Junio de 2015: Málaga, Costa del Sol, España
Mientras caminaba por una playa atestada de turistas que gozaban del sol, 00se sintió observado, de repente, cerca de él había una pantalla digital de cuatro metros de largo montada en un camión de plataforma. Al acercarse vio 16 rostros y la leyenda “Algunos de los delincuentes más buscados de España. Ayúdanos a encontrarlos”. Luego la pantalla mostró una sola de las caras: la suya. A un lado de ella decía:
“Wanted/Se busca Anthony Michael Dennis. Conspiración para traficar cocaína”.
De apenas 1.60 metros de estatura y sin más señas particulares que una pequeña cicatriz en la sien derecha, Dennis, de 48 años, podría haberse perdido entre la multitud, pero no en ese momento. Meterse a algún bar o restaurante cercano tampoco le serviría. La foto y el mensaje adjunto podrían ser enviados desde allí por cualquiera que tuviera un teléfono celular equipado con Bluetooth.
Artículos que te interesen leer: ¿Uso y abuso de las drogas?
El camión pantalla, que recorre sitios populares entre los turistas británicos como Benidorm, Málaga y Puerto Banús, es parte de la Operación Captura, dirigida por la Agencia Nacional Anticrimen (NCA) del Reino Unido y la organización humanitaria Crimestoppers, junto con la Policía Nacional y la Guardia Civil de España. Captura se formó en 2006 para atrapar a los fugitivos británicos que suelen ocultarse en lo que los tabloides llaman “la Costa del Delito”.
Cuando el rostro de Dennis apareció en la pantalla, Captura ya había atrapado a 68 de los 86 fugitivos más buscados del Reino Unido.
“Los repatriamos para que enfrenten la justicia”, dice David Allen, director de la oficina internacional de la NCA. “No importa que nos lleve años atraparlos”.
Desenmascarado en España y con una orden de detención europea en su contra, Dennis volvió a huir, pero tenía pocos sitios donde esconderse. A finales de julio, en un pueblo situado al norte de Londres llamado London Colney, el sargento Chris Dyer de la NCA vigilaba una casa en una urbanización cerrada. Nadie había descorrido las cortinas en varios días.
La paciencia de Dyer se vio recompensada cuando una mujer llegó a la casa. La reconoció: era la esposa de Anthony Dennis. Sin embargo, no había señales de él. Finalmente, en la tarde del 4 de agosto, Dennis y su esposa salieron de la casa llevando a un niño en un cochecito.
Era el momento que Dyer había esperado. Él y un colega bajaron de su auto y siguieron al trío hasta un parque, donde arrestaron a Dennis por participar en una conspiración internacional para traficar cocaína cuyo monto se calculaba en muchos millones de euros. Se trataba del final de una investigación policiaca paneuropea que había empezado tres años antes en Rotterdam, Holanda.
El elegante edificio de ladrillo rojo que aloja la oficina de Jirko Patist, fiscal nacional del ministerio público holandés, se halla junto al emblemático Puente Erasmo de Rotterdam, con vista a las quietas aguas del Rijnhaven, uno de los muelles del casco antiguo de la ciudad. Cerca de allí, en el moderno puerto de Rotterdam, día y noche se ve a cientos de grúas de brazos enormes que cargan y descargan contenedores de los 30,000 buques marítimos y 11,000 barcos fluviales que llegan allí año tras año.
Con una superficie de 105 kilómetros cuadrados, Rotterdam es el puerto más grande de Europa; es también su centro del tráfico de cocaína. La policía holandesa calcula que entre el 25 y el 50 por ciento de la cocaína que se consume hoy día en Europa occidental y central pasa de contrabando por los muelles de Rotterdam, con lo que supera al puerto belga de Amberes como el principal punto de entrada de esa droga.
