¡Sonríe! El dentista te va atender

El doctor Peter Kertesz es experto en curar colmillos, incisivos y muelas de unos pacientes muy especiales.

Cuando, en 2002, Alexander, un elefante asiático de 4.5 toneladas, se rompió el colmillo derecho, el personal del zoológico de Münster, Alemania, no dudó en llamar a Peter Kertesz, dentista residente en Londres. Al llegar allí, éste descubrió que su paciente tenía un agujero de 2.5 centímetros de diámetro en el colmillo y una infección. Estaba sufriendo mucho.

Alexander caminaba inquieto en su recinto cerrado y observaba a Peter y a sus ayudantes, quienes preparaban el equipo para la operación del día siguiente. El nerviosismo del elefante era comprensible. Las operaciones dentales en pacientes pesados como él suelen requerir esmeriladoras industriales accionadas por unas compresoras parecidas a las que usan los obreros de caminos, y brocas de taladro que llegan a medir más de 60 centímetros de largo y hasta 10 centímetros de ancho. 

A la mañana siguiente, un veterinario le lanzó a Alexander un dardo con un potente tranquilizante, y los cuidadores lo sujetaron con cuerdas. Era esencial que cayera sobre su costado izquierdo para que Peter pudiera llegar al colmillo dañado, pero 15 minutos después una de las cuerdas se rompió y —¡desastre!— el animal cayó sobre el costado derecho.

Peter afrontaba un problema casi imposible de resolver: cómo operar un colmillo atrapado entre el suelo y la cabeza de un elefante inconsciente al que no se le podía dar vuelta en un espacio tan reducido. Afortunadamente, Peter logró alcanzar la punta del colmillo infectado y cortarla con una sierra eléctrica, dejando al descubierto la cavidad pulpar; sin embargo, cuando sondeó dentro, salieron litros de pus. Entonces se dio cuenta de que era necesario extraer el colmillo, una operación que, según sabía, nunca se había hecho en un elefante tumbado hacia el lado opuesto. 

Con todo, en el transcurso de las dos horas y media siguientes, el dentista, tendido de lado sobre la paja, casi sin espacio para maniobrar y cuidando de no lastimar a Alexander, se puso a trabajar con una palanca y una llave de cadena gigantesca para extraer el colmillo. 

“Era muy estresante estar tan concentrado”, recuerda Peter. “Tienes que hacer bien el trabajo pero en un tiempo limitado. No puedes volver al día siguiente o una semana después para terminarlo”.  A la una de la tarde, por fin consiguió extraer el colmillo, y Alexander se recuperó totalmente al cabo de unas semanas. 

Peter estaba acostumbrado a esa odontología pionera. Hoy día de 69 años de edad, ha pasado los últimos 28 operando las bocas de algunas de las criaturas más exóticas del planeta, desde diminutos monos titíes que no pesan más que una barra de mantequilla hasta leones, tigres y una orca de 10 toneladas. Es quizá el mejor cirujano dental de animales del mundo, asesor de la Sociedad Zoológica de Londres, y entre sus clientes se cuentan más de 70 zoológicos y reservas de fauna silvestre de 21 países.   

Sin embargo, la vida de Peter empezó de manera muy distinta. Nacido en Budapest, su infancia estuvo marcada por los horrores de la Revolución Húngara de 1956, cuando los rebeldes luchaban contra el gobierno comunista. Aún recuerda que, a los 12 años de edad, un sublevado le apuntó con una ametralladora y gritó: “Detente, o disparo”. En 1957 huyó a Londres con su familia, sin un centavo en los bolsillos; no obstante, su padre, técnico en calefacción, encontró trabajo como vendedor y, poco a poco, la familia se forjó una nueva vida. 

Inspirado por la actitud de su padre frente a la adversidad, Peter aprendió inglés, se aplicó en la escuela y, con el tiempo, se tituló de dentista. Durante ocho años atendió pacientes en Londres; luego, en 1985, un veterinario de la ciudad lo llamó por teléfono para hacerle una petición.

—¿Podría venir aquí a ayudarme con un gato que necesita una operación dental? —le dijo.

El veterinario no tenía ni el equipo ni el adiestramiento necesarios para hacerlo él solo, pero la improvisada operación salió bien, a pesar de que utilizaron el instrumental que Peter usaba para atender personas. Debido a la escasez de dentistas de animales, empezó a correr la noticia sobre las habilidades de Peter y, poco después, realizó su primera operación en un zoológico, a un tigre del Safari Park de Windsor.

Pronto, cuidadores de zoológicos de todas partes del mundo comenzaron a llamarlo para que atendiera a una creciente lista de criaturas exóticas, y Peter fue aprendiendo sobre la marcha cómo tratar a cada especie. Mientras tanto, cuando regresaba a Londres, seguía atendiendo a sus pacientes humanos. 

En muchas ocasiones el trabajo ha sido duro. En 2003, Peter tuvo que operar a nueve morsas en tres días en un zoológico de Moscú. “Una sesión empezó a las 8 de la mañana y no terminó hasta las 4 de la madrugada del día siguiente”, afirma. “Yo dormía un poco entre cada operación. No pude ir al baño en un lapso de cinco horas, pero sólo me di cuenta de lo cansado que estaba cuando acabé”. 

