La alarma se dio exactamente a las 10:03 de la mañana del domingo 1 de agosto de 2010. —Hola, me acabo de levantar, y encontré abierta la puerta principal de mi casa —le dijo Kristi Abrahams a la operadora del servicio de emergencias, y sollozando añadió—: Mi hija desapareció. Es una niña de seis años… está en piyama… tiene el cabello rubio y los ojos azules.
Le explicó que vivía con su pareja, Robert Smith, en un apartamento en Mount Druitt, un suburbio del oeste de Sydney, Australia, y que su hija se llamaba Kiesha -Weippeart. La operadora le contestó que enviaría un auto patrulla de inmediato.
Cuando la policía llegó a la casa, Kristi contó que Robert y ella habían acostado a la niña en su cuarto alrededor de las 9:30 de la noche del día anterior; luego, unas 12 horas después, al despertar habían descubierto que la habitación de Kiesha estaba vacía. Era como si la niña se hubiera esfumado durante la noche.
La desaparición de Kiesha desató una búsqueda masiva en el barrio. Por la tarde, más de 100 policías y voluntarios de los Servicios Estatales de Emergencia seguían buscando en terrenos baldíos, parques y desagües pluviales. Mientras por aire un helicóptero escudriñaba estanques y canales, varios equipos con perros adiestrados buscaban la más mínima pista en las calles y patios traseros. Los medios informativos dieron amplia cobertura al caso.
En la mañana del lunes, mientras la búsqueda continuaba, el agente inspector Russell Oxford oyó por radio la noticia sobre la desaparición de Kiesha. A este investigador de homicidios, uno de los más experimentados de la Policía de Nueva Gales del Sur, le parecieron extrañas las circunstancias que el boletín describía.
Poco después, en las oficinas de la división de homicidios, Oxford informó a su comandante sobre el caso de la niña, y entonces se dirigió a la comisaría de Mount Druitt junto con un colega, el sargento Andrew Marks. Allí formaron una brigada especial para investigar el caso.
Oxford y Marks empezaron luego a examinar los datos disponibles. Las versiones de Kristi y Robert coincidían, pero no había pruebas que avalaran su testimonio. Los primeros agentes que llegaron al apartamento vieron que la cama de la niña parecía intacta: las mantas estaban dobladas y la almohada lisa; no había señales de que alguien hubiera dormido allí, o quizá alguien había hecho la cama antes de que la policía llegara.
La puerta principal era contra incendios, y Kristi les dijo a los agentes que estaba entreabierta cuando ella despertó. Eso no parecía tener sentido: era del tipo de puertas que se cierran automáticamente. Oxford y Marks no hallaron ninguna señal de forzamiento en la puerta, aunque las dos cerraduras parecían trabarse un poco. Incluso ellos tuvieron dificultad para mover la manija y pasar los pestillos, y se preguntaron cómo una niña de seis años se las habría arreglado para abrir la puerta ella sola.
Como consideraron que era improbable que Kiesha hubiera hecho eso, Oxford y Marks pensaron que quizá un desconocido la había sacado de la cama para raptarla; sin embargo, por ningún lado había señales de que alguien hubiera allanado la casa, ni el menor rastro de la presencia de un intruso.
Los investigadores trataron de imaginar cómo un raptor podría haber sacado de la cama a la niña sin despertarla, haberla sostenido entre sus brazos y, si ella despertó de repente, apagar sus gritos y al mismo tiempo usar ambas manos para manipular las dos cerraduras de la puerta y llevarse a Kiesha. Era absurdo.
Con todo, al no contar con pruebas, los agentes no tenían otra opción que aceptar el testimonio de la pareja y continuar las pesquisas. En el transcurso de las horas siguientes, interrogaron a Kristi y a Robert una y otra vez, en busca de más pistas sobre lo que le había ocurrido a la niña, o discrepancias en su declaración.
Había tres posibilidades: un intruso había raptado a Kiesha; ésta había escapado sola, o le había sucedido algo dentro del apartamento. Durante los interrogatorios, el carácter de Kristi no tardó en aflorar. Físicamente, parecía ser una mujer dura, inexpresiva; casi ninguna de sus fotos familiares la mostraba sonriendo.
Cuando repasaron lo ocurrido el fin de semana, Oxford observó que Kristi era agresiva y egocéntrica; tomó el interrogatorio del agente como un cuestionamiento de su aptitud como madre, y cuando le preguntó por los restos de sangre que habían encontrado en el apartamento, se puso furiosa.
—No lo sé —respondió tajante—. ¿Qué está insinuando?
Dos días después, la policía pidió a la pareja que ofreciera una rueda de prensa. Oxford les dijo que recurrir al público contribuiría a la búsqueda de la niña. Kristi se mostró renuente, pero el inspector insistió; sabía que con la rueda de prensa podría salir a la luz información nueva, y que lo que la pareja dijera les permitiría evaluar también su credibilidad.
