María Ampudia se dedica a defender los derechos de quienes no tienen voz ni voto: niños y niñas que son víctimas de delitos, maltratos y explotación. Han pasado más de 20 años y aún...
Entonces descubrí algo importante: esos niños vienen al mundo a crear conciencia. “Sentí la necesidad de mostrar lo que ocurría en las coladeras. No podía vivir como mamá ni ser feliz sabiendo lo que se vive en las calles”, agrega. E hizo mucho más unos años después, con la fundación ¿Y quién habla por mí? A.C., el primer esfuerzo en México y el resto del orbe para erradicar la trata de niños y niñas en primera infancia.
María, la menor de siete hermanos, creció en Cocoyoc, Morelos, rodeada de caballos y frente a un club de golf donde jugaba todos los días. Considera que su infancia fue difícil porque cuando nació, su padre, el ingeniero civil Manuel Ampudia Palafox, tenía 67 años de edad. La belleza la heredó de su madre, la actriz Georgina González, quien participó en varias películas al lado de Jorge Negrete y Germán Valdés “Tin Tan”.
Cuando su padre murió, María ya era campeona nacional de golf. En vez de hacer carrera en este deporte, decidió mudarse al Distrito Federal para estudiar administración de instituciones en la Universidad Panamericana. A los 20 años se casó y se fue a vivir a Acapulco, donde nacieron dos de sus hijos, un varón y una niña, hoy de 27 y 25 años, respectivamente. “Me dediqué a criar a mis hijos y a atender un gimnasio y una tienda de ropa deportiva”, cuenta. Luego se divorció, se volvió a casar y tuvo otras dos hijas, hoy de 19 y 16 años.
Desde el principio, María trabajó con grupos protectores de niños en situación de calle, al lado de su hermana Carmela y Javier Garibay “el Abuelo”, creador de la Fundación Pro Niños de la Calle. “Con él conocí la experiencia de la vida en las coladeras, el consumo de ‘grapas’ y ‘monas’ [drogas] entre los niños”, dice. “Javier era el único que se atrevía a chiflar, y los niños salían de las coladeras”.
María recuerda que un día se perdió uno de esos niños. “Lo encontramos en la correccional, y estaba acusado del homicidio de su padrastro. Tenía 16 años. Le pregunté: ¿‘Por qué matar? Me respondió: ‘¿Por qué no matarlo? Ese señor me había lastimado; violaba a mi hermana y golpeaba a mi madre'”. María decidió indagar por qué esos chicos se iban de sus casas y delinquían. “Estudié tanatología, pues me di cuenta de que esos niños estaban buscando morir porque no tenían otra opción de vida”, dice. “No puedes juzgar a un chico que cometió un delito sin saber lo que hay detrás. Entendí que cargamos con una carencia total de valores y de amor”.
Tras su segundo divorcio, María trabajó en la Secretaría de Desarrollo Social, de 2008 a 2010. Tenía un puesto en el Programa de Estancias Infantiles para una Nueva Generación, que atendía a unos 700,000 niños. “Estaba pendiente de que no hubiera abuso sexual ni maltrato de niños en esas estancias”, refiere. “Me ocupaba de la seguridad de niños en primera infancia (de recién nacidos hasta cinco años y 11 meses de edad), y me consternaba encontrar a chicos amarrados a los escusados y comiendo como gatitos. Eran niños con retraso psicomotor, abandonados porque sus madres trabajaban todo el día.
Poco a poco María fue conociendo el activismo en contra de la trata de personas y las terribles condiciones de las víctimas. Entró en contacto con la hoy senadora Adriana Dávila, quien encabeza la Comisión Nacional contra la Trata de Personas.
Lo que llevó a María a crear la fundación ¿Y quién habla por mí? A.C. fue un hecho ocurrido hace dos años: “Un día llegó al Senado un grupo de personas de Chiapas para darnos una noticia: habían encontrado muertos y abandonados a seis bebés de unos nueve meses de edad”, cuenta. “Las necropsias revelaron que había semen en su estómago”. María se volvió a la senadora Dávila y le dijo:
—Hay algo que no estamos queriendo ver. La trata de personas más cruel es la de la primera infancia. A nadie le importan esos niños porque no votan, no hablan, ni te alaban. Tengo que hacer algo.
María salió a las calles a ganarse la confianza de las chicas que se prostituyen para comprar droga o comida. Una de ellas le contó que se llevaban a sus bebés para venderlos o alquilarlos. “Sus cuidadores me amenazaron y me dio miedo seguir investigando”, dice María. A finales de 2012 empezó a subir a YouTube videos sobre estos casos. Mucha gente la contactó a través de mensajes electrónicos y llamadas telefónicas para denunciar más casos.
