¿Tienes un problema de salud del cual no quieres hablar? Te ayudamos
Casi todo el mundo, en algún momento, ha sufrido un penoso problema de salud. Si bien no son mortales, estos inconvenientes pueden mermar la calidad de vida.
Casi todo el mundo, en algún momento, ha sufrido un penoso problema de salud: incontinencia, sudoración profusa o mal aliento que no desaparece. Si bien no son mortales, estos inconvenientes pueden mermar la calidad de vida.
Lo que muchas personas no consideran es que son curables o tratables. No obstante, les resulta vergonzoso hablarlo con un médico y lo sufren en silencio, pese a que ellos ya lo han oído todo y son capaces de ocuparse de dichos males.
Edwin Winkel, profesor del Departamento de Periodoncia en la Universidad de Groningen y de la Clínica de Periodoncia, en los Países Bajos, ha visto a pacientes tan abochornados por esto que solo trabajaban desde casa o por teléfono para evitar a la gente.
El mal aliento (halitosis) pueden provocarlo un trastorno dental o de las encías; padecimientos metabólicos como la diabetes; la ingesta de alimentos como el ajo, que provocan que el organismo produzca olores que escapan por la boca o la nariz; infecciones sinusales o de garganta, o fumar y beber alcohol.
Puede empeorar con el estrés. Sin embargo, las bacterias de la boca son las principales responsables, ya que forman una película que cubre la lengua, sobre todo la parte de atrás. Según Winkel, “en la cavidad bucal viven entre 400 y 500 especies de bacterias”; algunas emiten gases con un olor desagradable.
Los caramelos de menta, chicles y casi todos los enjuagues bucales de venta libre refrescan el sabor de boca, no el aliento. “Son dos cosas distintas”, afirma Winkel. “Puedes tener un sabor de boca muy malo y un hálito muy bueno o viceversa”.
Una buena higiene bucal es indispensable, aunque para eliminar adecuadamente la película bacteriana podría ser necesario emplear un limpiador especial, visitar al dentista o utilizar enjuagues bucales de prescripción médica con cinc o clorhexidina, que controlan la población de bacterias.
Se desconoce por qué unas personas desarrollan dicha capa y otras no; sin embargo, muchas evitan hablar de ello y sufren un estrés innecesario: “En la mayoría de las ocasiones, la halitosis es tratable”, dice Winkel.
A Marina Kaiser, diseñadora alemana de 62 años, la devastó mojar los pantalones en medio de un concurrido estacionamiento. Sintió unas ganas repentinas de orinar, pero no consiguió encontrar un sitio para aparcar y no llegó a una cafetería cercana.
Sus problemas de incontinencia empezaron a los 50 años. Al principio los accidentes no eran frecuentes, así que pensó que podía arreglárselas sin buscar ayuda. Empeoró, y después le empezó a suceder una o dos veces a la semana. Tras el incidente del estacionamiento decidió consultar al médico. “Fue tan vergonzoso que supe que tenía que hacer algo”, comenta.
La incontinencia es común. “Muchas personas la padecen”, afirma la uróloga Fiona Burkhard, del Hospital Universitario de Berna, Suiza. “Afecta a cerca del 38 por ciento de los mayores de 30 años y a un 77 por ciento de las personas que viven en residencias geriátricas”, pero solo una cuarta parte de ellos busca asistencia sanitaria, añade Burkhard. “La gente no quiere hablar al respecto”.
En las mujeres, el embarazo y el parto son los principales causantes; en los hombres, los problemas de próstata. Se presenta dos veces más en ellas. La presión abdominal crónica, incluyendo el estreñimiento, levantar cargas pesadas, el ejercicio intenso y el sobrepeso son factores que contribuyen a su desarrollo, así como consumir alimentos picantes, fruta ácida, bebidas con cafeína y edulcorantes artificiales.