Así que, dos días después de denunciar la desaparición de la niña, Kristi y Robert se enfrentaron a los reporteros. Oxford se colocó cerca para tratar de leer el lenguaje corporal de la pareja y escuchar con atención cada una de sus palabras.
—Si hay alguien por ahí que sepa o haya visto algo, que se ponga en contacto con la policía —dijo Robert—. Nos ayudaría mucho.
En apariencia demasiado afectada para hablar, Kristi se limitaba a sollozar. Llevaba puestas gafas oscuras y se cubría el rostro con un pañuelo.
—Alguien debe saber algo —continuó Robert—. Le rogamos que lo diga. La niña es bonita, graciosa, siempre está contenta. No puedo explicarles lo que ocurrió; es imposible imaginarlo hasta que uno pasa por esto. Sólo espero que la encuentren lo más pronto posible. Necesitamos que esté sana y salva. Siempre estaba contenta, animada. Ya saben, le encantaba jugar como a cualquier niño.
¿Siempre estaba contenta?, repitió Oxford con recelo en sus adentros. ¿Quién habla de su hija desaparecida en pasado, a menos que sepa con certeza que no va a volver nunca?
A partir de ese momento Oxford y Marks tuvieron claro que en la rueda de prensa se habían derramado lágrimas de cocodrilo, y que Kristi Abrahams y Robert Smith eran sospechosos de homicidio.
Los dos investigadores pensaban que había pruebas suficientes para llevarlos a juicio por el asesinato de Kiesha, pero antes tenían que encontrar el cadáver de la niña.
Mientras tanto, el interés de los medios informativos y del público por el caso fue creciendo, y la policía sabía que todos sus actos se iban a examinar con lupa. La sociedad exigía respuestas, y los agentes no las tenían.
Oxford y Marks empezaron a rastrear los movimientos de la pareja a finales de julio. Reunieron información sobre las transacciones que hicieron con tarjetas de crédito y sus llamadas telefónicas, y poco a poco armaron un cuadro de dónde habían estado y qué habían hecho.
Intentar rastrear los movimientos de Kiesha era difícil porque, como todo niño pequeño, no tenía tarjetas de crédito, cuentas bancarias ni teléfono celular. Sin embargo, los agentes se llevaron una sorpresa al revisar los registros de la escuela de Kiesha: la niña había asistido a clases sólo cuatro días en lo que iba del año.
Ningún testigo independiente la había visto tampoco en las tres semanas previas a que la madre telefoneara a los servicios de emergencia. Pero ni Kristi ni Robert sabían conducir autos, así que los investigadores estaban perplejos: si acaso la habían matado en algún momento desde que la niña fue vista por última vez en su casa, ¿cómo se deshicieron del cadáver?
Había una posibilidad escalofriante: quizá Kiesha había sido arrojada al depósito de basura. Esto llevó a la brigada especial de investigadores a visitar el vertedero local. Como Kiesha podría haber sido arrojada en cualquier momento de las tres semanas transcurridas desde la llamada de Kristi al servicio de emergencias, se dieron cuenta de que aquello era una tarea colosal. La basura procedía de una amplia zona de recolección y se compactaba constantemente. Les llevaría meses buscar entre los desperdicios, sin garantía de hallar el cuerpo.
Al cabo de unas semanas, presionados por el escrutinio de los medios informativos, Kristi y Robert decidieron mudarse a un motel, y eso abrió otro sendero a la policía. En el apartamento de la pareja, los agentes de la División Forense buscaron más pistas e incautaron varios objetos: el colchón de la niña, su ropa de cama y la alfombra del cuarto para analizarlos. Mientras tanto, otro policía instaló un micrófono oculto para poder escuchar a la pareja cuando volviera.
El informe del laboratorio reveló restos de sangre de Kiesha en todo el apartamento, así como marcas de dientes en la base de madera de su cama. Dos días después, cuando la pareja volvió al apartamento, la policía oyó a Kristi decir: “Se llevaron el colchón de la niña; sólo descubrirán orina seca en él”. Era un comentario frío, carente de emoción.
La pareja se alojó luego en una casa subsidiada por el gobierno local. La policía también había instalado allí micrófonos ocultos, y así, durante los ocho meses siguientes, los agentes escucharon toda palabra pronunciada por los sospechosos. Para la brigada fue un trabajo muy desgastante, pero aún no tenían la evidencia que garantizara la condena por homicidio.
Cuatro meses después de que se denunció la desaparición de Kiesha, Oxford y Marks trazaron un nuevo plan para intentar resolver el caso. Agentes encubiertos tratarían de ganarse la confianza de la pareja a fin de hacerlos decir algo que diera a la policía la prueba que necesitaba.
Día tras día, semana tras semana, en encuentros “casuales” y conversaciones fortuitas, los agentes se fueron granjeando la amistad de la pareja, concentrándose en el que creían que era el más débil de los dos: Robert. Poco a poco éste fue considerando fiables a sus nuevos “amigos”. Ellos lo convencieron de que podía llevar una vida mejor y reforzaron su ego, haciéndolo creer que podía convertirse en un hombre importante.
