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Tlalpujahua, el fénix michoacano

A pesar de las tragedias sufridas esta localidad se ha convertido en un referente mundial gracias a sus esferas artesanales.

Algunas de las coloridas y brillantes esferas de cristal que vas a contemplar en este sitio también han sido admiradas por el expresidente estadounidense Barack Obama y su familia, pues en alguna ocasión adornaron la Casa Blanca. Pero ese no fue el máximo honor de los adornos navideños creados por manos artesanas de Tlalpujahua, pues también engalanaron, y por cinco años consecutivos, enormes árboles navideños de la Santa Sede, en El Vaticano.

Y es que la magia de las esferas de vidrio soplado, que toman forma y color gracias al aliento de cientos de familias, ha convertido a este pueblo serrano en un referente mundial de la Navidad, pues, al año, produce más de 65 millones de artículos alusivos.

Tlalpujahua se ubica a unos 150 kilómetros de la capital michoacana y a unos 200 de la Ciudad de México; es un sitio privilegiado por su ubicación geográfica, ya que lo abrazan bosques mixtos y de coníferas, y está rodeado de arroyos y manantiales de aguas termales; además, está lleno de historias: fue hogar de los pueblos otomí y mazahua, una importantísima fuente de oro y plata, así como la cuna de Ignacio López Rayón, héroe de la Independencia.

Sobre sus calles empedradas se erigen inmuebles de arquitectura virreinal, casonas con balcones y viviendas con techos a dos aguas que albergan talleres en los que artesanos crean no solo las famosísimas esferas de vidrio soplado, sino también objetos de cantera, arte plumario, herrería y cerámica a baja y alta temperatura.

En esta localidad se respira tranquilidad y un ambiente navideño permanente, pero no siempre fue así. Ubicada en la frontera entre dos extintos imperios —el purépecha y el mexica—, la zona fue testigo de la resistencia de los nativos para defenderse de los invasores que codiciaban sus recursos naturales.

Tras la llegada de los españoles, la actividad agrícola empezó a perder terreno frente a la boyante actividad minera. Tlalpujahua fue nombrada Real de Minas en el siglo XVI y la región ocupó el primer lugar mundial en extracción de oro durante el Virreinato.

El pueblo tuvo bonanzas, pero también tragedias. A principios del siglo XVIII un incendio abrasó buena parte del sitio; después fue destrozado por la guerra de Independencia, así que la mayoría de sus yacimientos quedaron en el abandono, pero faltaba lo peor.

La tragedia de 1937

Una de las etapas más productivas de la minería mexicana del siglo XX está relacionada con la institución de la Compañía Minera Las Dos Estrellas. Esta empresa fue fundada por el francobelga François Joseph Fournier en 1898 y era tan importante que en 1909 fue visitada por Porfirio Díaz, entonces presidente de la República.

Eran las 5:20 de la mañana del 27 de mayo de 1937 cuando, tras varios días de lluvias atípicas y abundantes, la presa de desperdicios o jales (como se le conoce en la industria) colapsó y 16 millones de toneladas de desperdicios se precipitaron sobre una extensión considerable del pueblo. Más de 300 personas quedaron sepultadas.

Ahora esa mina es el Museo Tecnológico Minero del Siglo XIX: cuenta con un nutrido acervo de objetos, documentos, fotos y planos. Durante el recorrido, que dura unos 90 minutos, te enterarás de que mientras los dueños amasaban inmensas fortunas, los hijos mayores de 10 años de los mineros que fallecían tenían que trabajar en la excavación a fin de pagar la deuda contraída por su padre en la tienda de raya, pues pese a que los trabajadores morían por las pésimas condiciones laborales, a la familia no se le condonaba el saldo. Ah, eso sí, les regalaban el féretro y cuatro velas.

Tiempo después, el declive de esa industria ocasionó la migración y, de pronto, Tlalpujahua quedó casi desierta. Joaquín Muñoz Orta y María Elena Ruiz fueron dos de los pobladores que abandonaron su tierra; se emplearon en una fábrica de árboles navideños en Chicago, sin imaginar que años más tarde serían los artífices de la transformación de su comunidad.

Lo que aprendieron en Estados Unidos les sirvió para fundar un pequeño taller familiar en la Ciudad de México, en el que se dedicaron a elaborar esferas de vidrio soplado de manera artesanal, oficio que enseñarían a sus paisanos al regresar a Tlalpujahua.

Así nació Adornos Navideños, empresa que se ha posicionado como la productora de esferas más grande de América Latina. De sus talleres salen alrededor de 38 millones de globos al año y mucha magia: la familia Muñoz también creó La Villa Encantada de Santa Claus, un inmueble que evoca a un pueblito alemán y en donde puedes hallar desde árboles navideños y nieve artificial hasta espectáculos para todos.

Allí podrás conversar con los artesanos mientras ves cómo aplican pegamento a las esferas para después dejar caer la diamantina que les otorga ese brillo navideño que todos quieren en sus hogares. Ninguna pieza es igual a otra, pero si quieres algo aún más especial, pídele al artesano que te personalice una con tu nombre o una dedicatoria. No por nada, a decir de Joaquín Muñoz Orta, cada ejemplar es una poesía.

