Steve Carell, el hombre más amable del mundo
Todo el tiempo está sonriendo, y se nota que valora su gran momento, y que se siente muy afortunado. Se puede decir que a sus 57 años lo ha logrado todo.
Todo el tiempo está sonriendo, y se nota que valora su gran momento actual y que se siente muy afortunado. Se puede decir que, a sus 57 años, Steve Carell lo ha logrado todo.
Ha demostrado su talento como comediante y también como actor dramático; ha amasado una cuantiosa fortuna personal, y el éxito parece acompañarlo en casi todos los proyectos que emprende. Hoy día vive feliz con su esposa, Nancy Carell —a la que conoció mientras daba una clase de improvisación—, y sus dos adorables hijos.
Y aunque tiene un rostro absolutamente reconocible, puede disfrutar de una vida familiar tranquila porque los paparazzi suelen dejarlo en paz.
Sin embargo, Carell, quien descubrió su vocación en el prestigioso grupo Second City de Chicago (del que surgieron también Tina Fey, Amy Poehler, Bill Murray y otros comediantes), sabe interpretar a tipos odiosos y a la vez fascinantes, como Michael Scott, el insoportable jefe al que encarnó en la serie televisiva La Oficina, o el malvado Gru de la película animada Mi villano favorito.
En su filme The Incredible Burt Wonderstone, Carell va aún más lejos: interpreta a un mago egocéntrico que de repente llega a olvidar todo lo que lo llevó a amar su profesión. Con un estilo humorístico delirante que hará felices a quienes lo adoraron en comedias como Virgen a los 40 y Una noche fuera de serie, la película es un gran duelo de humor entre él y Jim Carrey, en el que cada uno intenta sorprender al otro y también a los espectadores.
R: Es realmente divertido y liberador interpretar personajes como Burt Wonderstone. Cuando leí el guión me pareció un mundo muy gracioso, algo que nunca había visto en una comedia, y con un personaje muy extravagante pero al mismo tiempo muy humano.
Me divierte dar vida a personajes como él, o a un supervillano animado como Gru, porque no hay límites: uno puede sumergirse en ellos sin saber adónde llegará. Me divierte combinar esas cosas en los personajes más serios que a veces también me toca interpretar.
R: Sí. Pienso que todas las actividades que implican desempeñarse en un escenario tienen algo en común. El trabajo de los comediantes sin duda se parece al de los músicos, al de los ilusionistas y al de otros profesionales.
Cualquiera que se suba a un escenario noche tras noche, ya sea para dar un concierto o una función de magia, comparte mucho con los comediantes: por lo que viven, por las cosas que tienen importancia en su oficio, por la manera en que se vinculan con el material con que trabajan, y por lo que hacen para no volverse amargados y aburridos.
R: Sí. Para que un truco de magia salga bien, siempre hay que realizar un trabajo que en parte es mecánico. En la comedia sucede algo parecido. Entre ella y la magia hay muchas similitudes, pero lo que tiene la magia es que requiere mucha precisión.
Los magos trabajan con dos temporalidades a la vez, y no pueden apartarse bruscamente de lo que hacen porque podrían lastimar a alguien si cambian mucho el truco. En cambio, cuando uno es músico o comediante, puede usar la energía del público, improvisar o modificar las cosas sobre la marcha con más facilidad.
Creo que, hasta cierto punto, los magos están más atados por lo que hacen.
R: Buena pregunta. El humor no es algo objetivo. ¿Quién puede decir si una cosa es graciosa o no? Es posible que una persona se ría mucho con algo que a otra no le causa ninguna gracia. No existen reglas universales. Hay muy pocas cosas que harían reír a todo el mundo.
Pienso que tiene que ver con la forma en que uno fue criado, cuál es su marco de referencia y muchas otras cosas. En mi opinión, uno puede entender el funcionamiento de la comedia y no ser gracioso; o al revés: no saber nada del humor y ser una persona naturalmente graciosa.
Es algo increíblemente difícil de determinar. Cuando algo me hace reír, no lo analizo demasiado, porque entonces deja de ser gracioso.
R: Supongo que hay un poco de ambas. Creo que las mejores cosas surgen de manera natural. Los mejores improvisadores son personas que saben escuchar muy bien y que evitan prejuzgar, porque cuando uno está muy concentrado en algo —sobre todo si es un actor que está improvisando—, el hecho de pensar con anticipación un chiste o cualquier otra cosa que quiere decir, lo saca de la escena de inmediato; pierde totalmente la conexión con lo que está ocurriendo.
En cambio, si uno escucha con atención, si su personaje tiene un vínculo con los demás personajes, entonces es más probable que encuentre en esa escena algo que le permita crear un momento divertido.
R: Sí, pienso que sí. Existe en cualquier ámbito. Sin embargo, yo nunca he sido una persona muy competitiva. No veo la actuación como una competencia, sino como una comunidad. Si interpreto un papel en una obra de teatro, en una película o en una serie de televisión, mi objetivo es contribuir a que salga lo mejor posible.
Y si uno tiene que ser actor secundario o preparar la escena para que otro cuente el gran chiste, para que las cosas salgan como tienen que salir, está bien. Me veo como parte de un equipo; no me interesa competir por el protagonismo ni por las risas. No considero importante nada de eso. Lo único que quiero es que el resultado sea lo mejor posible.
R: Actor. Nunca me he considerado un comediante. Por eso nunca he hecho comedia en vivo. Me formé como actor, y por casualidad incursioné en el mundo del humor.
R: Bueno, a mí el éxito me llegó cuando ya no era precisamente joven. Trabajo como actor desde hace mucho tiempo, pero apenas en los últimos años me he vuelto conocido por mis interpretaciones. Cuando me llegó el momento de triunfar, ya me había formado como ser humano.
Estaba casado, tenía hijos y sabía cuáles eran mis prioridades. Si el éxito me hubiera llegado antes, quién sabe qué me habría ocurrido. Pero me llegó en el momento justo, cuando ya tenía los pies sobre la tierra.
R: Sí, sé cómo es. Nunca me olvidé de eso. No creo tener nada asegurado. Cuando uno empieza a dar por sentadas las cosas en la vida, cuando uno piensa que nada puede cambiar, comete un grave error.
R: No sé si estoy de acuerdo con eso, porque conozco a muchas personas que han tenido muchísimo éxito y nunca han perdido el entusiasmo; siguen siendo las mismas personas que cuando empezaron. Will Ferrell, por ejemplo. Mi esposa y yo lo conocimos en su primera temporada en Saturday Night Live. Con el tiempo se convirtió en una gran estrella, y hoy sigue siendo exactamente la misma persona que era hace 18 años.
Podría darte muchos otros ejemplos de ese estilo. Creo que a las personas que trabajan con integridad, que tienen una base ética, el éxito no las cambia. Decir lo contrario no es más que un cliché, al menos en mi experiencia.
R: En realidad, no creo haber interpretado antes a un personaje como Burt. Al principio de la película uno lo ve cuando era niño, y una de las funciones de esa parte de la trama es mostrar que es un ser humano, sin importar lo que pase después en la historia.
Burt empezó siendo un niño inocente, maltratado, que lo único que quería era que las personas lo quisieran y lo valoraran. Me parece una forma maravillosa de humanizar a un personaje que durante el resto del filme será bastante ruin. Creo que el meollo de la película está en el cambio que tiene que hacer ese personaje, y lo único que lo hará cambiar es caer en desgracia.