Los derrames cerebrales y los trastornos neurológicos, como el mal de Parkinson o la esclerosis múltiple, también la podrían provocar.
Los urólogos clasifican la incontinencia en dos: por esfuerzo, cuando la orina se fuga al toser, estornudar, saltar o cargar, y la imperiosa, ocasionada por contracciones involuntarias de la vejiga. Los ejercicios del suelo pélvico, la pérdida de peso y evitar la comida que irrita la vejiga pueden ser un paliativo. En algunos casos de incontinencia por esfuerzo, los médicos recomiendan la cirugía para restablecer el soporte uretral con una malla, mientras que a los pacientes con la variante imperiosa se les ofrece medicación.
A Kaiser, quien no ha dado a luz, le diagnosticaron hidrocefalia, una enfermedad neurológica que provocaba que la acumulación excesiva de fluido cerebroespinal le hiciera perder el control de la vejiga. Para corregirlo, los médicos le implantaron una válvula de derivación en el cerebro que asegura que el exceso de líquido se redirija a su abdomen, donde puede pasar al flujo sanguíneo. Eso, aunado a los ejercicios para el suelo pélvico que le indicaron hacer a diario, mejoró su estado de salud considerablemente. “Estoy muy feliz de poder volver a tener una vida normal”, dice.
“Existe la creencia de que no hay remedio”, anota Burkhard, pero “existen tratamientos para este cuadro, así que vale la pena consultar al médico y seguir el tratamiento”.
Heidi Barton, ama de casa de 43 años de Southport, Reino Unido, se cambiaba de ropa varias veces al día, usaba desodorante con frecuencia y llevaba un traje de baño bajo su atuendo para que absorbiera el copioso sudor que le manaba. Según ella, la gente creía que siempre estaba sucia.
En su boda, no pudo terminar la sesión de fotos: estaba muy preocupada de que el sudor le hubiera corrido el maquillaje o de que se le notara la transpiración. “Cuando aparecía la cámara, salía corriendo”, recuerda. “En la última foto aparezco huyendo”.
El sudor lo causan, principalmente, el calor, el miedo, el estrés y el ejercicio; la cafeína y los alimentos picantes pueden exacerbarlo. Los hombres suelen transpirar un poco más que las mujeres, quienes al entrar en la menopausia incrementan su actividad hormonal y, con ella, la exudación.
“Esta es una reacción fisiológica para refrescar el cuerpo”, explica el doctor Anton Alexandroff, dermatólogo radicado en Leicester. No obstante, algunas personas cuentan con un número excesivo de glándulas sudoríparas, lo que puede provocar hiperhidrosis, una potencial pesadilla social. A muchos les avergüenza tanto tener calor y estar húmedos que lo ocultan a sus familiares y amigos.
Los tratamientos para la condición incluyen antitranspirantes de diferente intensidad, pero solo son eficaces en la zona en la que se aplican; además pueden causar irritación en la piel y ser rebasados por la necesidad de sudar del organismo. Para aquellos pacientes a los que transpirar les provoca episodios de ansiedad, los betabloqueadores pueden ser útiles.
Otra forma de combatir el cuadro es la iontoforesis, una estimulación eléctrica de las áreas de la epidermis más propensas a sudar que se realiza con equipos de venta libre.
Hace poco se demostró que las inyecciones de bótox sirven para impedir la transpiración en zonas específicas, aunque pueden ser caras y dolorosas; además, deben repetirse cada cuatro o seis meses. Un método más innovador emplea tecnología de microondas para “freír” las glándulas sudoríparas; aún se ignoran sus efectos a largo plazo. En casos extremos se recurre a la cirugía que corta los nervios que van a tales glándulas.
Para Heidi, quien sufre hiperhidrosis desde los 13 años y dejó su trabajo de estilista por la ansiedad que le provocaba que cayeran gotas de su sudor a los clientes, el bótox fue la prueba de que la enfermedad se podía tratar. “Te cambia la vida”, asevera. “Me volví más extrovertida, puedo hablarle a la gente y salir”. Está considerando la cirugía que corta los nervios.
