Tebas: un Egipto eterno
Un nombre griego para una ciudad a las orillas del Nilo, vasta, rica, y que seguramente fue muy hermosa...
Al punto de impresionar a todos sus visitantes, de cualquier época que sea. Homero, por ejemplo, la describió como la “ciudad de las cien puertas” y admiraba su amplitud.
Sin ningún esfuerzo, uno se puede imaginar la sorpresa y el entusiasmo de aquellos que la redescubrieron, con la fogosidad aventurera de la egiptología naciente. Hoy en día, aún siguen excavando ahí.
Ciudad grandiosa, ciudad compleja también, que no puede ser descifrada más que a la luz de la arqueología, que se esfuerza por actualizar, determinar las fechas, comprender. Necrópolis tebana, Valle de las Reinas y Valle de los Reyes, Templos de Luxor y de Karnak: en las dos riberas del Nilo nutricio donde siempre se deslizan las falúas silenciosas, éstas son las horas más gloriosas del Alto Egipto, que aquí se ofrecen para ser descubiertas.
Rendidos pero orgullosos de participar en lo que saben es una epopeya, los hombres de Bonaparte se sienten cansados del desierto y de las orillas del Nilo. Han dejado El Cairo muy atrás. Y es aquí que la vanguardia se detiene.
Vivant Denon, uno de los científicos que acompañan la expedición, cuenta: “[…] esta ciudad era todavía un fantasma tan gigantesco para nuestra imaginación que el ejército napoleónico, al ver estas ruinas dispersas, se detuvo. Con un movimiento espontáneo, aplaudieron”.
La antigua capital de Egipto durante el Nuevo Imperio (1580-1085 a. C.) entra de nuevo en la historia. Frente a los vestigios de la necrópolis real, en la otra orilla –por donde sale el sol–, se encuentran los templos de Karnak y de Luxor, los más importantes del universo religioso egipcio, ambos consagrados a la tríada tebana: el dios Sol, Amón-Ra, su pareja Mut y Jonsu, el dios lunar, fruto de su unión.
Entre la dinastía XVIII y la XIX (1580-663 a. C.), es decir, durante unos 900 años, el templo de Karnak –entonces en su época dorada– movilizó para ampliarlo y embellecerlo ¡a más de 80.000 obreros, 400.000 cabezas de ganado y unos 80 barcos! Sin embargo, la expedición a Egipto de Napoleón (1798-1801) no encontró otra cosa que templos cubiertos de arena, tesoros transformados en canteras.
En Luxor, no sobresalían del suelo más que la cabeza de los colosos y la punta de los obeliscos; el inmenso conjunto de Karnak, por su parte, era regularmente saqueado. En sus orígenes, el templo de Karnak, el más vasto conjunto arquitectónico de Egipto, contaba con veinte templos y capillas en un terreno de ¡25 hectáreas! Una verdadera ciudad donde trajinaban innumerables sacerdotes.
Un enorme lago sagrado albergaba en una barca la estatua del dios en las grandes procesiones. La construcción del conjunto se escalonó desde el Imperio Medio (2060-1785 a. C.) hasta la época romana.
En 391, Amón cedió su lugar a Cristo: sus santuarios se convirtieron en iglesias. Si faraónico quiere decir “colosal”, Karnak lo es por mucho. El primer pilono (pórtico monumental), el más grande de Egipto, mide 113 m de largo y tiene un espesor de 15 m; su ascenso está prohibido luego de que un turista perdió allí la vida.
La fantástica sala hipóstila de 134 columnas se extiende sobre unos 5500 m2. Esta obra la concluyó Ramsés II, el faraón megalómano que mandó erigir frente a la sala estatuas colosales en su honor.
Durante la fiesta que celebraba la crecida anual del Nilo, la barca que trasladaba la estatua del dios Amón era conducida de Karnak a Luxor, bordeando las setecientas esfinges que delineaban la vía sagrada. Consagrado también a Amón, Mut y Jonsu, el templo de Luxor (construido por Amenofis III durante el Nuevo Imperio) fue embellecido y transformado por Tutan – kamón y Ramsés II.
El edificio es un verdadero resumen de la historia espiritual de Egipto: en la época romana, allí se celebrará el culto al emperador antes de una campaña militar; en la época copta, a inicios del siglo IV, una parte se convertiría en iglesia, que luego se transformaría en mezquita una vez que el santo iraquí Abou El Haggag predicara allí.
A todo lo largo, el templo se abre al final de la avenida de esfinges, con tres estatuas colosales del faraón y, a la izquierda de la puerta, con un obelisco: el de la derecha se encuentra en París. Porque, si bien las expediciones arqueológicas a Egipto hicieron avanzar a grandes pasos el conocimiento de la civilización antigua, también han llenado los museos europeos… ¡y sus inmediaciones!
Sobre el muro este del tercer pilono del templo de Amón-Ra, el dios Sol es abrazado tiernamente por su esposa, la diosa Mut. Esculpido durante la dinastía XIX, sin duda durante el reinado de Ramsés II, este relieve quedó inconcluso: el peinado y la barba del dios no están terminados. El peinado de su esposa, en cambio, es nítido y preciso: una peluca de largos cabellos que cuelgan cubriendo parte de las alas de buitre.
El profesor Auguste Mariette, nacido en 1821, puso sus conocimientos de egiptólogo al servicio del Museo del Louvre –donde entró como simple empleado–, y se convirtió en el responsable de las excavaciones francesas en Egipto en 1858. Multiplicó los descubrimientos, en particular en Tebas, y fundó el Museo de El Cairo. Aquí se lo ve asistir en la remoción y apertura de los sarcófagos.
Rígidas, severas, de cuernos curvos, las esfinges criocéfalas (con cabeza de carnero) bordean la avenida que lleva de un espejo de agua al primer pilono del templo de Karnak. Entre las patas delanteras, se halla un faraón que porta el ankh, signo de la vida. Una segunda avenida de carneros parte hacia Luxor.
El lago sagrado lindante con el templo de Karnak –de 120 m de largo y 77 de ancho– fue surcado para satisfacer las necesidades del culto. La estatua del dios Amón-Ra debía, en efecto, ser transportada en una barca sagrada durante las grandes procesiones públicas.
La estatua del dios Amón-Ra de la sala hipóstila del templo de Karnak es contemporánea de Tutankamón; el rostro esculpido es, por otra parte, el del faraón.
Tras un peligroso viaje por el Nilo, el Mediterráneo, el Atlántico y el Sena, el obelisco de 25 m y 230 toneladas se erige en 1836 en la Plaza de la Concordia: el ingeniero Apollinaire Lebas se encarga de los trabajos, utilizando un sistema de cabrestantes y de vigas.
Tomado del libro: “Secretos de los lugares más extraordinarios”, Reader’s Digest