adorable de siempre”, sin poder explicar “cómo podían tener antes una mascota con toda la incertidumbre, costo y peligro que implicaba”.
Sin embargo, agrega, “Nadie mencionaba […] que también es peligroso cuestionar al programa cuando tienes apuntadas las 24 horas hacia ti y tu familia las cámaras y los micrófonos de tu iCan, las cuales no puedes apagar ni controlar”.
Y, en “Dolly”, un relato bastante crudo y desolador, Eusebio Ruvalcaba nos lleva tras los muros del Reclusorio Oriente de la Ciudad de México, donde el personaje, un veterinario que está preso, recibe como regalo a una perrita dulce y cariñosa que se transforma en su ángel guardián.
No obstante, su estancia en la cárcel tiene un trágico desenlace que hace que la condena del protagonista pase a segundo plano.
Es así que perros de papel, de la memoria, de la imaginación, como reza el subtítulo en la portada, acuden a este libro, que es un testimonio de su omnipresencia en nuestro día a día, porque incluso yo, que, como dije, nunca he tenido uno, en más de una ocasión he visto cómo se inmiscuyen, para bien o para mal, en mi vida. Pero esa es otra historia.
¿Tienes alguna historia con tu perro que podrías compartir?
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