Angélica García es una protectora incansable de mininos sin hogar.
Panter, Perla, Garfield, Chester, Rocky, Cielo y Braulio, entre muchos otros, forman parte de la comunidad de gatos a la que todos los días da de comer Angélica García Sánchez, de 44 años, y su hija Samantha Núñez García, de 23, en la primera sección de la Unidad Tlatelolco, megadesarrollo habitacional ubicado en el norte de la Ciudad de México. Todo comenzó en 2009, cuando estas dos mujeres, entonces residentes de la unidad, decidieron alimentar a los mininos. Hoy día les brindan también atención médica y otros cuidados, y a muchos de ellos les han encontrado un hogar.
Angélica y su hija Samy, como le dice de cariño, habían oído hablar de doña Bertha, una vecina de la unidad que alimentaba a decenas de gatos sin dueño desde hacía 10 años, pero nunca la habían visto. Un día que Angélica llevaba a su hijo menor a la Escuela Primaria José Antonio Torres, en Tlatelolco, finalmente vio a doña Bertha, que daba de comer a unos 50 gatos. Se sorprendió de que una mujer mayor y sola pudiera alimentar a tantos animales que vivían en la calle. Se acercó a platicar con ella y le ofreció ayuda, pero doña Bertha al principio desconfió de su intención.
—Siempre me dicen lo mismo —le dijo.
Angélica siempre ha amado a los animales y se ha preocupado por ellos; por eso, al ver lo que doña Bertha hacía, decidió dedicarse a la misma tarea. Así surgió la asociación Gatitos Tlatelolco, hoy integrada por Angélica, Samy y otras tres mujeres comprometidas con la protección de los gatos: Alicia Briones, de 46 años, Yael Coronel, de 34, y Vanesa Domínguez, de 42. A todas ellas les apasiona cuidar animales que por diversas circunstancias se encuentran indefensos ante el abandono o el maltrato de otras personas. Además, buscan concientizar, promover la adopción responsable y controlar la sobrepoblación de gatos.
Cuando Angélica empezó esta labor había alrededor de 120 gatos sin hogar en una zona aledaña a la Torre Insignia de la Unidad Tlatelolco, en la primera sección. El problema no sólo era alimentarlos, sino que esta población de mininos seguía en aumento y los vecinos estaban muy molestos porque maullaban y lloraban por las noches, y el olor de sus orines resultaba insoportable, pero nadie hacía nada para remediar la situación. Por el contrario, algunos residentes maltrataban a los gatos, los envenenaban o hacían que sus perros los persiguieran o atacaran.
Ante esto, Angélica y su hija comenzaron a esterilizar a los gatos para controlar el crecimiento de la población. “Al principio los agarrábamos con las manos o arrojándoles cobijas y chamarras, pero luego supimos que había trampas para eso”, cuenta Angélica. “Nos llevó mucho tiempo comprar una porque son muy caras y no cualquier persona las hace”. Las cinco mujeres pagaban con su dinero no sólo la comida de los gatos, sino también el veterinario y las esterilizaciones. Era muy desgastante, pues tenían que hacerlo todo solas y poco a poco.
Cada vez que atrapan un gato en la unidad lo llevan al veterinario para que lo esterilice. Al final del procedimiento, éste le hace una muesca en la oreja izquierda al minino para identificarlo, y las mujeres lo llevan de vuelta al lugar donde vive.
Gracias al apoyo de la asociación civil Gatos Pingos, especializada en el método Atrapar, Esterilizar y Soltar (TNR, por sus siglas en inglés), que no cobra por su trabajo pero pide una cuota de recuperación por la anestesia, los materiales de sutura y todo lo que implica la esterilización quirúrgica de los gatos, en junio de 2013 fue posible operar a casi todos los mininos que faltaban. Angélica, Samy y las otras tres mujeres de Gatitos Tlatelolco habían esterilizado por su cuenta a 60 por ciento de los animales que estaban bajo su cuidado.
