Un ciclista con un gran corazón: Mike necesita un corazón nuevo
Mike podía regresar a casa, el coágulo se había disuelto sin mayores complicaciones. Pero una enfermera le dijo que tenía malas noticias...
La primera parte de esta historia fue publicada el día de ayer, puedes leerla en este enlace.
Los especialistas le dijeron a Mike que el aparato (DAVI, que viene de la publicación anterior) podía funcionar por ocho meses u ocho años. Sin embargo, seis meses después, Mike estaba de vuelta en un hospital de San Diego con otro coágulo. Su corazón no tenía remedio. Necesitaba uno nuevo.
Las listas de prioridad de trasplantes de corazón son complicadas. Hay que estar lo suficientemente enfermo para en verdad necesitarlo, pero no tanto como para no soportar la prolongada cirugía o los fármacos inmunosupresores que toman los pacientes a los que les realizan este procedimiento para mantener su nuevo órgano. Mike encajaba en esos parámetros y se hallaba en el primer lugar de la lista. Ahora solamente debía sobrevivir a la espera por lo que su cuerpo requería.
El lado positivo era que la prueba de sangre mostraba que el coágulo se había disuelto lo suficiente para que Mike pudiera regresar a su casa sin mayores complicaciones. Mientras empacaba sus cosas el 24 de febrero, una enfermera entró en su habitación. “Tengo buenas noticias y malas noticias”, le explicó. Mike pidió las malas primero. “No te vas a ir a casa hoy”, respondió ella. ¿La buena noticia? Habían encontrado un corazón para él.
A la mañana siguiente, Mike despertó en una cama de hospital con un nuevo órgano latiendo en su pecho. Su energía parecía haber mejorado de manera súbita: tan solo cinco días después dio sus primeros pasos alrededor de su cuarto y, al poco tiempo, ya caminaba por los pasillos. “El viejo corazón tenía un 2 de calificación. Con el DAVI, mi fuerza era como de un 5”, asegura. “Este corazón es un 10”.
Lo enviaron a casa después de dos semanas, con órdenes de reportarse en rehabilitación cardiaca, donde se limitó a avanzar despacio en una caminadora durante unos cuantos días. Al otro lado de la habitación detectó una bicicleta estacionaria. Sabía que aún no estaba listo para ella, pero se convirtió en un faro de esperanza. Y otros 14 días después, con el permiso de sus doctores, se posó sobre el asiento y pedaleó despacio.
Christine Cheers no se iría del hospital hasta asegurarse de que cada uno de los órganos de su hijo dejara el edificio. Ella y David observaron a los empleados del hospital cargar hieleras desde el quirófano: los riñones, páncreas e hígado de James fueron a varios destinatarios.
Sus córneas terminaron en un banco de ojos; tejido y hueso en su respectivo banco. El único pendiente era su corazón. “Ese era el que más me importaba”, afirma Christine. Como militar y médico, su hijo representaba los ideales de valentía y altruismo. “James tenía un corazón increíble”, agrega.
Cuando un representante del hospital les dijo que el último órgano saldría del lugar, David y Christine vieron cómo se llevaban la hielera.
En las semanas siguientes Christine se sumergió en un dolor tan profundo que salir de ahí parecía imposible. Ella estaba consciente de que su único consuelo sería saber que las partes del cuerpo de James ayudaron a algunas personas. Que quienes las recibieron se encontraban bien. Así que le escribió una carta a cada uno de los destinatarios, al menos a los cuatro de los que sabía.
Lo que quería dejar en claro era lo que la donación de órganos significaba para su hijo. Cuán satisfecho estaría de que su corazón, sus riñones y su tejido estuvieran ayudando a otros. No quería que quienes los recibieron se sintieran culpables por el peso y la seriedad del regalo que obtuvieron. El 19 de marzo, Christine envió las copias finales de sus cartas por correo.
Dos meses después de su cirugía, Mike Cohen recibió una llamada de la organización que había coordinado el trasplante. Tenían una carta para él. Cuando la tuvo en sus manos, desdobló las páginas y tomó aire.
Christine describía el amor de su hijo por servir a su país y el hecho de que él consideraba a todas las personas como amigas y jamás juzgaba a nadie. Era abnegado, añadió, tenía un sentido del humor peculiar y era un médico brillante y talentoso.
Describía su amor por el buceo, el snowboarding y las motocicletas. Mientras leía la carta, Mike comenzó a entender lo especial que era su nuevo corazón. Deseando conocer más sobre este hombre, lo buscó en Google. Salvo por el hecho de que Mike se había rasurado la cabeza y usaba barba —la cabeza de James estuvo cubierta de cabello y carecía de vello facial— tenían mucho en común.
Ambos eran atléticos y casi de la misma edad. James tenía 32 años cuando murió, mientras que Mike cumplió 33 justo el día del accidente del primero. Otra cosa que averiguó sobre él era que estaba sepultado en Jacksonville, Florida.
Mientras se encontraba en rehabilitación había ideado un plan para hacer otro viaje a través del país tan pronto como su doctor se lo permitiera. El final de aquel recorrido ahora era claro. Deseaba rendir homenaje en persona. Parecía adecuado recorrer esa travesía en bicicleta para demostrar lo transformativo que era su nuevo corazón.
Conoce cómo termina esta historia en el siguiente capítulo que publicaremos el día de mañana.