En marzo de 2013, junto con Areli Rojas, licenciada en ciencias políticas, María anunció la apertura de la fundación ¿Y quién habla por mí? A.C. “esta atiende y da seguimiento a casos de víctimas de hasta cinco años de edad, de delitos como trata de personas, desapariciones, robo de menores de edad, pornografía infantil y otras formas de explotación. “Necesitaba tener una organización para meter la primera infancia en la ley”, dice. “Pensaban que decía yo mentiras”.
El primer caso de rescate exitoso en el que María colaboró fue el de “Valeria, una niña que sufrió rapto en un mercado de Texcoco, Estado de México. La encontraron en El Salvador”. Luego María empezó a recibir llamadas de reporteros de diversas partes del mundo para denunciar que en Irlanda había muchos niños mexicanos adoptados ilegalmente.
A lo largo de 2013, la vida de María cambió por completo. Conoció casos aberrantes de maltrato infantil y empezó a pronunciarse en televisión contra el robo y asesinato de niños. Entonces descubrió el miedo, y que su vida y la de su familia ya no serían como antes. En pocos días tuvo que ver partir a sus cuatro hijos a otros lugares del país y del mundo por seguridad. “Un amigo periodista me dijo: ‘Tienes que hacerte a la idea de que eres una persona pública desde el momento que decidiste darles voz a esos niños”, así que me quedé sola”, cuenta.
A su fundación se unieron personas con poder para apoyarla: Elena Cepeda (presidenta del DIF en Morelos); Juan Ramón de la Fuente (ex rector de la UNAM); Miguel Ontiveros (doctor en derecho); Mauricio Farah (doctor en derechos humanos), Carolina Viggiano (política y abogada) y Sergio Mayer (actor y vocero de los derechos de la niñez en el Senado de la República).
Cuando María cumplió 50 años decidió irse a un retiro en Calcuta, India. Separada de su familia, pensó en dejar la fundación en manos de otras personas para que continuaran la labor, pero sus hijos la disuadieron. Durante una visita que le hicieron en Asia sus tres hijas, la mayor le dijo:
—Mis hermanos y yo decidimos que nos vamos a acostumbrar a vivir con esta mamá, que ya es mamá de miles de niños. Te compartiremos. Así que estamos más unidos y cerca de ti que nunca.
María esperaba una señal, y fue en Bangkok, Tailandia, donde la recibió. “En un sueño oí a Dios decirme: ‘Confía’. Desperté a las 5 de la mañana, llorando”, recuerda. Entonces regresó a México para seguir luchando por los niños. “La fundación es una iniciativa única en el mundo, y es un orgullo haber logrado que se tomara en cuenta a la primera infancia en la nueva ley contra la trata de personas”.
María dice que no descansará hasta ver que exista una fiscalía especial de la primera infancia en México: “Hay padres que maltratan, venden o matan a sus hijos, o tienen hijos para que los mantengan y los ponen a trabajar desde pequeños. Cada día hay más niños explotados en la calle. México ocupa el segundo lugar en prostitución infantil en el mundo, y el primero en pornografía por Internet”.
En un año, la fundación de María tomó impulso gracias al apoyo de gobernadores, procuradores y medios informativos que se interesaron en el problema. Pero falta mucho por hacer. “Queremos llegar a la CONAGO [Conferencia Nacional de Gobernadores] con una iniciativa en que la infancia tenga una fiscalía especial”, dice María. “Y acabamos de iniciar la campaña ‘Hagamos un trato contra la trata’, con los dedos formando una V, de valores por la infancia”.
Para María, una madre no conoce el éxito hasta que tiene un nieto. “Cuando vi cómo mi hijo mayor cargaba, cuidaba y miraba a mi nieta, vi reflejado lo que inculqué en él”, comenta. “Disfruté el éxito de ser mamá. Y tengo tres hijas más”.
“Mis hijos me han hecho tan feliz que tengo la obligación de cuidar a niños que no tuvieron una madre. Cuando educas un hijo educas un país. Les pido a las madres que entiendan que todos los niños que nacen en México son nuestros hijos. Tengo cuatro que nacieron de mí, pero miles que nacieron de mi corazón”. Por último, María comparte un anhelo más: “Cuando tenga 80 años quiero una cama que mida 80 metros de largo, donde todos los niños que no tengan papás puedan dormir con una mamá. Esa sería yo”.
Si quieres ofrecer apoyo a María Ampudia, entra al sitio web de su fundación: yquienhablapormi.org
