En Zitácuaro, el 19 de agosto de 1811, Ignacio López Rayón instituyó la Suprema Junta Nacional Americana para la “conservación de los derechos de Fernando VII, la defensa de nuestra religión santa e indemnización y libertad de nuestra oprimida patria”. Proponía unificar la lucha independentista, cuestionar la legitimidad del gobierno virreinal y fortalecer una institución que fijara la línea ideológica de la insurgencia. Rayón tuvo seguidores, al menos en el centro del país.
La junta contaba con una imprenta para hacer propaganda en gran escala; emitió moneda nacional con los emblemas del águila, el nopal, el arco y la flecha, y la honda; también comisionó a un hombre a Estados Unidos para tramitar reconocimiento. Además, en el seno de la junta se elaboró un proyecto de Constitución Nacional. Después de varias derrotas ante Calleja, aquella junta se disolvió en 1813. Uno de los errores de Rayón fue aferrarse a la tesis, ya superada, de que la soberanía emanaba del pueblo pero residía en Fernando VII.
La ideología más avanzada de otro caudillo ganaba terreno. Exactamente en 1813, Morelos pospuso la lucha armada para dedicarse a sentar las bases de la constitución política de la nación. El caudillo había apoyado a la junta porque le parecía importante proyectar la imagen de un gobierno centrado en la unidad. En realidad, tenía una postura ideológica distinta de la que, según él, era una “soberanía a medias”. Un año antes, desde Tehuacán, había objetado un punto central del proyecto de Rayón. Morelos afirmaba: “Que se le quite la máscara a la Independencia, que ya todos saben la suerte de nuestro Fernando VII”. Se refería a la prisión en que los franceses tenían al rey de España. Con la consigna de “desfernandización y democratización del país”, Morelos decidió transformar la Junta Gubernativa en un Congreso Nacional electo, y para constituirlo citó a una reunión en Chilpancingo.
El Acta de Declaración de Independencia dictada por el Congreso de Chilpancingo declaraba la soberanía de la nación mexicana rompiendo para siempre con la dependencia del trono español. Señalaba que a la nación correspondían los atributos de la soberanía, o sea dictar las leyes constitucionales, hacer la guerra y la paz y mantener relaciones diplomáticas. Reconocía, sin embargo, la presencia de Dios entre los hombres y su gobierno.
El acta empieza así: “Solemnemente en presencia del Señor Dios, árbitro moderador de los imperios y autor de la sociedad, que los da y los quita según los designios inescrutables de su providencia…” Y continúa diciendo que debido a las circunstancias que privaban en Europa, América septentrional había recobrado el ejercicio de su soberanía usurpado, y que en tal concepto quedaba rota para siempre la dependencia del trono español.
A decir de algunos historiadores, es en la Declaración de Independencia de Chilpancingo donde se asienta el principio esencial de la nacionalidad mexicana.