Sugerencia de primera
Durante un vuelo, alcancé a oír a una madre decirle a su ceñuda hija adolescente:
—Bueno, cariño, quizá puedas pedirle a la sobrecargo que te suba de categoría y te siente con una mejor familia.
Bob Gilbert, Australia
Cierto día estaba charlando con mi hermano en la sala de mi casa acerca de que hay que proteger las computadoras para que no les entren virus, y mi abuela, que estaba en la cocina, oyó nuestra conversación. Al día siguiente, cuando volví de la escuela, encontré mi computadora cubierta con una manta gruesa que utilizo sólo en el invierno. Desconcertado, pregunté en voz alta si alguien sabía el motivo.
Mi abuela se apresuró a contestar:
—Es que ayer le dijiste claramente a tu hermano que es necesario proteger las computadoras de los virus, y a mí me pareció que esa manta tal vez podría ayudar a la tuya.
Christian Cervantes, Perú
Mi familia insistió tanto, que al final me convenció de telefonear a mi tía abuela para cantarle Feliz cumpleaños. Al terminar de entonar la canción, una voz al otro lado de la línea me dijo que había llamado yo al número equivocado.
—¡Ay, Dios! ¡Le ruego que me disculpe! —respondí, avergonzada.
—No se preocupe —repuso la voz—. Sólo necesita un poco de práctica.
Leona Henman, Reino Unido
No pude evitar sentirme orgullosa de mí misma mientras regaba cuidadosamente el cactus que tengo en la repisa de la ventana. Seguía vivo, a diferencia de las otras plantas que había yo intentado cultivar y que se habían secado tiempo atrás. Levanté el cactus para admirarlo más de cerca, y fue entonces cuando me di cuenta de que había estado regando una planta de plástico durante tres meses.
Marilyn Hanson, Canadá
En una ocasión, durante un viaje de trabajo que hice a Jordania, decidí cortarme el cabello en el hotel. Me acerqué a uno de los empleados y le pregunté dónde estaba la peluquería. Él me miró muy desconcertado, de modo que añadí:
—Ya sabe usted, estoy buscando un peluquero, una barbería…
Entonces se le iluminó el rostro y me hizo señas para que lo siguiera. Después de lo que me pareció un recorrido completo por el hotel, acabamos en la gerencia.
Al verme entrar, la gerente se levantó de su silla y en tono amable me dijo:
—Buenas tardes, señor. Me llamo Bárbara. ¿En qué le puedo servir?
Craig Horan, Reino Unido
Con el fin de bajar un poco de peso, mi esposo compró una máquina para hacer ejercicio. La instaló en el sótano, pero como no la utilizaba, la pasó al dormitorio. Allí también empezó a acumular polvo, de manera que finalmente decidió colocarla en la sala. Unas semanas después, le pregunté cómo le iba.
—Tenía yo toda la razón —señaló—. Ahora hago más ejercicio. Cada vez que cierro las cortinas, tengo que caminar alrededor de la máquina.
Phyllis Olson, Canadá
Descubre por qué no debes quedarte sentado más de lo necesario.
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