Patist, abogado de 44 años de aspecto juvenil, llevaba seis años dirigiendo investigaciones exitosas sobre narcotráfico en el puerto. Un caluroso día de verano el fiscal recibió un telefonema de la unidad especial de la Dienst Nationale Recherche (DNR), la brigada nacional anticrimen holandesa que controla a los informantes confidenciales.
No todas las pistas de informantes que llegan a la oficina de Patist bastan para iniciar una investigación, pero la que acababa de recibir parecía tan fidedigna y detallada, que despertó su interés.
Patist pidió a la DNR que le enviaran un informe completo. En Holanda, los fiscales dirigen investigaciones policiales. Tras recibir el informe unos días después, Patist acudió a un juez para solicitar una intervención telefónica y el uso de una cámara oculta de circuito cerrado de televisión.
—No hay otra forma de reunir las pruebas que necesito —explicó.
Ubicado en la esquina de Damstraat y Oranjeboomstraat, en el distrito Feijenoord de Rotterdam, cerca del río Nuevo Mosa, que pasa por el centro de la ciudad, el Café de Ketel no era un lugar común para ir a tomar cerveza. La puerta estaba cerrada con llave, y la entrada al pequeño bar era estrictamente por invitación. Dos hermanos de origen turco, Ugur y Ufuk Çamdere, administraban el café. Al decir del informante, importaban heroína de Turquía a Holanda.
Las imágenes de la cámara oculta que Patist había instalado mostraban a los mismos visitantes del Café de Ketel a todas horas, día y noche. Las conversaciones telefónicas dentro del local eran incesantes, en una mezcla de holandés, turco e inglés. Los agentes de la DNR le dijeron a Patist que el Café de Ketel pertenecía a una compañía que suministraba andamios a empresas de reparación de barcos.
Patist sonrió al leer la transcripción de las charlas interceptadas. Ugur y Ufuk no hablaban de andamios, sino de cargamentos de “chicas”, “Porsches” y “vino” en llamadas a países como Colombia, Brasil y Panamá. Una conversación terminaba así: “Elegir Rotterdam significa optar por posibilidades ilimitadas. Hagan que pase”.
La sospecha de Patist de que los hermanos y sus socios hablaban en clave sobre drogas se confirmó cuando la policía turca, que no suele cooperar con sus homólogos occidentales, reveló que Ugur Çamdere había sido condenado a seis años de prisión en Turquía por delitos de narcotráfico y que lo querían de vuelta para hacerlo cumplir su sentencia.
Otro visitante asiduo del Café de Ketel era Erol Soytürk. Este hombre no tenía ninguna fuente legal de ingresos conocida y parecía servir de mensajero y mediador de los Çamdere, que pasaban casi todo el tiempo en el café. Además de organizar el transporte de personas, Soytürk visitaba muchas direcciones en la ciudad y, al parecer, también era inversionista. Patist puso a la policía local a seguirlo. “Cuanta más información reuníamos, más complejo se volvía el cuadro”, cuenta. “Necesitábamos indagar más”.
El fiscal volvió con el juez y le pidió permiso para colocar un micrófono inalámbrico oculto en una habitación del Café de Ketel a la que los agentes llamaban “la sala de fumar”.
“Por el micrófono supimos con certeza que los Çamdere y un creciente número de sospechosos no sólo estaban enredados en asuntos de heroína, sino también de cocaína, drogas sintéticas y plantíos de mariguana. Eran grandes traficantes que además parecían tener acceso a armas pesadas”.
También estaba claro que los envíos de drogas entraban a Rotterdam ocultos en contenedores legítimos. Pero con más de 12 millones de contenedores que entran al puerto cada año, saber cuáles contenían drogas era prácticamente imposible.
Erol Soytürk recibió a su amigo Tony en el Café de Ketel. Tony, británico de unos 35 años, era un visitante asiduo en ese tiempo. Los agentes lo oyeron hablar con Ugur y Soytürk sobre un buque portacontenedores que estaba por llegar a puerto.
