Terror nocturno: Siento una horrible culpa de sobreviviente

Esta es la última parte de este artículo dramático que hemos dividido en tres parte, puedes ver la primera y segunda en estos enlaces.

Rodríguez pensó que la única posibilidad de escapar era esperar en un balcón hasta que llegaran los bomberos. En medio del caos la llamó por teléfono su hermano Fred, quien había llegado a toda prisa al lugar y la esperaba afuera. No dejaba de repetir las mismas palabras con urgencia. “¡Sal de ahí! ¡Sal de ahí!”, le suplicaba. Ella le respondía que no había manera de salir.

Entonces, un bombero tomó el teléfono de Fred y le dio una orden escalofriante a Raysa: “Es preciso que encuentre una salida”.

Se dirigieron a las escaleras. Cuando llegaron al octavo piso encontraron a Ada López, una mujer de 84 años que esperaba con su andador la llegada de alguien. Raysa se adelantó para ver si había alguna forma de escape mientras los demás ayudaban a Ada a bajar; en el camino se topó con el grupo de las familias Aguero y López.

No obstante, cuando Rodríguez arribó al estacionamiento inundado dio la vuelta. Al ver la dimensión de los daños pensó que las probabilidades de electrocutarse serían muy altas.

La mujer volvió a subir para reencontrarse con los suyos. Mientras el grupo de Aguero y López continuaba avanzando hacia el estacionamiento, Raysa optó por seguir otro camino y condujo a sus acompañantes al segundo piso, donde descubrieron que alguien había dejado abierta la puerta de su departamento.

Corrieron hacia el balcón, que daba a la calle lateral, y le gritaron al equipo de rescate que estaba afuera. Minutos después los rescatistas iniciaron maniobras con la plataforma hidráulica hasta llegar a donde se encontraban. Uno a uno los subieron al aparato y los trasladaron a un lugar seguro en la calle.

De vuelta en las escaleras, las familias Aguero y López se mantenían rumbo al estacionamiento. Mientras bajaban, Susana Álvarez se detuvo un instante al recordar a Hilda Noriega, quien vivía en el sexto piso. Era como parte de su familia. Habían pasado muchas fiestas juntas.

Su madre y Noriega fueron muy buenas amigas desde sus años en Cuba. ¿Podré rescatarla? ¿Podré ir a buscarla?, se preguntó. Pero sabía que el ala donde vivía la mujer había desaparecido. “Ya había visto el edificio, así que seguí avanzando”, cuenta.

Mientras tanto, Esther Gorfinkel flaqueaba. El dolor en una de sus rodillas era terrible. Sin pensarlo, Alfredo la cargó sobre su hombro y avanzó.

Mas les esperaba una sorpresa. Si bien no temían electrocutarse, la salida estaba obstruida por la inundación, autos destrozados y un gigantesco bloque de concreto que había caído de la piscina. Tendrían que atravesar el agua y trepar los vehículos y el escombro para llegar al exterior.

Álvarez entró en pánico. Usaba pantuflas, al igual que Marian, la esposa de Alfredo. Vio a la atlética familia Aguero subir a los autos aplastados y trepar por el concreto; padre e hijo cargaban a Gorfinkel.

No podré hacerlo, pensó Susana. Había sangre en sus manos, pero no tenía rasguños ni sabía de dónde provenía. Los López no la dejarían atrás. “Gracias a Alfredo y a su hijo”, dice, “pudimos atravesar aquel desastre y salir de ahí”.

Las Familias Aguero, Nir y López, y sus pequeños y diversos equipos, lograron salir sanos y salvos. Meses después, abrazan a sus hijos y hermanos con más fuerza, conscientes de que muchos de sus vecinos nunca regresarán y no volverán a abrazar a sus seres queridos.

No tienen hogar. Todo desapareció: ropa, computadoras, automóviles, medicamentos. Se determinó que el sector del edificio que seguía en pie mostraba poca solidez estructural y no era seguro para que sus ocupantes regresaran.

El lugar fue demolido el 4 de julio de 2021. Es un gran inconveniente, dicen los sobrevivientes, pero no es importante. Están vivos. Por las noches todo es más difícil. Aún escuchan los gritos en su cabeza y todo vuelve a suceder.

“Siento una horrible culpa de sobreviviente”, afirma Alfredo. Días después del derrumbe del edificio Champlain Towers South, los Nir se apretaron en una habitación de hotel. Pero Gabriel no podía dormir.

Intentó borrar todos los posibles escenarios que lo atormentaban. “Es como un virus. Nunca desaparece”, dice con tristeza. “Desearía haber hecho más… esas personas que faltan ya nunca volverán”.

Susana Álvarez también siente un profundo dolor. Hilda Noriega, la mejor amiga de su madre, estaba entre los fallecidos, al igual que sus otros vecinos. “Eran personas a las que saludaba”, contó en una entrevista en la National Public Radio.

“La señora que iba conmigo en el ascensor esa noche antes de que entrara a mi departamento… estábamos conversando. Hacía yoga conmigo. Formaba la pareja más agradable. Siempre querían que saliera, que paseara en bicicleta con ellos”.

Y también estaban las personas que oyó llorar entre los escombros. “Algunos gritaban ‘¡Ayuda!’”, dice. “Aquello me acechará por siempre”.

Si bien no se ha determinado una causa definitiva del derrumbe de la torre de 40 años de antigüedad, cuando este artículo se publicó había señales de alarma. El New York Times informó que en 2018 “un consultor encontró pruebas de ‘daños estructurales significativos’ en la losa de concreto debajo de las orillas de la piscina  y ‘abundantes’ grietas y daños en las columnas, vigas y paredes  del estacionamiento”.