La contaminación sonora no se dimensiona como un problema semejante a la inseguridad o la contaminación aunque tiene grave impacto en la salud como aumento de enfermedades cardiovasculares, agresividad y/o aislamiento.
Desde tiempos ancestrales las sociedades ya se habían percatado de que el ruido produce sordera y otro tipo de trastornos: los sibaritas, 600 años antes de nuestra era, prohibían el martillado de metales dentro de sus centros de población. Plinio hacía notar que quienes vivían cerca de las cataratas del Nilo padecían sordera, y la misma reina Isabel I de Inglaterra hizo proclamar ciertas reglamentaciones sobre el ruido, explica José Antonio Peralta el artículo El ruido en la ciudad de México en la revista Ciencias de la UNAM.
A pesar de los daños del ruido en el ser humano, las sociedades modernas hacen poco al respecto.
La Ciudad de México es una metrópoli pensada para los automovilistas. Por sus 10 mil kilómetros de vialidades circulan 5.5 millones de vehículos al día —cifra que aumenta en 250 mil por año, según Fausto Rodríguez Manzo, investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana.
Uno de los problemas derivados del intenso tránsito vehicular, principal fuente de ruido, es el impacto que provoca en los habitantes, quienes están desprotegidos de la influencia de la vialidad” y no existe legislación alguna para defenderlos, porque además “no hay ley que obligue a ningún arquitectos, ingenieros, promotores o constructores a aislar acústicamente los edificios, en especial los destinados a casa-habitación”.
El ruido induce indiferencia e insensibilidad hacia lo que ocurra en nuestro entorno
Además, existen colonias como la Condesa, la Roma, el Centro y Polanco que se distinguen por ser centros de ocio donde se ubican restaurantes, bares y antros que invaden y contaminan con ruido a los habitantes, quienes con frecuencia se quejan y denuncian, pero “es muy poca la respuesta de las autoridades”, ya que, si bien existe una dirección general de vigilancia ambiental, “la normatividad alrededor del ruido es prácticamente nula”, afirmó el investigador.
El doctor en Diseño en la línea de arquitectura bioclimática por la Unidad Azcapotzalco de la UAM dijo que a la problemática anterior se agrega que entre los profesionales mexicanos involucrados con el tema de vivienda “no existe la sensibilidad sobre el asunto del ruido ambiental”.
El ruido provoca agresividad, intolerancia hacia los errores de nuestros semejantes
El investigador se refirió a una encuesta realizada en 2017 en 800 hogares a lo largo del corredor Reforma, en la que se trabajó con grupos de enfoque, en los que fueron tomados en cuenta el nivel socioeconómico, la edad, las zonas urbanas y el género, entre otros factores para saber qué tan sensible es la población ante el ruido ambiental.
Como resultados preliminares, informó que uno de los hallazgos del trabajo fue que, para la mayoría de los entrevistados, el ruido no representó un problema “que se considere y se tenga en la mente” para el grupo de ingresos económicos bajos, ubicados en la zona de la Villa.
El de ingresos medios, situado en las colonias Narvarte y Del Valle, y de ingresos altos, ubicado en Las Lomas de Chapultepec, la mayoría tuvo las mismas respuestas, en el sentido de “ya estamos acostumbrados a la situación y se nos olvida”, pese a que hay consenso respecto de considerar a la Ciudad de México “como la metrópoli más ruidosa que conocen”.
El ruido contribuye a consolidar el peculiar aislamiento de los habitantes urbanos
Por otro lado descubrieron que el ruido no se dimensiona como un conflicto semejante al tráfico, la inseguridad, la contaminación del aire, los baches o el transporte.
Otro resultado obtenido del estudio es que hay desconocimiento y muy poca información respecto de los efectos provocados por el ruido en la salud, además de que se identificó que no hay una cultura ciudadana de defensa o reclamo por este problema entre la población, es decir, hay pocas o nulas quejas o denuncias, lo cual tiene que ver con un desconocimiento de las instituciones a las que pueden acudir, sobre todo en relación con el ruido que hacen vecinos o establecimientos.
Se ha comprobado que los niños sometidos a ruidos constantes y fuertes poseen niveles más elevados de tensión arterial que quienes no lo están, y que ese estado suele continuar con la madurez, lo que genera un mayor índice de enfermedades cardiovasculares.
Numerosos estudios concluyen que un ruido constante por encima de los 55 decibelios produce cambios en el sistema hormonal e inmunitario que conllevan cambios vasculares y nerviosos, como el aumento del ritmo cardíaco y tensión arterial, el empeoramiento de la circulación periférica, el aumento de la glucosa, el colesterol y los niveles de lípidos. Además, repercute en el sueño produciendo insomnio, lo que conducirá a un cansancio general que disminuirá las defensas y posibilitará la aparición de enfermedades infecciosas. (Una exposición constante por encima de los 45 decibelios impide un sueño apacible).
Entre los encuestados hubo un grupo importante que opinó que existe el derecho a hacer ruido, es decir “yo en mi casa puedo hacer lo que yo quiera”, lo que refleja la falta de conciencia del compromiso cívico.
De lo anterior, Rodríguez Manzo concluyó que “existe un problema relacionado con la ignorancia, con la difusión de la problemática y con la necesidad de contar con un ente gubernamental que se proponga sensibilizar a la población sobre esta cuestión.
Fuentes: Universidad Autónoma de México, Fundación Ecología y Desarrollo y Revista Ciencias de la Universidad Nacional Autónoma de México.
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