El tren de aterrizaje del avión no bajaba. Sólo la habilidad del piloto podría salvar a las 231 personas que iban a bordo.
Dominik y Gosia Dymecki, y sus hijos Eryk, de siete años, y Kaja, de cuatro, esperaban sentados en la sala de salida del Aeropuerto Internacional Newark Liberty, en Nueva Jersey. Era el 31 de octubre de 2011, y la familia se disponía a tomar un vuelo para volver a casa, en Varsovia. Gracias al trabajo de Dominik como vendedor de bienes raíces a polacos ricos en Florida, habían podido disfrutar de un glorioso mes de vacaciones en ese estado y hacer una visita al padre de Gosia, quien vivía en la cercana Pensilvania.
El capitán Tadeusz Wrona, piloto de LOT Polish Airlines, esperaba que el vuelo 16 con destino al Aeropuerto Frederic Chopin de Varsovia fuera sin contratiempos. Se encontraba ya en la cabina de mando del Boeing 767 sintiéndose descansado, después de pasar la noche en un hotel cercano. Este hombre delgado de 57 años de edad tenía más de 15,000 horas de vuelo y 1,200 travesías trasatlánticas en su historial. Le apasionaba pilotear desde que tenía 17 años, cuando tomó por primera vez el control de un planeador. Ahora estaba realizando las verificaciones reglamentarias previas al vuelo junto con su copiloto, Jerzy Szwarc, quien tenía 15 años de experiencia como aviador.
A las 9:53 de la noche, hora local, el vuelo 16 recibió la autorización para despegar, con 221 pasajeros a bordo y 10 tripulantes. Wrona puso los motores a toda marcha, y el Boeing se remontó hacia el cielo oscuro para iniciar un vuelo de más de ocho horas hasta la capital polaca.
Mientras ascendían, la tripulación retrajo el tren de aterrizaje, pero al cabo de media hora de vuelo una luz amarilla se encendió en el tablero de control. Algo estaba mal.
—Hay una falla en el sistema hidráulico —dijo Wrona.
La avería podría acarrear problemas a la hora de aterrizar, pero el avión tenía un sistema eléctrico de apoyo y, por el momento, no había un peligro inminente. El largo vuelo consumiría la mayor parte del combustible de la nave, así que, en el improbable caso de que Wrona tuviera que aterrizar sin poder bajar las ruedas, eso reduciría el riesgo de incendio. Pero no tenía motivos para pensar que fuera necesario aterrizar así.
Dio aviso de lo que ocurría a los controladores de tráfico aéreo (CTA) que vigilaban su vuelo y luego revisó los procedimientos de emergencia. Llamó al jefe de sobrecargos y le notificó sobre el desperfecto.
En la cabina de pasajeros, nadie sabía nada del problema. La familia Dymecki estaba sentada en dos filas cerca de la cola del avión: Dominik y Eryk adelante, y Gosia con Kaja atrás. Los niños pronto se quedaron dormidos, y los esposos, poco después. Cuando despertaron, faltaban unas dos horas y media para llegar a Varsovia. Gosia empezó a darle el desayuno a Kaja, y estaba feliz porque había encontrado dibujos animados para la niña entre la programación del vuelo, mientras Eryk hojeaba su nuevo libro sobre la historia de los autos Porsche. De repente se encendió la señal para que los pasasajeros se abrocharan los cinturones. Estaban iniciando la aproximación al Aeropuerto Frederic Chopin.
Durante la noche, Wrona se había mantenido en contacto con los CTA, y junto con Szwarc había revisado los procedimientos para utilizar el sistema eléctrico de apoyo. No podían estar totalmente seguros de que funcionaría hasta que lo probaran poco antes de aterrizar.
Había llegado el momento de hacerlo. Wrona le pidió al copiloto que revisara una vez más la lista de pasos para usar el sistema de apoyo, y luego le dijo que lo activara. Transcurrieron dos minutos, pero no se encendió la luz indicadora de que el tren de aterrizaje había bajado.
Lo volvieron a intentar, pero fue en vano: el sistema de apoyo no funcionaba. Wrona hizo girar la nave para alejarse de la zona de aproximación al aeropuerto; Szwarc avisó por radio a la torre de control. Pronto enviaron dos aviones F-16 de la Fuerza Aérea Polaca para que hicieran una inspección visual del tren de aterrizaje del Boeing. A pesar de lo que indicaba el tablero de control, tal vez sí había bajado; si no era así, todos los que iban a bordo corrían grave peligro.
¿Un avión tan pesado podría aterrizar sobre su fuselaje? Nunca se había sabido de algo semejante. La enorme nave podría partirse en dos, hacerse pedazos e incendiarse.
Al mirar por la ventanilla, Gosia notó algo extraño. El avión había atravesado la masa de nubes como en un descenso normal a tierra, pero de repente empezó a subir de nuevo. Un anuncio interrumpió sus pensamientos: “Atención, por favor. Debido a problemas técnicos, haremos un aterrizaje de emergencia”.
Los pasajeros dejaron de hacer lo que estaban haciendo y guardaron silencio, mirándose inquietos. Los sobrecargos se apresuraron a verificar que todos tuvieran bien abrochados los cinturones de seguridad y que nadie llevara equipaje en las manos. Luego les repitieron con detalle las instrucciones para un aterrizaje de emergencia, entre ellas lo que debían hacer en caso de incendio.
Esto es como una película, pensó Dominik. En un momento todo es normal, y al momento siguiente es como si explotara una bomba.
Gosia estaba aturdida, como si hubiera recibido una descarga eléctrica. Eryk comprendió la situación y, asustado, se echó a llorar. Kaja, demasiado pequeña para entender lo que ocurría, estaba molesta por el retraso y por llevar apretado el cinturón.
Gosia intentó contener su miedo y le dijo a la niña que iban a tener una aventura y a bajar por un tobogán. Extendió la mano para tocar el hombro de su esposo; luego, desesperada por saber más, le hizo una seña a una sobrecargo para que se acercara.
—¿Dónde aterrizaremos? —le preguntó—. ¿En un campo?
—No se preocupe, aterrizaremos en el aeropuerto —le dijo la azafata.
A Dominik le preocupaba cómo iban a salir del avión, y le preguntó a Gosia si sabía lo que debía hacer. Ella le contestó que sí. Acordaron que Dominik se quedaría en el pasillo, con Eryk adelante de él, y Gosia tomaría en brazos a Kaja y se acercaría a la puerta de emergencia.
En tierra, las brigadas de bomberos empezaron a extender tiras de hule espuma en la pista de aterrizaje para reducir el riesgo de incendio cuando aterrizara el avión. El aeropuerto se cerró para todos los demás vuelos. Las personas que esperaban a familiares y amigos que iban a bordo del vuelo 16 fueron trasladadas a otra sala, entre ellas el padre de Dominik, que esperaba ansioso la llegada de su familia, sana y salva. La policía cercó las caminos que conducían al aeropuerto y dejó un acceso libre para los vehículos de emergencia.
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