La vesícula es un órgano que es más o menos del tamaño y forma de una pera; se ubica en el lado derecho del abdomen. Su trabajo consiste en almacenar bilis, un líquido producido por el hígado que ayuda a la digestión de las grasas presentes en nuestra dieta.
La vesícula libera este líquido, según sea necesario, y luego lo vierte en el intestino delgado.
Cuando el delicado equilibrio químico de la bilis se ve alterado —algo que no se sabe, a ciencia cierta, cómo ni por qué sucede— sus componentes llegan a cristalizarse. Con el paso de los años, estos cristales se combinan y forman cálculos biliares (término médico: colelitiasis), que pueden ser tan diminutos como un grano de arena o tan grandes como una pelota de golf.
En al menos 75 por ciento de los casos, dichas formaciones no causan síntomas ni traen complicaciones y, por lo tanto, no requieren tratamiento.
No obstante, si uno de esos cálculos bloquea temporalmente uno de los conductos por donde circula la bilis desde y hacia la vesícula, el resultado es un repentino y breve ataque de dolor punzante e intenso en el abdomen, en la cavidad torácica o en el hombro.
Si bien estos episodios no producen ningún daño permanente, se recomienda consultar al médico para que confirme que se trata, efectivamente, de cálculos biliares y no de otro problema, como una úlcera, por ejemplo.
Cuando la obstrucción es prolongada o permanente, puede dar lugar a complicaciones graves, como infecciones e inflamación. En caso de experimentar ictericia, fiebre, escalofríos o dolor incesante, busca ayuda médica de inmediato.
La probabilidad de desarrollar cálculos biliares es superior en mujeres, adultos de más de 40 años y personas con antecedentes familiares de esta afección. El principal factor de riesgo corregible es la obesidad, afirma el doctor Stephen Ryder, asesor médico de la organización especializada en cuidado hepático British Liver Trust.
Pero Ryder advierte sobre el peligro de perder kilos con gran rapidez: “La pérdida o ganancia de peso acelerada puede contribuir a la formación de cálculos biliares y detonar los síntomas, por lo que la mejor manera de hacerlo es de forma controlada”.
Quienes padecen cálculos biliares sintomáticos con ataques leves o moderados, pueden controlar sus efectos con analgésicos; una dieta baja en grasas también es útil. Pero si los síntomas son intensos y frecuentes, el único tratamiento eficaz es la extracción de la vesícula mediante un procedimiento quirúrgico.
Es posible vivir sin este órgano, ya que el hígado seguirá produciendo bilis, que se verterá directamente en el intestino delgado en lugar de acumularse primero en la vesícula.
Tras la cirugía, alrededor de 1 de cada 10 pacientes experimenta diarrea ocasional debido a que su aparato digestivo debe adaptarse a la liberación continua de bilis. Estas molestias pueden extenderse durante algunas semanas o incluso años, pero para ayudar a controlar tales efectos existen medicamentos conocidos como secuestradores de ácidos biliares.
Sin embargo, para la mayoría de las personas, la diferencia entre tener o no vesícula pasa inadvertida.
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