—Tenemos 60 —dijo Ugur.
—¿En dos bolsas, o en tres de 20? —preguntó Tony.
Soytürk, encargado de los envíos que entraban y salían del puerto, habló de la entrega de “Audi” y “Koning”, que serían “depositados” en un contenedor legítimo en el puerto de embarque y “retirados” en Rotterdam por estibadores corruptos pagados por los hermanos Çamdere. En cierto momento Soytürk le ofreció a Tony venderle la fórmula para fabricar MDMA, droga conocida popularmente como éxtasis.
A Tony lo acompañaba a veces otro británico, un poco mayor que él, al que solían llamar “Rolex Reina 7” y que también participaba activamente en los embarques.
Para entonces Patist contaba con un equipo de 20 agentes de la DNR y unos 100 de otras unidades locales y especializadas, quienes seguían reuniendo pruebas sobre media docena de envíos relacionados con los hermanos Çamdere y con conspiradores holandeses.
Los investigadores revisaban la transcripción de cientos de horas de grabaciones hechas en el Café de Ketel, y cada vez ponían más direcciones de Rotterdam bajo vigilancia las 24 horas del día, pero, para identificar a los conspiradores británicos, Patist pensó que debía pedir ayuda.
Al revisar las filmaciones del Café de Ketel, el sargento Chris Dyer y su colega investigador Mike Lakey, de la NCA, identificaron a “Tony” como Anthony Wilson, oriundo de la ciudad de Harlow, en Essex, condado del este de Inglaterra. Este hombre de 36 años, alto, fornido y con la cabeza rapada, había estado en la cárcel por delitos menores. El otro hombre era Anthony Dennis, de 47 años, también originario de Essex, quien había estado en prisión por lavado de dinero.
Wilson vivía en una casa de cuatro habitaciones valuada en unos 380,000 euros (420,000 dólares). Dennis tenía una casa mucho más grande, en una zona rural, valuada en 700,000 euros (780,000 dólares). “No había duda de cuál de los dos tenía la carrera delictiva más exitosa”, señala Dyer.
Lakey y dos colegas se pusieron a transcribir cientos de horas de videos del Café de Ketel enviados por Patist desde Rotterdam. En una de las cintas, Dennis le decía a Ugur Çamdere: “El nuestro tiene a Rolex Reina 7”.
—¿Qué significará eso, aparte de que Rolex es una marca de relojes y de que Reina es una palabra española? —se preguntó Dyer en voz alta.
Cuando se encontraba en el café, Dennis dirigía las discusiones. “Sabía mucho acerca de las técnicas policiacas”, afirma Dyer. En cierto momento los investigadores oyeron a Dennis decir a los Çamdere:
—¿No habrán puesto un micrófono oculto aquí dentro?
—Vivimos en la planta alta —contestaron ellos—. No sería posible.
A menudo Dennis, Wilson, Soytürk y los Çamdere hablaban de “la caja” y “las bolsas”. “Dedujimos que ‘caja’ significaba contenedor”, señala Dyer. De pronto oyeron a Wilson decir “Es INKU 6483504”. Era un número de contenedor rastreable.
El contenido declarado del embarque era neumáticos usados triturados, enviados a una empresa legítima de Essen, Alemania, que las convertía en ruedas para cestos de basura y en tapetes de ejercicio. Ocultos dentro del contenedor había 67 kilos de cocaína, valuados en 2.14 millones de euros (2.38 millones de dólares). Los conspiradores ya alardeaban de la fortuna que iban a ganar.
Los Çamdere, Wilson y Dennis habían negociado el embarque con un traficante de Brasil.
—Sacarlo no va a ser tan fácil como esperábamos —le dijo Ugur a Dennis al día siguiente—. Nuestros muchachos no pueden trabajar fuera de su turno para sacarlo porque despertarían sospechas.