A diferencia de este atractivo, la mayoría de los 320 talleres familiares carece de letreros, así que camina con calma para que no te pierdas ninguno: lo que ahí verán tus ojos será único. Y aunque los adornos son elaborados con diferentes técnicas y materiales todos tienen la misma génesis: el maestro soplador, que con su aliento hace tomar caprichosas formas a un tubo de vidrio de diferentes calibres previamente fundido a 200 grados Celsius con un soplete.

Contrario a otros puntos del país en donde colocan 2,000 piezas en un molde y las inflan con aire comprimido en unos cuantos segundos, aquí son sopladas con la boca una por una y pintadas a mano. Los artesanos de Tlalpujahua siguen vertiendo nitrato de plata en la esfera con objeto de darle un acabado plateado. Enseguida añaden un reactivo y agua caliente para después agitarlas hasta que adquieren el tono argento.

“Ese procedimiento les da un toque especial, pues las de maquila se despintan rápidamente; la magia de las manos artesanas es lo que nos mantiene vigentes en el gusto de las personas”, explica Miguel Ángel Esquivel Martínez, coordinador adjunto de turismo de la localidad.

Si quieres vivir la calidez navideña antes de diciembre, la Feria de la Esfera es para ti. Durante ese evento —que se festeja entre finales de septiembre y mediados de diciembre—, las creaciones de los artífices son expuestas en la plazoleta y en el Auditorio Municipal, donde antes de entrar puedes comprar pan de pulque, que se hornea dentro de latas de sardinas y tiene el exquisito sabor a madera del maguey.

Historia, gastronomía y tradiciones que perduran

Los amantes de la historia tienen una parada obligada en la que fuera la casa de la familia Rayón. Ahora es un museo que revela la vida y obra de ese linaje, pero, sobre todo, de Ignacio López Rayón. “Él fue el más sobresaliente de todos; en aquella época era difícil que alguien concluyera una carrera universitaria, y él se tituló como abogado. Luego se convirtió en un importante estadista, por eso aquí se llama Tlalpujahua de Rayón”, cuenta Miguel Ángel Esquivel Martínez.

Continúa el recorrido en el Campo del Gallo. Su nombre oficial es Parque Nacional Rayón, y es el lugar ideal para el turismo ecológico o un día de campo. Ubicado a solo 2 kilómetros del pueblo, este sitio fue el centro de operaciones del ejército insurgente de los hermanos Rayón, el primer cuerpo de fuerzas armadas uniformado y con nómina de la guerra de Independencia. Ahí se fundió gran parte del arsenal insurgente que sería usado contra el ejército realista, defensor de los intereses de la corona española.

Como corresponde a un Pueblo Mágico, Tlalpujahua conserva diversas tradiciones, pero destacan la Representación de los Fariseos, la Procesión de los Santos Cristos, la Fiesta del Señor del Monte y los Voladores de San Pedro Tarímbaro, una ceremonia ritual asociada a la fertilidad.

Sobre este último rito, Esquivel Martínez aclara que, a diferencia de los voladores de Papantla —quienes gozan de mayor difusión en el mundo—, en el acto que realizan los de San Pedro Tarímbaro suelen participar ocho personas y el flautista toca desde abajo. Esta danza aérea de acercamiento con la divinidad fue declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad en 2009, así que no puedes perdértela.

Una celebración más moderna, pero no por ello menos interesante, ocurre aquí entre septiembre y octubre (depende de los organizadores), cuando se lleva a cabo el Feratum Film Festival, un festival internacional de cine dedicado a la ciencia ficción y al género fantástico y de terror.

Igual que cada rincón de la República Mexicana, Tlalpujahua tiene una gastronomía propia. Para iniciar con el plato fuerte, dirígete al segundo piso del mercado municipal, a la taquería Chágara, la cual es comandada por un cocinero tradicional ganador de varios premios por la exquisita preparación de la cabeza de res en penca de maguey en horno de hoyo.

Acompaña este platillo con un líser, bebida en peligro de extinción, debido a que la única persona que conoce la receta tiene una edad avanzada. El líser, que tiene un sabor parecido al del anís, era una especie de medicamento o digestivo, y se usaba como remedio casero. Su nombre es una deformación de la palabra ‘elíxir’.

Otro producto gastronómico que le confiere identidad a Tlalpujahua es el pan de pucha, un pan de amasado ancestral precolombino a base de anís y glaseado blanco.

Un Pueblo Mágico es un destino que, a pesar del paso del tiempo y el embate de la modernidad, conserva su valor y herencia cultural histórica. Tlalpujahua no solo ha logrado lo anterior, sino que ahora tiene un pretexto natural para que lo visites: La Ruta de las Luciérnagas, una propuesta turística que incluye paseos nocturnos por el lugar conocido como El Llanito, sitio en donde se congregan miles de estos insectos, una experiencia que, sin duda, será el broche de oro de tu recorrido por la comunidad que, durante todo el año, crea la Navidad.

Juan Carlos Ramirez

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