“Esta comunidad de gatos ya está controlada y nosotras ahora somos sus protectoras”, dice Angélica con orgullo. Sin embargo, el mayor desafío al que las cinco mujeres se han enfrentado son los propios vecinos de la Unidad Tlatelolco y su falta de sensibilidad ante la situación de estos animales. “La gente es muy difícil. Tiene muchos mitos acerca de los gatos y los ve como una plaga”, señala Angélica. “Hemos encontrado gatitos en circunstancias de muerte muy feas. Es horrible. Nuestro mayor reto ha sido crear conciencia en la gente, que comprenda que lo que hacemos es una tarea humanitaria”.
Angélica recuerda el caso de Bucita, un gata de seis meses que murió sin que pudieran hacer nada por ella. “Habíamos rescatado a todos sus hermanos, pero a ella no pudimos capturarla”, cuenta. “Durante la esterilización del año pasado, Arturo, quien dirige Gatos Pingos, trajo su red para atraparla. Al verlo, todos los gatos salieron corriendo. No atrapamos ese día a Bucita, y un mes después la encontramos muerta”.
El recuerdo de la gata le causa dolor porque cree que habrían podido encontrarle un hogar. Angélica la veía jugar con las hojas secas de los árboles en una de las áreas comunes de la unidad, y pensaba que podría integrarse fácilmente a una familia. “Hemos encontrado gatos de nuestra comunidad a los que la gente mató a pedradas o con veneno, o que murieron atacados por perros”, comenta con tristeza.
Aunque Gatitos Tlatelolco es un grupo pequeño, estas mujeres han logrado dar en adopción a unos 120 gatos a lo largo de cinco años de trabajo, con ayuda de las redes sociales. “Cada gato tiene una historia”, dice Angélica. “Todos nos dejan una huella y se llevan un pedacito de nosotros”.
En la Unidad Tlatelolco y otros grandes conjuntos habitacionales hay muchos gatos ferales, animales que fueron abandonados por sus dueños, que carecen de un hogar y que no están acostumbrados a coexistir con la gente. “Hay personas que vienen a abandonar sus gatos”, dice Angélica. “Imagínate la vida de un animalito que tenía un hogar y de pronto lo botan aquí. Comida no les falta, pero muchos mueren de tristeza u otros gatos ferales los ahuyentan porque no son parte de su comunidad”.
Promover la adopción responsable implica llevar un seguimiento del gato en su nueva casa. Gatitos Tlatelolco vacuna y baña a los mininos antes de entregarlos a las familias, y luego recibe fotos de ellos tomadas en su nuevo hogar. Angélica ha rescatado muchos gatos, y recuerda algunos con un cariño especial. Por ejemplo, a un gato siamés llamado Braulio. “Alguna vez tuvo casa, pero lo abandonaron aquí y se integró a los ferales”, cuenta. “Lo esterilizamos, y en el Gato Fest 2014 dos personas lo adoptaron. Ya lleva varios meses en su nueva casa”.
Para Angélica, la mayor gratificación al final de cada día es ver a los gatos sanos y felices. “El hecho de que lleguemos, nos vean y se acerquen a nosotras es nuestro premio”, dice con emoción. “No dejamos de venir ni un solo día”. La generosa labor de Angélica, su hija y las otras tres mujeres es una muestra de amor por los gatos sin hogar, que merecen respeto como todo ser viviente.
Angélica es educadora de profesión, pero cuidar y proteger a los gatos la ha colmado de satisfacciones desde hace cinco años, cuando comenzó su aventura, y ahora son su prioridad. Ya no se dedica a la docencia de tiempo completo, sino que da clases particulares a diferentes horas del día para poder coordinar las actividades de Gatitos Tlatelolco.
Además de mamá, Angélica es abuela. Su nieto, de cinco años, ha dicho que quiere ser veterinario para ayudar también a los gatos. “Como maestra y como mamá, he visto muchísimas situaciones en que los padres les dan malos ejemplos a sus hijos, como la falta de respeto y amor hacia los demás seres vivos. Deberían respetar a los niños que deciden rescatar un animalito, felicitarlos y ayudarlos. Para esos chicos, sus papás van a ser sus héroes toda la vida”, dice con una mirada de esperanza.
Si quieres ayudar a Angélica García en su labor, entra a la cuenta en Facebook de Gatitos Tlatelolco.