En el Café de Ketel cundió el pánico. Resultó que los “muchachos” de los Çamdere seguían buscando con desesperación el contenedor 6483504 y no lo hallaban. Debía salir por carretera a Essen el primero de mayo.
—Hoy es el último día, o tendrán ustedes que seguir al camión —le dijo Ufuk a Wilson.
Los conspiradores se habían apoderado de la póliza de embarque, así que conocían el destino del contenedor y la matrícula del camión. Los Çamdere, Dennis y Wilson consideraron interceptar éste con barricadas antes de que cruzara las vías del tren cerca de la zona industrial de Essen, su destino final. Se disfrazarían de trabajadores ferroviarios con chalecos fluorescentes, abrirían el contenedor y sacarían de él la droga.
El camión y el contenedor salieron del puerto de Amberes a la hora prevista para el viaje de 198 kilómetros hasta Essen; el conductor no tenía idea de que llevaba algo mucho más siniestro que neumáticos triturados.
Artículos que te interesen leer: ¿Qué causa la adicción?
El secuestro del camión se complicó demasiado porque no hubo tiempo suficiente para organizarlo. Finalmente, Soytürk decidió ir a Essen a buscar el contenedor. El 5 de mayo telefoneó al Café de Ketel para decir que había “perdido la esperanza” de encontrar el contenedor.
Eso fue porque Chris Dyer había alertado a la policía alemana dos días antes. Cuando el contenedor llegó a la planta de reciclaje, lo abrieron y hallaron unas bolsas de viaje; dentro había 60 paquetes de cocaína sellados con etiquetas que decían “Rolex Reina 7”.
“Wilson y Dennis no sólo habían perdido la droga”, dice Lakey; “además, ellos y los Çamdere le debían 892,000 euros (995,000 dólares) a su proveedor sudamericano”. Para colmo, un socio de los Çamdere que se encargaba de sacar la droga de los contenedores en Rotterdam había sido abatido a tiros mientras se dirigía al Café de Ketel debido a un cargamento faltante en otra transacción.
Los británicos habían perdido un cargamento, y su proveedor los estaba amenazando con secuestrarlos y tomar represalias violentas. Pero eso no impidió a Dennis, y mucho menos a Wilson, seguir visitando el Café de Ketel. Dyer y Lakey determinaron que, entre abril y agosto de 2013, Wilson visitó el café al menos 30 veces para hablar con los hermanos Çamdere sobre organizar nuevos envíos.
Las relaciones ya no eran tan cordiales como antes. Debido a ello, Dennis se mostraba distante. Wilson no tenía idea de que cada palabra que decía era grabada y transcrita por la NCA en el Reino Unido.
El equipo de Jirko Patist, mientras tanto, seguía examinando 1,000 horas de videos de vigilancia encubierta. A Dyer y Lakey se les asignaron 300 horas, que ellos redujeron a 150 a fin de apuntalar pruebas para que la Fiscalía de la Corona del Reino Unido emprendiera acción legal en contra de Wilson y Dennis. “Sin la información de nuestros colegas holandeses habría sido muy difícil procesarlos en el Reino Unido”, dice Dyer.
Patist no quería hacer arrestos todavía. Aún tenía camino por recorrer en sus investigaciones paralelas de otros seis embarques de droga organizados por los hermanos Çamdere. Hacia finales de octubre de 2013, Dyer recibió noticias de Patist: era hora de acabar con la conspiración.
El 29 de octubre, la policía holandesa irrumpió en el Café de Ketel y en otros 10 domicilios de Rotterdam, muchos de ellos visitados por Soytürk. Abrían a golpes las puertas delanteras o las cortaban con sierras eléctricas.
En una casa de seguridad ubicada en Eric Kropstraat 146 encontraron a Alpaj Bülbülkaja, uno de los sospechosos, quien dijo ser el mozo de limpieza. Afirmó que una chaqueta azul colgada en un perchero que había en el pasillo pertenecía a alguien llamado “Bilal”. Ese nombre nunca había figurado en las grabaciones del Café de Ketel. Además, el equipo de Patist tenía fotos de Bülbülkaja usando la chaqueta cerca del café.
