“Estaba duchándome cuando de repente todo empezó a darme vueltas”, cuenta Lyn Roberts, analista de negocios de Victoria, Canadá, de 54 años.
“Como pude, me arrastré hasta la cama y esperé a que el mareo se me pasara. Y, efectivamente, se me quitó”. Lyn se sentía aliviada, pero seguía preocupada.
Y con razón. Seis años antes había ido a dar al hospital en dos ocasiones debido a episodios intensos de vértigo, acompañados de náuseas y vómito.
Los accesos finalmente cesaron, pero Lyn nunca recibió un diagnóstico definitivo ni logró identificar la causa de su vértigo. Así que cuando los mareos regresaron, en el verano de 2014, se llenó de temor.
Empezó a sufrir accesos con mayor frecuencia. En el verano de 2015 su médico familiar la envió a consultar a un otorrinolaringólogo.
En la primera cita, el especialista le dijo a Lyn que probablemente padecía vértigo postural paroxístico benigno (VPPB). Para confirmarlo, le pidió que acudiera a una clínica de neurofisiología de su ciudad, donde le practicarían ciertas pruebas para desencadenar el vértigo.
“Cuando regresé al consultorio con los resultados, el doctor me confirmó que era VPPB”, dice Lyn. Sentí un alivio enorme al saber que no era algo más grave.
El vértigo me había atormentado mucho tiempo. Estaba preocupada porque pensé que me iba a impedir disfrutar la vida al máximo: salir a navegar con mi esposo, jugar con mi nieta”.
De acuerdo con una revisión de 20 estudios realizada en 2015 por el University College de Londres, hasta 10 por ciento de la población adulta mundial padecerá vértigo en algún momento, y entre 17 y 30 por ciento experimentará mareos.
En términos médicos, el vértigo es una percepción de que el movimiento del cuerpo no coincide con la realidad; el mundo gira, no la persona. El mareo, en cambio, se refiere a una desorientación espacial sin una sensación falsa o distorsionada de movimiento; puede haber sensación de inestabilidad o confusión.
Los mareos y el vértigo tienen muy diversas causas, entre ellas hipoglucemia, efectos secundarios de fármacos, deshidratación y ataques de apoplejía (accidentes cerebrovasculares).
A menudo el problema radica en el sistema vestibular del oído interno, que es esencial para el equilibrio y la orientación. Sus partes componentes detectan los movimientos de la cabeza y su relación con la fuerza de gravedad.
El sistema envía esta información al cerebro, lo que ayuda a estabilizar la visión y a desplazarse sin sufrir caídas.
El sistema vestibular se deteriora conforme envejecemos. Según un cálculo basado en una muestra de más de 5,000 estadounidenses, alrededor de 35 por ciento de los adultos mayores de 40 años presentan alguna disfunción de este sistema. Este dato se publicó en 2009 en Archives of Internal Medicine.
Uno de los trastornos vestibulares más comunes es el vértigo postural paroxístico benigno, el padecimiento que aqueja a Lyn Roberts. Se atribuye a unos diminutos cristales de calcio llamados otolitos, que se mueven en el oído interno y activan las células ciliadas.
El VPPB se produce cuando algunos de esos cristales se desprenden. Estas partículas flotan a la deriva y estimulan los receptores encargados de detectar movimiento en el líquido del oído interno, lo cual detona el envío de mensajes confusos al cerebro.
¿El resultado? Ataques de vértigo que normalmente duran unos cuantos minutos.
Por lo general, el VPPB desaparece en cuestión de semanas o meses, gracias quizá a que los cristales de calcio se disuelven en el líquido del oído interno. Si el vértigo persiste, hay tratamientos rápidos e indoloros que consisten en reacomodar las partículas.
El tratamiento más socorrido es la llamada maniobra de Epley, la cual produce alivio inmediato en 70 a 80 por ciento de los casos.