Alexandroff, especialista en la condición, recomienda evitar los alimentos que desencadenan la sudoración y utilizar antitranspirantes clínicos. “Si esto no funciona, consulta al médico o a un dermatólogo”, añade.
Los pies albergan cerca de 250,000 glándulas sudoríparas que son capaces de producir una taza de sudor al día. Sin embargo, de acuerdo con Veera Keltanen, podóloga del Foot Center en Helsinki, Finlandia, algunas personas exudan mucho más dependiendo de su composición genética y su nivel de actividad, así como de ciertos factores fisiológicos y hormonales. Las bacterias de la piel descomponen el sudor y, al hacerlo, excretan residuos que huelen mal.
Por suerte existen remedios simples que pueden ser de ayuda. Los básicos incluyen lavarse los pies a diario, utilizar un jabón ligeramente ácido, secar bien entre los dedos y usar calcetines de materiales sintéticos en lugar de otros como el algodón, que retiene la humedad durante un tiempo 10 veces mayor en comparación con el textil acrílico.
Keltanen recomienda emplear plantillas que absorban el olor (y evitar las de silicón), preferir calzado amplio con espacio suficiente para que los pies respiren y, si es posible, utilizar barefoot sneakers o zapatos minimalistas, una especie de calzado deportivo que da la sensación de ir descalzo.
Keltanen señala que, si este es muy ligero, permite al pie funcionar con normalidad y reduce la sudoración. Añade, además, que estar descalzo cuando sea posible solo para “liberar los pies”, también resulta beneficioso. En caso de que la situación sea más grave, el médico puede prescribir algún fármaco para combatirla.
“Las personas expulsan gases de 8 a 20 veces al día; eso es lo que se considera normal”, explica Jonna Jalanka, de la Universidad de Helsinki, quien estudia la microbiota normal. “El gas que se produce es una mezcla del ambiente intestinal, que varía día a día”. No obstante, si esto sucede más de 25 veces en dicho lapso, podría ser síntoma de algún problema de salud.
Las emanaciones intestinales resultan de la combinación del aire que tragamos cuando comemos o tomamos bebidas gasificadas, y del proceso digestivo normal, gracias al cual las bacterias intestinales descomponen los alimentos.
Los eructos provienen de la liberación del aire que introducimos al comer y beber demasiado rápido, masticar chicles o fumar; las flatulencias son ocasionadas por bacterias que producen gases, incluidos el metano y el hidrógeno, que son inodoros, y el sulfuro de hidrógeno, que tiene olor a huevo podrido.
Estos últimos pueden aumentar al digerir alimentos como frijoles, cereales, coles de Bruselas, cebolla, manzana o plátano, que poseen una alta cantidad de azúcares complejos, los cuales son fermentados por las bacterias, liberando así gases.
No existe una respuesta clara sobre por qué algunas personas sufren más de este tipo de molestias que otras, pero limitar la ingesta de comida agresiva puede ayudar a disminuirlas, al igual que los antiespasmódicos y el té de menta, afirma el gastroenterólogo Giles Major, del Hospital Universitario de Nottingham, en el Reino Unido.
A veces los gases podrían ser producto de un problema de salud subyacente, como el síndrome del intestino irritable. Algunos pacientes podrían requerir un tratamiento farmacológico.
“Los gases forman parte del funcionamiento normal del intestino y las bacterias ahí presentes. Expulsarlos simplemente significa que estas están haciendo su trabajo”, explica Jalanka. “Sin embargo, en caso de malestar, dolor excesivo o hinchazón, quizá valga la pena acudir al médico”.
Si padeces alguno de los malestares anteriores, no sufras en silencio. ¡Y no permitas que la vergüenza te impida vivir al máximo!