Steve nació con un padecimiento que lo hace insensible al dolor…
¿Cómo calificarías el nivel de tu sufrimiento físico del 1 al 10? ¿Es constante o más bien te punza? ¿Arde o es como recibir piquetes?
¿Cómo calificarías el nivel de tu sufrimiento físico del 1 al 10? ¿Es constante o más bien te punza? ¿Arde o es como recibir piquetes?
Steven Pete no tiene idea de cómo te sientes. Sentados en un café en Longview, Washington, me cuenta que no puede imaginar los achaques o las punzadas, mucho menos el agudo azote de la neuropatía periférica que mantiene a millones de personas despiertas durante la noche o encadenadas a las pastillas.
Él nació con un padecimiento neurológico poco común llamado insensibilidad congénita al dolor y, durante 37 años, ha estado rondando en el primer nivel de nuestra escala, sin importar el tipo de lesión. Debido a que nunca aprendió a evitar lastimarse —propósito de tal sensación—, se lesiona con mucha frecuencia. Le pregunto cuántos huesos se ha roto; él suelta una risa repentina. “No se me había ocurrido contarlos, pero quizá unos 70 u 80”, calcula.
Él nació con un padecimiento neurológico poco común llamado insensibilidad congénita al dolor.
Hace unos años, Steven notó una sensación anormal al mover el brazo y hombro izquierdos que se extendía a la espalda. Se hizo una tomografía. Al ver los resultados, el médico lo miró con incredulidad. “Tienes tres vértebras fracturadas”. Resultó que, ocho meses antes, Steven se había lesionado al deslizarse cuesta abajo por una colina nevada en un inflable.
Como Steven lo pone, ahora tiene “una extraña sensación irradiante” por todo el cuerpo; aunque acusa cierta molestia, no es exactamente el dolor como tú y yo lo conocemos.
Se podría pensar que él y otros que han nacido con este padecimiento son como superhéroes; Steven incluso tiene una caricatura de un personaje que usa armadura de cuerpo completo y dice: “Pete, el indolente”. Pero él no se engaña. Sabe que, de sufrir el suplicio, sin duda estaría en cama.
“Siempre estoy preocupada por él”, afirma Jessica Pete, su esposa. Trabajar con herramientas eléctricas o usar la parrilla es peligroso. “Si sufriera un infarto, no lo sentiría. A veces se soba el brazo; yo enloquezco y le pregunto si está bien”. Voltea a verlo y Pete ríe. “A él le parece muy gracioso; a mí no”, asegura.
Stephen Waxman todavía era un estudiante de medicina a principios de la década de los 70 cuando el tema del dolor lo fascinó. Lo cautivó el mecanismo que utiliza el cuerpo para transmitirlo, saber cómo lo sienten las personas y la forma en que, como futuro neurólogo, podría aprender a controlarlo.
Tiempo después, mientras su padre pasaba por la etapa final de la agonizante neuropatía diabética, se obsesionó por ayudar a los pacientes a los que el suplicio no les daba respiro. “Teníamos que hacer mejor las cosas”, afirma.
Hoy, a sus 72 años, el doctor Waxman dirige el Centro para la Investigación Neurocientífica y Regenerativa de la Escuela de Medicina de la Universidad Yale. Durante gran parte de su carrera se ha interesado en los canales de sodio: proteínas que permiten que partículas cargadas entren y salgan de las células nerviosas. Creía que uno de estos, el Nav1.7, tenía un papel decisivo en la manera en que experimentamos el sufrimiento físico.
Según su teoría, un estímulo activa el Nav1.7 para permitir que los iones de sodio pasen, lo que posibilita que las señales de picazón, irritación o abrasión lleguen al cerebro. Cuando tal estímulo cede, el Nav1.7 se cierra. En quienes presentan ciertas mutaciones en dicha proteína, las sensaciones que el cerebro por lo general no registraría se traducen en dolor extremo.
En 2004, el equipo de Waxman estaba buscando sujetos con alguna forma de dolor hereditario para poder determinar con exactitud cómo operaba el Nav1.7, ya fuera para causar o para mitigar la aflicción. Ese mismo año, científicos de un laboratorio en Pekín publicaron los resultados del estudio que hicieron a una familia china que padecía el síndrome del hombre en llamas; en este relacionaban el trastorno a mutaciones en un solo gen del canal de sodio, el SCN9A.
Las sensaciones que el cerebro por lo general no registraría se traducen en dolor extremo.
Cuando Waxman encontró el artículo, les pidió a sus colegas hallar familias con eritromelalgia. El grupo de expertos del doctor Waxman recabó ADN de 17 primos, tías y tíos de una familia que sufrían la misma enfermedad y secuenció sus genes para encontrar las mutaciones.
Después, introdujo estas alteraciones al segmento de ADN encargado de codificar canales de sodio normales y observó la forma en que estos reaccionaban ante diversos estímulos.
