“Acompañábamos a mi padre a recorrer museos de sitio y zonas arqueológicas”, cuenta. “En esos viajes pasaba yo horas observando la ropa que usaban los indígenas. Luego, en los mercaditos de los sitios arqueológicos, compraba las prendas tradicionales que había visto para combinarlas con mi ropa habitual. Por ejemplo, una prenda chamula, sujeta al talle con un cinturón de piel, sobre unos jeans”.
De su madre heredó la costumbre fronteriza de comprar en malls de Estados Unidos, relata Carla en su libro Taller Flora, publicado en 2006, donde incluye muestras fotográficas del trabajo que su taller móvil realiza en comunidades indígenas para crear diseños novedosos y mejorar la producción y venta de textiles.
A pocos días de inaugurar su primera exposición en Boston, Carla estaba preocupada porque una modelo se enfermó y no podría viajar; le pidió a una colaboradora que buscara una suplente. Luego atendió a don Fermín, un artesano de rebozos de Tenancingo, Estado de México. “Desde niña me gusta la ropa”, dice. “Siempre he creído que el vestuario es un lenguaje. Antes de hablar con alguien lo ves y lo descifras por su indumentaria. O te das cuenta de cómo quieres que te vean. Hay un código secreto”.
La exposición “Carla Fernández, la diseñadora descalza: una pasión por el diseño radical y la comunidad” se inauguró el 17 de abril pasado en el Museo Isabella Stewart Gardner, de Boston, y seguirá abierta hasta el 1 de septiembre de 2014. La muestra incluye prendas de vestir, maniquíes y libros. Además, las prendas cobran vida a través de un espectáculo de danza filmado por los bailarines Raushan Mitchell y Silas Reiner. También se proyectan videos del trabajo de los tejedores, bordadores y carpinteros, filmados por el fotógrafo y cineasta Ramiro Chaves, así como películas de moda producidas por Chaves y por el esposo de Carla, el artista Pedro Reyes Álvarez, en las ciudades de Nueva York, Boston y México.
Carla estudió dos carreras simultáneamente: historia del arte y diseño de modas. Realizó su servicio social en el desaparecido Museo Serfín de la Indumentaria Indígena, donde descubrió la magia de la vestimenta de México. “Ahí entendí la complejidad de los textiles”, dice. Estudió con detenimiento las prendas y descubrió que casi todas estaban confeccionadas con cuadrados y rectángulos, un estilo de diseño opuesto al que le habían enseñado en la escuela.
Entonces se dio cuenta de que los indígenas siguen confeccionando su vestimenta de la misma manera que antes de la Conquista: con cuadrados, rombos y rectángulos. Poco después le ofrecieron trabajo como maestra de corte y confección en las Escuelas Itinerantes de Diseño Artesanal, dependientes de la Dirección General de Culturas Populares e Indígenas del Conaculta. “Me mandaban a comunidades que no vendían artesanías para desarrollar nuevos diseños de productos”, refiere. Así surgió Taller Flora, A.C., el laboratorio móvil de moda que recorre todo el país para visitar cooperativas de mujeres que elaboran textiles a mano.
El recorrido de Carla empezó en Ocotlán, Oaxaca, y siguió en Zequentic Bajo, Chiapas. A lo largo de 23 años de carrera se ha acercado a mujeres tzeltales, tzotziles, purépechas, amuzgas, mixtecas, triquis, nahuas, huaves, tarahumaras, mazahuas y huicholas, y también a grupos de Estados Unidos, Colombia, España e Inglaterra. “Vamos a las comunidades, vemos qué hacen las mujeres y, a partir de eso, trabajamos nuevos diseños en colaboración con ellas”, comenta.
Además de trabajar en los talleres móviles, Carla abrió un taller de moda propio que lleva su nombre. Al principio lo compartía con cinco amigas en la Ciudad de México, pero luego se independizó. “Hacer ropa es difícil”, dice. “La moda es una empresa complicada. Para tener éxito se necesitan muchas personas en la cadena: creatividad, producción, comercialización, publicidad y relaciones públicas”.
Hace 18 años Carla vio por primera vez sus diseños en una pasarela, en el Museo de Historia Natural de Chapultepec. Además de realizar muchas exhibiciones alrededor del mundo, ha recibido reconocimientos internacionales, como el Premio Príncipe Claus, en diciembre de 2013, por su labor de preservación del legado textil de diversas etnias indígenas mexicanas.
“Agradecemos los premios”, dice. “Refuerzan nuestro trabajo en equipo. Pero lo más importante es tener un negocio que funcione, que nos compren por la calidad, diseño y comercio justo”. En su taller de la Ciudad de México trabajan 14 personas, y en cada una de las comunidades que les proveen materiales hay 30 o 40 artesanos que aportan mano de obra.
Hace ocho años Carla se convirtió en mamá de una niña, y al año siguiente tuvo un varón. “Seguí trabajando porque uno va creando su vida y los hijos se van adaptando a ella”, dice. “A veces me acompañan en los viajes de trabajo. Son muy divertidos e independientes. Me encanta estar con ellos. Son los amores de mi vida”.
Sobre el diseño de modas nacional opina: “A la moda en México le falta confiar en sí misma, y que los compradores confíen en la moda mexicana. Los diseñadores necesitamos unir fuerzas con los empresarios textiles y con el gobierno a fin de tener una propuesta más sólida”.
Carla asegura que aunque hay coleccionistas de textiles mexicanos, el público en general desconoce el lento, delicado y arduo trabajo de confeccionar una prenda indígena. Entre hilar, teñir, tejer y coser a mano una pieza de ropa, un artesano puede tardar hasta seis meses. Como don Fermín Escobar Camacho, quien desde niño confecciona rebozos en Tenancingo. Ahora observa cómo la diseñadora los transforma en abrigos. “Está bien el trabajo de Carla porque da a conocer y comercializa internacionalmente los productos textiles mexicanos”, concluye.
Si quieres saber más sobre la obra de Carla Fernández y su laboratorio móvil de moda, visita carlafernandez.com
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