Joris Hooimeijer se reclina hacia atrás mientras la vela de su nave se hincha con el viento, iluminada por la luz del atardecer. Es el sábado 9 de octubre de 2010, y sobre el lago Ijssel sopla una brisa helada, pero al sol aún le queda fuerza para contrarrestarla. Para Joris, soltero de 35 años residente en Assen, Holanda, esto es la gloria.
Su velero de madera, de seis metros de eslora, color azul y sin nombre, pasa por debajo del puente Ketel y navega a lo largo de la costa de Urk. Luego vira a la derecha, hacia el puerto de Lemmer.
Joris, hombre robusto y tranquilo, dueño de una empresa de servicios informáticos, sigue la costa recta y larga de Noordoostpolder. Espera llegar a Lemmer antes de las 7 de la noche, cuando oscurezca, a tiempo para pasar por la esclusa. A la velocidad que lleva, unos siete kilómetros por hora, calcula que lo logrará.
Sin embargo, el viento arrecia y la nave empieza a dar bandazos. Se encuentra en una zona de corrientes fuertes. El contrapeso de la quilla ejerce una presión tremenda sobre el casco del barco. Joris no se da cuenta, pero el casco empieza a romperse lentamente, y de pronto se abre en él una grieta de 1.5 metros de largo.
Cuando la costa de Noordoostpolder se curva un poco hacia el noreste, Joris se ve obligado a navegar contra el viento. Acorta la vela y enciende el motor. Piensa que esto le devolverá la calma para maniobrar. Pero cuando entra a la cabina para tomar una lata de refresco, se sobresalta. ¡Hay medio metro de agua dentro! Los cojines de los bancos flotan por todos lados. Desesperado, Joris busca un balde para sacar el agua.
Ese sábado era el último día de su excursión en velero, que había empezado en la ciudad de Sneek. Emprendió el regreso a las 8 de la mañana, cerca de Nijkerk. Tenía un largo día por delante, y pensaba llegar al atracadero de Sneek por la tarde. No llevaba radio, porque el tiempo era estupendo. Prometía ser un día muy agradable.
Pero al ver la cabina llena de agua, la sensación de tranquilidad de Joris se convierte en preocupación. Encuentra un balde y empieza a achicar, pero no es suficiente. El agua sigue subiendo e inunda el barco. Se pregunta si podrá llegar a la costa. La esclusa de Lemmer se halla a 10 kilómetros de distancia, cuando mucho. Si consigue llegar al primer rompeolas, podrá saltar y abandonar la nave.
Para ganar velocidad, acelera. Sin embargo, un barco inundado no es lo mismo que uno vacío. La fuerza del motor levanta la proa. Normalmente, esto no representa ningún problema, pero ahora el agua fluye hacia la parte posterior de la cabina y hunde aún más la popa. Incluso los imbornales ahora se encuentran bajo el agua, y la inundación continúa.
La popa sigue hundiéndose, hasta que el motor se ahoga y se detiene. A casi un kilómetro de Lemmer, Joris ya no logra hacer que el velero se mueva, y pronto se da cuenta de que va a encallar. Sigue inundándose lentamente. Oscurece. La luz del mástil no enciende, y el teléfono celular de Joris está mojado e inservible. Mira a su alrededor con angustia: no hay ningún otro barco a la vista.
“¡Auxilio!”, grita, con el rostro hacia la costa de Noordoostpolder. “¡Ayúdenme!” Pero lo hace contra el viento, sabiendo que es inútil.
¿Ahora qué?, se pregunta. El viento del este empuja el velero con tanta fuerza, que tal vez se desatasque y flote a la deriva hacia el lago Ijssel. Eso me llevaría hasta Medemblik, piensa Joris. Entonces ve su computadora portátil.
“Estoy en el lago Ijssel y tengo problemas. ¿Podrías avisar a la policía? No puedo llamar por teléfono. Mi velero está varado y empieza a hacer frío”. Joris envía el mensaje electrónico a su madre, de 70 años, residente en Meppel, deseando que esté conectada a la Red en ese momento. Pero muy pronto su esperanza se esfuma: el mensaje no ha llegado a su destino. Joris revisa su conexión inalámbrica; parece funcionar bien.
Siempre hay amigos míos chateando en las redes sociales, sobre todo el sábado por la noche, piensa. Mientras tirita de frío, enfundado en un suéter y una chaqueta, envía un mensaje: “¿Podría alguien llamar a la policía? Estoy cerca del atracadero de Lemmer. Mi barco está atascado, el motor no funciona y tengo frío”.
En cuestión de minutos, recibe respuesta de dos de sus amigos. “¿Es en serio o se trata de una broma?”, lee Joris. “¡Es en serio! ¿A quién se le ocurriría pedir que llamen a la policía como broma?”, responde.
Esmeralda, una amiga suya que vive cerca de Assen, contesta: “Acabo de hablar con la policía, pero no pueden hacer nada. La brigada contra incendios sí; tienen un barco”. Esto no suena nada bien, se dice Joris. Va a ser difícil que lleguen aquí.
Pasan varios minutos sin más noticias en la laptop. ¿Acabará esto bien?, piensa. ¿Realmente habrá llamado Esmeralda para pedir ayuda?
De pronto recibe otro mensaje de su amiga: “Me llamaron del centro de la Guardia Costera”. Joris sabe que el centro coordina los salvamentos que realiza la estación en Lemmer de la Real Sociedad Holandesa de Rescate (KNRM, por sus siglas en holandés).
