El silbido de la locomotora en La Patrona, localidad de Amatlán de los Reyes, Veracruz, anuncia que se acerca el tren que viaja de Chiapas rumbo al norte del país. Este sonido también es la señal para que 15 mujeres, en su mayoría amas de casa, corran a las vías cargadas de costales y cajas con raciones de arroz y frijol recién preparados, botellas de agua fresca y paquetes de pan o tortillas.
Cuando el tren pasa junto a ellas, encima de cada vagón se estiran decenas de manos de hombres y mujeres centroamericanos que reciben las viandas de “Las Patronas”, como se conoce a este grupo de mujeres.
Desde hace 17 años, la abuela, madre, tías y primas de Leonila Romero González, de 25 años de edad, cocinan 25 kilos de arroz y 15 kilos de frijoles para los migrantes cada vez que pasa el tren. Se trata de personas hondureñas, guatemaltecas y salvadoreñas que viajan en él con la esperanza de llegar a Estados Unidos. La mayoría no llevan dinero para comprar alimentos.
Esta ayuda humanitaria comenzó cuando, al pasar el tren, las mujeres escucharon voces pidiendo comida. Entonces, su abuela, Doña Leonila, y sus tías, decidieron compartir alimentos con los pocos pasajeros del tren de carga. Ahora son cientos los migrantes que usan este transporte.
Aunque Leonila creció observando cómo las mujeres de su familia alimentaban “a los muchachos”, como llaman a los migrantes, no fue hasta que cumplió 19 años que se acercó a ayudar a Las Patronas por primera vez. Leonila, como cualquier otra joven, dedicaba su tiempo a la escuela y a convivir con sus amigos. Al terminar la preparatoria tomó un curso de computación, y su familia ya no pudo apoyarla para continuar sus estudios.
Leonila estuvo desempleada un mes y, como tenía tiempo libre, una tarde decidió ayudar a su tía Norma a recolectar fruta de una finca aledaña porque ya no alcanzaba la comida para los cientos de migrantes que viajaban en el tren. Era tiempo de cosecha en esa zona de Veracruz, donde se siembran mandarinas, cañas y mangos.
Al día siguiente, se levantó a las seis de la mañana y, en una carretilla, recolectó mangos de los árboles de la casa de su abuela. Toda la mañana empacó la fruta en bolsas de plástico, como había visto hacerlo a sus familiares con los frijoles, el arroz y el pan. En total, logró juntar 80 bolsas con 5 mangos cada una. Alrededor del mediodía sonó el silbato del tren. Entonces, sus tías y su abuela corrieron a las vías con las bolsas de comida. Leonila tomó su carretilla llena de mangos y fue detrás de ellas.
Las mujeres se formaron a lo largo de las vías y comenzó la entrega de alimentos con un rápido aleteo de brazos, que sujetaban de un extremo las bolsas de arroz y frijoles. En segundos, cientos de manos que se estiraban desde los vagones tomaron las viandas. Sucede pocas veces, pero en aquella ocasión el tren redujo la velocidad porque “algunos choferes ya saben que las mujeres siempre están allí esperando”, relata Leonila. Así fue como logró entregar las bolsas de mangos. Era imposible ver los rostros de los muchachos; sólo se escuchaban cientos de voces decir al unísono: “Gracias, madre, Dios la bendiga”.
El tren prosiguió su marcha hasta desaparecer. Al final, “mi madre y mis tías se lamentaron por no haber cocinado suficiente comida para los muchachos”, recuerda. La entrega dura máximo 10 minutos, pero detrás de eso hay cuatro o cinco horas de trabajo previo, entre la recolección, preparación y empaque de los alimentos. Sin embargo, la emoción y satisfacción que se siente es inexplicable, refiere Leonila, quien desde ese día empezó a ayudar en la cocina y a juntar más fruta para que todos los migrantes pudieran comer.
Han pasado seis años, y Leonila sigue colaborando de manera regular con Las Patronas; no obstante, ahora lo hace desde la Ciudad de México. Hace tres años, el domingo 19 de abril de 2010, recibió la oportunidad de trabajar como recepcionista en la oficina de la Dimensión de Movilidad del Episcopado Mexicano, donde se encarga de atender a los migrantes.
Dejar su pueblo significaba tener un mejor nivel de vida y continuar con su labor con los migrantes. Así que no lo pensó mucho, tomó un autobús y rentó un apartamento cerca de la Basílica de Guadalupe. Ahora está casada con Jorge Luis Aguirre, y han formado una familia con Emiliano, su hijo de un año de edad, y Alexis, de poco más de un mes.
Poco a poco se ha corrido la voz de la labor altruista de este grupo de mujeres —en su mayoría, esposas de campesinos—, tanto en la prensa como en las redes sociales. Su generosidad ha inspirado a varios cineastas a realizar documentales y cortometrajes que demuestran que se puede ayudar aun teniendo poco. Algunas cintas que difunden esta labor son De nadie, de Tin Dirdamal; Gracias, Madre, realizada por estudiantes de comunicación de la Universidad Anáhuac campus Xalapa, y Llévate mis amores, largometraje de Arturo González Villaseñor.
Hoy día, Las Patronas reciben ayuda humanitaria, donativos de empresarios y de la sociedad civil, así como frijoles y arroz recolectados por universidades. A veces les donan cajas de huevo, bolsas de lentejas o latas de atún. Otras personas depositan donativos de 200 o 300 pesos, compran botellas de aceite y bolsas de plástico. En Semana Santa o vacaciones de verano llegan algunos estudiantes a realizar su servicio social, ayudando a cocinar y a repartir alimentos en las vías del tren.
A Las Patronas no se les ha ido un sólo tren en los últimos 18 años. Jamás descansan. Los 365 días del año preparan viandas hasta para 400 pasajeros clandestinos que viajan en el techo del tren o amontonados dentro de los vagones. Este trabajo nadie se los paga, a veces ni siquiera alcanzan a ver los rostros de las personas a las que alimentan. Entonces, ¿por qué lo hacen? Por el simple placer de ayudar.
Lee toda la historia de Leonila en Selecciones de mayo, 2013
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