Señala al niño cosas acerca de los libros que tal vez das por sentadas por ser adulto. Dile el nombre del autor y explícale lo que es un autor; enséñale a sostener un libro, cómo se leen las frases de izquierda a derecha, y la sensación de pasar las páginas.
Tener estos conocimientos básicos anima a los niños a leer por su cuenta una vez que aprenden a hacerlo.
Lo que verdaderamente importa no es que le leas todo el libro al niño, sino la naturaleza de la conversación que entables con él mientras se lo lees. Un padre que responde a las preguntas de sus hijos con buena disposición (¡aunque parezcan interminables!) y sostiene diálogos con ellos los ayuda a desarrollar sus habilidades cognitivas y sociales en el mundo real.
Hazle preguntas al niño con base en las ilustraciones y deja que la conversación fluya a partir de las respuestas.
¡Pum! ¡Zas! ¡Muuu! Pronunciar onomatopeyas quizá te haga sentir un poco bobo, pero tu hijo necesita oírlas (y le encantará ver tu lado cómico).
La variedad de sonidos y voces funciona como una forma de alfabetización temprana que más adelante ayudará a tu hijo a reconocer fonemas, los sonidos que conforman las palabras, señala Morrison; es decir, reconocer y escuchar esas unidades de sonido ayuda a los niños pequeños a pronunciar palabras completas.
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“¿Qué crees que hará el ratón ahora que está metido en problemas?” “¿Qué te imaginas que le va a regalar Pedrito a su mamá?” Al pedirle a tu hijo que vaticine el pasaje siguiente del libro o que recuerde lo que sucedió al comienzo, le ayudas a aprender a leer por su cuenta.
Dentro de unos años, cuando lea por primera vez un libro dividido en capítulos, no tendrá problemas para recordar dónde dejó la lectura cada vez que la interrumpa. Esta habilidad básica hace más divertido leer (¿a qué niño no le gusta tratar de predecir el final de una historia?), y ayudará a tu hijo a volverse también un buen narrador.
Saber contar es tan importante como saber leer, y, de hecho, es algo que los niños aprenden a hacer primero. Según Morrison, una cosa es que tu hijo sepa contar del 1 al 10, y otra totalmente distinta que sea capaz de reconocer y comprender formas, colores y números en el mundo real.
Al hacerle preguntas durante la lectura (“¿Cuántas manzanas hay en la cesta?”), lo ayudas a entender los números y otros conceptos y relaciones numéricas, lo que le permitirá captar y resolver más fácilmente los problemas matemáticos reales en el futuro.
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Si obligas a tu hijo a escuchar y no moverse mientras le lees el libro, verá la lectura como un castigo. Es mejor que te adaptes a sus lapsos de atención. Cuando empiece a perder el interés, quizá corra un poco por el cuarto, pero volverá a tu lado pronto.
No te rindas cuando se escape o se aburra. Sigue leyendo y comentando la historia en voz alta: la curiosidad lo hará regresar a ti y al libro.
¿Cuál es el tipo de libros menos útil para niños menores de cinco años? Los que incluyen fotos simples, muy poco texto y ningún dibujo.
En comparación con los ilustrados, esos libros no motivan tantos temas de conversación, y ésta es esencial para el desarrollo del niño, dice Michele Morrison, directora de capacitación y apoyo de Parent-Child Home Program, una organización sin fines de lucro con sede en Nueva York que ayuda a familias de bajos ingresos a fomentar la interacción verbal entre padres e hijos en el hogar y el aprendizaje de los niños.
Esto ayuda a que el niño asocie la lectura con una sensación de cercanía y seguridad. A la larga, esto servirá para que tu hijo no tema leer en voz alta frente a un grupo, dice Morrison.
Los niños de entre 16 y 24 meses aprenden palabras todos los días. Las más fáciles de aprender mirando las ilustraciones de los libros son sustantivos como “perro” y “árbol”, explica la experta. Si hay un dibujo de un perro, pregúntale al niño: “¿Ves este perro? ¿De qué color es?, ¿Qué está haciendo?” Este conocimiento básico de los sustantivos ayuda al pequeño a aprender adjetivos y verbos con rapidez. Pronto, el niño entiende y dice “El perro café”, y luego, “El perro café corre”.
Si le estás leyendo un libro sobre un niño o niña que va al supermercado, por ejemplo, recuérdale la vez más reciente en que te acompañó a una tienda. Hacerle preguntas abiertas (quién, qué, dónde y por qué) a un niño de tres años o mayor fomenta el diálogo. Relacionar la trama de un libro con una experiencia de la vida real ayuda al niño a recordar mejor la historia y el vocabulario del libro.
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