“¿Dónde estás exactamente?”, le pregunta Esmeralda. “No muy lejos de las esclusas de Lemmer”, responde Joris, “pero no sé mi ubicación exacta porque no puedo ver casi nada. El último punto que vi claramente fue la Esclusa Princesa Margarita”. Esmeralda reenvía todos los mensajes al centro de la Guardia Costera. Joris se está helando y la oscuridad lo aterra.
Esta noche de sábado, Eric Bootsma, coordinador de la KNRM en Lemmer, acaba de cenar en casa con su familia. Está metiendo en la cama a sus tres pequeños hijos cuando suena su localizador. Revisa la pantalla: “Nadador en peligro/extraviado”.
Bootsma, de 45 años de edad, corre hacia el pasillo, se pone los zapatos y una chaqueta, sale de la casa y sube a su auto. Tarda menos de cinco minutos en llegar al atracadero de la KNRM. ¿A qué tonto se le habrá ocurrido meterse a nadar a esta hora?, se pregunta. ¿O será otra cosa? El código de emergencia es “Prioridad 1”, lo que puede significar también una embarcación haciendo agua o un incendio a bordo.
En el atracadero pronto se reúnen ocho hombres para iniciar la operación de rescate. Bootsma y su equipo revisan el aviso de emergencia del centro de la Guardia Costera. Resulta que ha habido un error en las comunicaciones. No hay ningún nadador en peligro en el lago Ijssel, sino un navegante en un velero que se está yendo a pique.
Temblando de frío, Joris envía otro mensaje de auxilio desde su laptop, pidiendo a los socorristas que se den prisa. “No podré aguantar mucho más”, ha escrito. Empieza a imaginar lo que le puede ocurrir. Sentado sobre la cubierta, podría morir congelado, o tal vez caer por la borda. Tratar de nadar hasta Lemmer es impensable, porque la temperatura del agua no rebasa los 12 grados Celsius: la hipotermia sería muy rápida y lo llevaría a una muerte segura. Y aunque el lago Ijssel tiene sólo un par de metros de profundidad en ese punto, no podría permanecer de pie en el fondo sin que el agua le cubriera la cabeza.
Instantes después, recibe otro mensaje de Esmeralda: “Los socorristas ya van en camino”.
Mirando en la oscuridad en dirección a Lemmer, Joris distingue dos destellos a lo lejos: son los haces de luz de dos reflectores que recorren la superficie del agua. ¡Por fin!, piensa. Pero, ¿cómo puedo asegurarme de que me encuentren? Estoy tan adentrado en el lago que difícilmente podrán verme. Entonces se le ocurre una idea: Moveré mi laptop para que vean la luz de la pantalla en la oscuridad.
Sube al techo de la cabina y mueve lentamente la laptop con la mano derecha. Cuando empieza a dolerle el brazo, se pasa el aparato a la otra mano. Por momentos siente urgencia de sentarse, debido al cansancio. Poco a poco el velero se hunde en el agua. Ahora, sólo la cabina se encuentra por encima de la superficie.
Un barco de rescate de 15 metros de eslora y una lancha Zodiac inflable, de tres metros, salen rápidamente del muelle de Lemmer hacia el lago Ijssel. El centro de la Guardia Costera les envía un nuevo aviso sobre la situación del navegante: “La embarcación se está hundiendo”. Eric Bootsma y sus hombres rastrean el agua con sus luces. Es difícil localizar un velero en medio de la oscuridad, más aún cuando la mayor parte de él se encuentra bajo el agua. El barco de rescate cuenta con radar, pero las ondas de radio rebotan en los objetos que hay en la orilla.
—¡Oigan, vayamos hacia allá! ¡Eso que se ve brillar no es normal! —grita Bootsma al percibir una luz de forma rectangular que se mueve.
Ambas naves se dirigen hacia el velero de Joris Hooimeijer.
—¡Miren, hay un hombre encima de la cabina!
Sólo ésta y el mástil se encuentran fuera del agua. Una luz se dirige hacia Joris. ¡Ya me vieron!, piensa, y clava la mirada en las dos naves.
—Vamos a acercar la lancha. ¡Salte a ella! —le grita alguien.
Cuando la Zodiac queda a la misma altura en el agua que la cabina del velero, Joris se impulsa y salta a bordo. Los socorristas lo ayudan a sentarse y lo envuelven rápidamente con una manta gruesa. Joris contempla su pequeño velero una vez más y siente tristeza. Mi barquito tendrá que quedarse aquí, piensa.
—Ha tenido mucha suerte —le dice Bootsma mientras se dirigen al muelle de Lemmer.
Alrededor de las 7:30 de la noche, la lancha lo deja en el atracadero. Joris bebe café caliente, se ducha y luego telefonea a Esmeralda y a su madre para decirles que está a salvo.
Los socorristas se dirigen de nuevo adonde se encuentra el velero, y no regresan a Lemmer hasta tres horas después. Le dicen a Joris que instalaron una bomba a bordo para sacar el agua y que consiguieron que su nave volviera a flotar. Luego la remolcaron hasta Lemmer y la dejaron en tierra firme. El equipo convence a un taxista para que lleve a Joris a Sneek, donde dejó estacionado su auto. Después, él conduce solo hasta Assen.
“He sido muy afortunado”, comenta Joris. “Siempre llevo conmigo mi computadora portátil; al fin y al cabo, a eso me dedico. Ahora, hasta le debo la vida. Fue una bendición que una amiga mía estuviera conectada a Internet esa noche. Jamás iré a ningún lado sin mi laptop.
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