Al aplicar esta técnica, el médico mueve la cabeza del paciente en ciertas direcciones (por ejemplo, 45 grados hacia el lado afectado) y la mantiene fija en esas posiciones durante medio minuto o más. El objetivo de la maniobra es mover los otolitos a un punto del oído donde no causen molestias.
El otorrinolaringólogo le enseñó a Lyn Roberts a ejecutar la maniobra de Epley en casa. “Me ayuda mucho”, dice ella. “Me da gusto poder hacer algo para prevenir o reducir la duración de los accesos”.
Por razones que no resultan muy claras, el VPPB suele reaparecer: se calcula que la tasa de recurrencia en un lapso de tres años es de 50 por ciento. La buena noticia es que recurrir de nuevo a la maniobra de Epley puede resolver el problema.
Si bien este procedimiento es lo bastante sencillo como para que el paciente lo practique en casa, el doctor Alexandre Bisdorff, neurólogo de Luxemburgo, subraya la importancia de confirmar el diagnóstico primero; de esta manera no se pasará por alto un problema más serio.
Si la maniobra de Epley no da resultado luego de varios intentos, la cirugía podría ser una buena opción.
No todas las afecciones vestibulares son tan sencillas de resolver como el VPPB. Cuando, en agosto de 2007, la entonces estudiante Melanie Simms, de 20 años, empezó a experimentar mareos y dolor de oídos, no sabía que era sólo el inicio de un agotador viacrucis médico.
A Melanie, residente de Aldbrough, Inglaterra, le diagnosticaron una infección del oído interno. Se esperaba que los síntomas que tenía cedieran una vez que su sistema inmunitario acabara con el virus, pero lo cierto es que sufrió un daño permanente.
“Me pasé un año diciéndoles a los médicos que no estaba mejorando”, recuerda Melanie. Los lugares donde había muchos estímulos, como el supermercado, la dejaban exhausta; en ocasiones incluso necesitaba que otra persona la sostuviera para poder caminar. Finalmente, durante una consulta en 2009, el otorrinolaringólogo le preguntó:
—Cuando va conduciendo y de pronto se detiene, ¿no siente como si el auto siguiera moviéndose?
Melanie se sintió aliviada porque por fin alguien parecía entender lo que le pasaba.
El diagnóstico fue vestibulopatía periférica descompensada, uno de varios trastornos que causan mareo o vértigo persistente (otro ejemplo es la enfermedad de Ménière, que ocurre por exceso de líquido en el oído y puede producir zumbidos o pérdida auditiva).
Aunque no siempre hay cura para los trastornos vestibulares crónicos, los tratamientos pueden mitigar los síntomas. Dependiendo de la afección, los tratamientos pueden ser fármacos, cirugía o terapia de rehabilitación vestibular (TRV), que se basa en ejercicios.
La TRV se puede personalizar, dice Lena Kollén, fisioterapeuta vestibular de Gotemburgo, Suecia. Junto con sus colegas, esta especialista diseña tratamientos que abarcan todo el
sistema de equilibrio del paciente.
“Podemos incluir lo que sea, desde movimientos con la cabeza hasta ejercicios de equilibrio con los ojos cerrados”, explica Kollén.
Al iniciar su tratamiento, Melanie Simms movía la barbilla de arriba hacia abajo mientras enfocaba la mirada, primero en un fondo estático y luego en un televisor.
El objetivo es que el cerebro aprenda poco a poco a compensar las imperfecciones de las señales que recibe mediante el uso de otros sentidos (como la vista y el tacto) para orientarse.
Melanie concluyó su terapia de rehabilitación vestibular hace un año más o menos. Ahora ya puede trabajar cuatro días a la semana como recepcionista en un hospital.
También colabora en un grupo de apoyo de su localidad. Uno de los objetivos de esa agrupación es concientizar al público sobre los trastornos vestibulares para evitar el sufrimiento innecesario y ayudar a que más gente reciba tratamiento.
“Muchas personas se asustan y se sienten solas porque no entienden lo que les sucede”, observa Melanie. “Sin embargo, estas enfermedades son más comunes de lo que uno se imagina”.
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