También ha sido peligroso. “Un día tuvimos que operar a un delfín en el fondo de una piscina con 15 centímetros de agua de mar”, cuenta Peter. “Normalmente, a estos animales se les traslada a tierra para curarlos, pero en aquel zoológico no querían hacerlo así. Nos vimos obligados a extender el cable principal del equipo a través del agua salada. Yo estaba asustado. Pensé que nos íbamos a electrocutar. Desde entonces, ¡siempre tengo a la mano un equipo que funciona con pilas para operar delfines!” 

Anestesiar animales salvajes tampoco es una tarea exenta de riesgos. Muchas criaturas pierden la capacidad de controlar su temperatura corporal cuando se les anestesia, sobre todo si tienen mucho pelo y grasa aislante, y pueden morir por hipertermia. Los gorilas, por ejemplo, son muy sensibles a la anestesia. 

“Hace ocho años se nos murió un gorila mientras se recuperaba de la anestesia”, recuerda Peter. “Lloré hasta quedarme sin lágrimas. Pensé que había sido por mi culpa y estuve a punto de renunciar. Luego, una necropsia reveló que el animal tenía graves problemas cardiacos”. 

Debido a los riesgos que corren los pacientes, muchos veterinarios prefieren no usar mucha anestesia, y calculan una dosis que dure exactamente hasta el final de la operación. “No es raro que un animal empiece a despertar antes de que acabemos”, dice Peter. “He tenido a leones y tigres lamiéndome la mano. Una vez, un oso se levantó y se puso a dar vueltas en la habitación. Pero jamás me ha mordido un animal… sólo los humanos”. 

Las operaciones casi nunca son fáciles. En general, los dientes de los animales han evolucionado de una forma que resulta difícil extraerlos. Las raíces de las muelas de los gorilas son ganchudas y se curvan hacia fuera, lo que hace casi imposible la extracción por los medios ordinarios. Las raíces de los colmillos de los osos miden unos 7.5 centímetros de largo, y sacar cada pieza suele llevar hasta 40 minutos. Con los animales más grandes, la extracción de una pieza dental a menudo es como una excavación. Para asegurar que no quede ningún trozo de raíz que pueda causar una infección, se tiene que rebajar cuidadosamente la zona circundante del maxilar, por lo común con una esmeriladora neumática, hasta exponer todo el diente. 

Para éste y otros procedimientos, que difieren un poco de un animal a otro, Peter ha acumulado casi una tonelada de equipo quirúrgico especializado cuyo valor asciende a más de 130,000 dólares. Las operaciones de elefantes casi siempre requieren un taladro de cinco caballos de fuerza, potencia suficiente para impulsar una lancha pequeña, y Peter tiene varias limas de alta resistencia hechas a la medida en Suiza, cada una valuada en unos 3,300 dólares.  

Aunque Peter cobra honorarios, su trabajo está orientado a la conservación de especies, sobre todo las amenazadas, como el tigre de Sumatra, el leopardo de las nieves y el panda. “Hemos visto animales que habían pasado años sin aparearse recuperar el apetito sexual tras la extracción de un diente dañado”, afirma. “¡Tener la boca sana hace que te den ganas de algo más que comer!”

Algunos de los casos que más satisfacción le han dado a Peter han tenido que ver con animales maltratados. Durante varios años, desde 1994, trabajó en Grecia con una organización ecologista que se dedicaba a rescatar osos bailarines y a devolverlos a las montañas. Para hacerlos más dóciles, a muchos de ellos les machacaban los dientes o se los partían. Algunos tenían llagas en las encías de tanto mordisquear las cadenas que los mantenían presos. Sufrían dolores terribles cuando se les infectaban las raíces de los dientes, les resultaba tremendamente difícil comer y con frecuencia morían de septicemia o por alguna complicación similar.

En una porqueriza convertida en una clínica improvisada, Peter pasaba horas con cada uno de los enormes osos, limándoles los dientes dañados, llenando las cavidades con colágeno y suturando las encías. Sin embargo, fuera de la clínica, los osos que Peter había atendido el año anterior ya estaban totalmente recuperados y jugaban mientras esperaban a que los pusieran en libertad. “Daba alegría verlos”, dice el dentista. “Incluso el comportamiento del más agresivo había mejorado mucho”. 

En los últimos meses Peter ha operado en zoológicos de Turquía, Bélgica, Egipto, España e Irlanda, y le ha hecho tres empastes a una leona del zoológico de Whipsnade, ubicado al norte de Londres. Además, sigue ejerciendo como dentista de humanos en su consultorio privado en Mayfair, Londres, donde atiende de lunes a jueves. 

“Tengo que estar inmerso en la odontología a diario para poder atender animales”, señala. “Una semana puedo estar trabajando en un campo en Inglaterra, empapado hasta los huesos y temblando de frío, y la semana siguiente bajo un sol abrasador en Egipto. Uno necesita experiencia para poder tomar decisiones clínicas”. 

¿Y no le parecen un poco aburridas las personas después de trabajar con animales salvajes? “En absoluto”, dice. “Me puedo comunicar con ellas. Paso momentos magníficos cuando trabajo en los zoológicos, pero también duros contratiempos. No es una tarea divertida, pero sí necesaria”.

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