El momento crítico llegó la noche del 21 de abril de 2011, cuando la pareja se reunió con los agentes encubiertos en un hotel del centro de Sydney. Sin que Kristi y Robert lo supieran, todas sus palabras se estaban grabando. Los agentes les preguntaron si había algo en su pasado que desearan contar. Los alentaron a ser honestos; de lo contrario, la promesa de un nuevo futuro para ellos no podría hacerse realidad.
Oxford y Marks observaban y escuchaban muy atentos desde la habitación contigua, en espera de que se produjera el movimiento final de su partida de ajedrez.
En efecto, tal como esperaban, Kristi reveló cómo había muerto su hija. Explicó que unas dos semanas antes de que diera aviso de la desaparición de Kiesha, había entrado al cuarto de la niña al oírla llorar. Le pidió a su hija que se pusiera la piyama, pero como la niña se resistía a hacerlo, le dio un “empujoncito” con el pie. Kiesha cayó de costado, se golpeó la cabeza contra la base de la cama y se quedó “muy quieta”.
Contó entonces que había llevado a su hija a la ducha para tratar de despertarla, pero que la niña parecía “un trapo”. Con ayuda de Robert colocó a Kiesha en un catre, y después se fueron a dormir. Cuando despertaron se dieron cuenta de que la pequeña había dejado de respirar.
Kristi dijo que habían ido al garaje del edificio a sacar una maleta que guardaban allí, metieron a Kiesha en ella y luego pusieron la maleta dentro del clóset del cuarto de la niña. La dejaron allí varios días.
Robert recorrió el barrio en bicicleta en busca de un terreno baldío para enterrar el cadáver. Poco después, hacia las 5 de la mañana del domingo 18 de julio de 2010, llamó un taxi (usando un nombre y una dirección falsos) y le dio instrucciones al taxista para que lo dejara en el solitario lugar que había elegido.
Con un martillo, Robert cavó un hoyo poco profundo, sacó el cuerpo de Kiesha de la maleta, lo bañó con gasolina y le prendió fuego.
Los agentes ya tenían pruebas suficientes para arrestar a la pareja, pero querían que ésta los llevara al sitio donde yacían los restos de Kiesha a fin de exhumarlos y demostrar sin asomo de duda que eran culpables. Como padres, tanto Oxford como Marks se sentían responsables de encontrar el cadáver de la niña y llevarlo de vuelta a casa desde el lugar donde había sido tan cruelmente abandonado.
Kristi y Robert ya les habían confesado todo a sus “amigos”, y como no tenían nada más que esconder —y posiblemente ansiosos por demostrar que la inverosímil historia que acababan de contar era cierta—, accedieron a llevar esa noche a los agentes encubiertos al sitio donde Robert había enterrado a la niña.
Oxford y Marks los siguieron en un auto a prudente distancia. A la 1:12 de la madrugada del 22 de abril de 2011, tras conducir a los agentes encubiertos a la tumba improvisada, Kristi y Robert empezaban a alejarse del sitio cuando de pronto Oxford y Marks los atajaron. La búsqueda había finalizado. Estaban arrestados.
Los agentes llevaron a la pareja a la comisaría de Mount Druitt y la acusaron formalmente por el homicidio de Kiesha. Ese día la niña habría cumplido siete años.
Los peritos forenses hallaron restos del esqueleto, dientes y algunos cabellos en la tierra. Descubrieron que se habían producido fracturas en los dientes a la hora de la muerte o poco antes. También había señales de lesiones óseas que databan de meses o semanas antes del deceso.
Tras sentenciar a Kristi Abrahams a una pena de 22 años de cárcel, el juez del Tribunal Superior Ian Harrison declaró: “En una comunidad civilizada, es aterrador pensar siquiera que una madre pueda tener un motivo racional para matar a su hijo”. Por su parte, la jueza Megan Latham sentenció a Robert Smith a una pena mínima de 12 años de prisión. “Para sobrevivir, esa niña indefensa y vulnerable dependía completamente de la persona que estaba a su lado, y él no hizo nada, al igual que la persona que la atacó”, expresó.
Andrew Marks y Russell Oxford jamás olvidarán el día en que arrestaron a la pareja. “Esta investigación nos caló en lo hondo porque somos padres”, dice el inspector. “Fue un caso en el que nunca estuvimos dispuestos a darnos por vencidos”.
Descubre por qué no debes quedarte sentado más de lo necesario.
La salud neurológica es una preocupación creciente en todo el mundo, con un notable aumento…
El sueño es un proceso biológico fundamental para la salud física y mental. Cuando este…
Aunque puede ser difícil de describir, este síntoma suele ser la señal de que algo…
Un microbioma intestinal saludable podría ayudar a las personas con EII, pero ¿deberían los probióticos…
Aprende consejos prácticos y encuentra 15 ideas fáciles para mantenerte en el camino hacia una…
Esta web usa cookies.