Alicia evoca, con la voz entrecortada, cómo Virtudes buscó ayuda en muchos lugares sin conseguirla. “Mire —le dijo ella un día—, traigo algo para usted”. Puso con tranquilidad una servilleta sobre su escritorio y la abrió: “Éste es mi último diente, porque ya me los tiraron todos”. Cuando esta mujer llegó al centro de atención, se pusieron de inmediato en contacto con su hija, quien, a pesar de extrañar a su mamá, decidió cumplir la promesa de no volver: “La voy a obedecer, porque ella salvó mi vida”, dijo.
Alicia Leal Puerta es originaria de Monterrey, Nuevo León. Se casó muy joven y se dedicó a cuidar a sus tres hijas. Cuando se divorció, decidió regresar a la universidad. Al graduarse, realizó su servicio social en el Centro de Atención a Víctimas de Delitos en Monterrey, donde se planeaba comenzar un programa para la prevención de la violencia familiar que despertó el interés de Alicia. “Entré a cursar un programa de educación y salí educada por esas mujeres; me volví muy sensible a la problemática”, señala Alicia, quien, sin imaginarlo, había comenzado una larga travesía en el trabajo de la defensa de los derechos de las mujeres, niñas y niños.
Después de su trabajo en el Centro, y en compañía de dos amigas suyas, Alicia decidió emprender un nuevo proyecto dedicado a la creación de un refugio para mujeres a quienes la ley no amparaba. Fue así como, en 1996, surgió la organización Alternativas Pacíficas, A. C. en Monterrey, el primer centro de refugio en el país con atención multidisciplinaria para mujeres víctimas de la violencia. Allí reciben casos de violencia extrema, desde violaciones e intentos de homicidio hasta tentativas de suicidio por no poder lidiar con el problema. “Son casos graves que, inevitablemente, te impactan”, comenta Alicia, indignada. “Las mujeres desarrollan mecanismos de defensa para poder sobrevivir en estos campos de concentración en los que se convierten sus hogares”. Son muchas las historias que ha presenciado en estos 17 años de trabajo en la organización, vivencias que no la han dejado de conmover y que, al recordarlas, le provocan el mismo sentimiento que la primera vez.
En una ocasión, una niña de año y medio llegó con su mamá al centro de atención. Fueron canalizadas desde un hospital, pues la pequeña había sido violada por su papá, quien, al ser cuestionado al respecto, dijo: “Es que cuando llegué, mi mujer no estaba, y los hombres tenemos necesidades”.
Alicia se llena de tristeza e indignación. Recuerda a esa niña que sufrió no sólo lesiones físicas, sino huellas imborrables con las que ha tenido que aprender a vivir. Por ello, el reto de Alicia, y de las más de 26 mujeres que trabajan activamente en su organización, es evitar que se asesine la esperanza de que todas esas mujeres víctimas de agresión y maltrato puedan tener una vida en paz y con respeto.
Conoce toda la historia de Alicia en Selecciones de mayo, 2013
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