Los resultados confirmaron que la teoría del doctor Waxman era correcta, no solo al demostrar que las mutaciones del SCN9A hacían que los canales Nav1.7 tuvieran mayor propensión a abrirse (lo que causaba que, con frecuencia, estímulos inofensivos detonaran sensaciones aflictivas), sino también que cuando esos canales se destapaban, lo hacían por un lapso más largo, lo que incrementaba la sensación de molestia. “Ahora teníamos un vínculo convincente entre el Nav1.7 y el dolor”.
Si su equipo pudiera, de alguna manera, regular o incluso obstruir la proteína, podría modular o acabar con ciertos tipos de aflicción.
Como a los seis meses de edad, Steven Pete masticó parte de su lengua. Creció y empezó a golpearse la cabeza contra las paredes. Sus padres le ponían un casco y envolvían sus brazos y piernas con calcetines largos.
Chris, su hermano menor, compartía varios síntomas. Era raro que pasaran un día sin que sangraran o se lastimaran. Más tarde, los niños fueron diagnosticados con insensibilidad congénita al dolor.
Años después, un médico le dijo a Chris que las lesiones que acumulaba le habían causado tanto daño que era probable que acabara en una silla de ruedas antes de cumplir los 30. La situación rebasó a Chris. Se ahorcó hace 9 años; apenas tenía 26. “Fue como perder mi propia vida”, dice Steven.
Mientras tanto, a las afueras de Vancouver, Canadá, una pequeña empresa avanzaba lentamente hacia un gran descubrimiento que permitiría comprender la enfermedad de los hermanos. La empresa, que ahora se llama Xenon Pharmaceuticals, estudiaba trastornos poco comunes de un solo gen en un intento por crear medicamentos para tratar las dolencias más comunes con síntomas similares.
En 2001 se enteraron de que cuatro integrantes de una familia oriunda de Terranova eran insensibles al sufrimiento físico. Con la sospecha de que se trataba de un problema genético, Xenon empezó a buscar a más sujetos.
Los investigadores rastrearon, siguiendo informes de noticias y rumores, y estudiaron a 12 familias con el mismo trastorno. (Los Pete no estaban entre ellos.) Xenon encontró un común denominador: mutaciones en un solo gen, el SCN9A, y el canal de sodio que codifica, el Nav1.7.
Robin Sherrington, en ese entonces director de ciencias biológicas en Xenon, explica que “cuando este canal no funciona en alguien, le impide entender o sentir cualquier forma de dolor”. Si Xenon pudiera desarrollar un medicamento que imitara este padecimiento —“inhibir el canal Nav1.7 para replicar parcialmente la insensibilidad”, ilustra Sherrington—, podría usarlo para aliviar el dolor crónico sin ninguno de los efectos secundarios de los opioides y otros analgésicos.
Es raro que un solo gen tenga un efecto tan determinante sobre una sola sensación. Los equipos de Sherrington y Waxman se enteraron de sus respectivos hallazgos mediante informes y artículos publicados en revistas. Estaban muy sorprendidos de que el SCN9A regulara el dolor.
La situación rebasó a Chris. Se ahorcó hace 9 años; apenas tenía 26. “Fue como perder mi propia vida”, dice Steven.
Finalmente, Xenon encontró un compuesto que bloquea el Nav1.7 sin efectos secundarios importantes. Por desgracia, cuando se hicieron pruebas en 330 pacientes que padecían neuralgia, los resultados fueron decepcionantes. Después de cuatro semanas, sus niveles de sufrimiento físico no mejoraron de manera significativa.
En Yale, Waxman y su equipo ayudaron a Pfizer a experimentar con un bloqueador de Nav1.7 distinto en cinco pacientes con eritromelalgia. Los científicos detonaron la molestia con mantas térmicas. Tres de los pacientes señalaron que el suplicio disminuyó después de tomar el medicamento.
También se exploran otras opciones menos convencionales. En Amgen, una farmacéutica de Thousand Oaks, California, los científicos descubrieron que la toxina de una tarántula chilena puede neutralizar el Nav1.7. Desde entonces, la empresa ha conseguido diseñar una versión sintética más potente que la original.
Aún hay obstáculos para encontrar un tratamiento eficaz; por ejemplo, crear compuestos que, aunque permitan paliar la aflicción, no la anulen del todo. Sin embargo, en la actualidad muchos ven el futuro con esperanza. “Espero que algún día los padres con hijos indolentes puedan tener la posibilidad de elegir activar el canal de sodio para que sus hijos lleven una vida normal”, dice Steven.
Todos estos avances no habrían sido alcanzados sin personas como Steven, quienes han participado en estudios todo este tiempo.
El trabajo enfocado en el canal Nav1.7 no ayudará a Steven ni a otras personas con insensibilidad congénita al dolor: no tiene caso bloquear un canal que ya está cerrado de manera permanente. Si bien se sabe la causa de este padecimiento y que se pasa de una generación a otra, aún no se encuentra una cura.
Cuando nació su hija, en 2008, Steven le preguntó al médico en la sala de parto: “¿Puede ella sentir dolor?”. “La pincharon y lloró”, recuerda su esposa. Fue un gran alivio.