Patist estaba eufórico con la captura del día: siete hombres detenidos (cuatro turcos y tres holandeses), además de pistolas, rifles de asalto, cientos de teléfonos celulares, una prensa de cocaína, máquinas contadoras de dinero y 500,000 euros en efectivo.
Al mismo tiempo, en Inglaterra, la NCA estaba registrando las casas de Dennis y Wilson antes de que pudieran destruir las pruebas.
El sargento Dyer y el agente Lakey más tarde interrogaron a Wilson en la comisaría de Harlow. El detenido negó conocer a los Çamdere. Dyer le mostró una foto del Café de Ketel.
—No recuerdo haber estado en ese sitio —alegó él, pero no pudo explicar por qué tenía tantos celulares.
—¿Por qué viaja a Rotterdam tan a menudo? —le preguntaron.
—Voy a ver jugar al Feyenoord —repuso él sin alterarse.
Las visitas de Wilson no coincidían con los partidos en casa del equipo de futbol de Rotterdam.
En otro interrogatorio le preguntaron por el INKU 6483504.
—No sé de qué hablan —dijo él.
Dyer lo hizo escuchar la grabación en la que Wilson discutía el envío y mencionaba el número.
—¿Qué me dice de Rolex Reina 7?
—No sé nada.
Cuando la NCA irrumpió en la casa de Dennis, él no estaba en ella. Su esposa dijo que no lo había visto en más de un año. “Descubrimos que Dennis era o había sido dueño de una casa en España, así que lo pusimos en la Operación Captura”, explica Dyer. Cuando, nueve meses después, el sargento lo detuvo, Dennis reaccionó indignado.
—Exhibir mi cara allá en la playa fue un exceso, ¿no cree? —se quejó.
—Eso lo trajo de vuelta aquí, ¿o no? —replicó Dyer, y lo esposó.
Dennis fue la última pieza del rompecabezas del Café de Ketel. La investigación había sido un invaluable ejemplo de cooperación policial paneuropea y de un fiscal holandés decidido a enfrentarse a las bandas de narcotraficantes que usan los puertos de Rotterdam y Amberes para inundar Europa con drogas.
Cuando le preguntan cómo logró ocultar un micrófono en la sala de fumar del Café de Ketel, Jirko Patist sonríe. “¡No puedo decirlo!”, contesta, “Pero me gustaría que tuviéramos una Operación Captura para atrapar a todos los delincuentes holandeses que han huido a España”.
El 18 de noviembre de 2015, en el Old Bailey, el Tribunal Penal Central de Londres, Anthony Dennis fue condenado a 13 años y cuatro meses de prisión, y Anthony Wilson a 12 años. De pie en el muelle, uno junto al otro, los cómplices no se dirigieron la palabra. Ya habían hablado mucho en el Café de Ketel, que hoy día está cerrado.
En marzo de 2016, en el Tribunal de Distrito de Rotterdam, Ugur Çamdere fue condenado a ocho años de cárcel, y su hermano Ufuk a seis. A Erol Soytürk se le impuso una pena de cuatro años, y a Alpaj Bülbülkaja de 28 meses.
Descubre por qué no debes quedarte sentado más de lo necesario.
La salud neurológica es una preocupación creciente en todo el mundo, con un notable aumento…
El sueño es un proceso biológico fundamental para la salud física y mental. Cuando este…
Aunque puede ser difícil de describir, este síntoma suele ser la señal de que algo…
Un microbioma intestinal saludable podría ayudar a las personas con EII, pero ¿deberían los probióticos…
Aprende consejos prácticos y encuentra 15 ideas fáciles para mantenerte en el camino hacia una…
Esta web usa cookies.